En un rinconcito de Alcalá de Henares de cuyo nombre quiero acordarme (pero nada, que no hay manera, justo ahora que lo tenía en la punta de la lengua!...) nació Miguel: escritor y aventurero. Aunque perdió el uso de una mano en la batalla de Lepanto, no era manco a la hora de meterse en fregados. Se las vio con piratas berberiscos, copiones y pulgas que picaban horrores. Y entre pitos y flautas se las arregló para escribir, en dos patadas, un libro cuyo nombre recordaría hasta el más despistado: el Quijote.