Si hay algo que fastidiaba a Federico más que viajar era tener que hincar los codos. Por ello decidió estudiar lo menos posible y vivir del cuento… ¡y del teatro y de la poesía! García Lorca rezumaba duende por los cuatro costados. Y claro, así tenía loquitas a las chicas del pueblo, impresionados a los artistas más vanguardistas del momento y emocionados hasta a los negros de Nueva York. Porque Federico llevaba el verano y la alegría allá a donde fuera. Y eso que, misteriosamente, siempre tuvo la mirada triste.