Antiguas fotos de familia atraen a Nuria Barrios hacia las Islas Baleares. En verano se adentra en Mallorca, donde millones de turistas rubios celebran bacanales con sobrasada y jarras de sangría con champán. En busca de sosiego, se hunde en las tinieblas de la Valldemossa de George Sand y Chopin, queda atrapada en la embotellada Pollenca de Agatha Christie y es arrastrada hacia Dejá por las masivas peregrinaciones a la tumba de Robert Graves. Tras presenciar la violación de las calas vírgenes por miles de bañistas alemanes desnudos, conoce en un monte a un ermitaño con teléfono móvil y saborea el vino del actor Michael Douglas en un catamarán. En otoño Nuria viaja a Ibiza, donde, entre curanderos, gitanos y barqueros, desentraña que ha sido de las rutas y el desenfreno hippie y se deja caer por las macrodiscotecas, donde manda Valeria, la reina de al noche. Luego parte hacia Formentera "quintaesencia del paraíso", cuyos habitantes muestran una exagerada aficción por el suicidio.