Este libro es una colección de cuentos sobre el sentido de la vida en sociedades donde impera la cultura de la satisfacción instantánea, sin miramientos de ningún orden, como suele ocurrir en las urbes controladas por el narcotráfico. En términos formales, es para mí un experimento de cinematografía sin guion, pues está contado como una película que comienza y termina con la misma pregunta, en una misma escena crucial, pero con otros personajes y en otro tiempo. Los cuentos para después de suicidarse versan en torno a tres facultades sensorias que el cine permite disfrutar de manera inmediata (la lengua hablada, la vista y el oído). La idea es que el público virtualmente asista a ver cualquiera de estas historias sin tener que comprar un DVD pirata, en estos tiempos en los que las salas de cine están desapareciendo y con ello la experiencia colectiva de apreciación. Si el espectador va a quedarse en su casa a contemplar en su computadora o en su iPhone un cuento como receptor solitario, yo prefiero que vuelva a su estado primigenio de lector, donde hay un espacio infinito para su imaginación, a su propio ritmo