La recolección como oficio femenino ha demostrado un dinamismo extraordinario. Otrora recolectamos frutos para la supervivencia de nuestras crías y de la especie misma; hoy, en ese quehacer, y siguiendo su instinto de resistencia, seis mujeres no dan tregua a la ancestral recolecta de un diálogo interior que enhebran con fina aguja de tinta para bordar las palabras de su propia salvación. Rozan los filos y a veces el núcleo mismo del miedo. Experimentan sueños lúcisos a modo de colectiva iniciación chamánica y, más que escritors acabados, sus letras van erigiendo tendederos de palabras impolutas talladas a mano en espera de soles cálidos con efecto vaporizador.—Carmen Castillo Cisneros.