La madre no recuerda, el padre murió joven. Hay un ir y venir entre los vínculos, pequeñas gotas de sal van drenando ese malestar que se aloja en el corazón de la familia. La madre no recuerda y la memoria familiar se desdibuja y se transforma – casi– en un páramo. Hay que empezar de nuevo, remar en ese valle de lágrimas. Un susurro constante se apodera de la hija que cuenta a media voz como se desmorona cada certidumbre, cuando el padre, esa estrella fugaz, se transforma en un recuerdo. Postales de la infancia surgen poderosas en este libro, en donde Patricia Severín, poeta y narradora, puede vislumbrar una luz detrás de un vidrio esmerilado que nos dice que la vida, siempre, se manifiesta con enorme fuerza hacia adelante.