En los datos inconexos y desquiciados de una historia -dice Inés Arredondo- no se encuentra la verdad; el escritor tiene que descubrir el momento central, cazar la señal que obligue a los hechos a cobrar significación, a cumplir su destino, a existir de modo absoluto en un tiempo que no transcurre -el del arte-, ya que en la vida todo desaparece antes de que lo hayamos mirado bien. Si el escritor no consiguiera encontrar el sentido que torna radiante la realidad nunca podría ésta llegar a pertenecernos. Encarnizándose- ella lo dice- impúdicamente en las historias ajenas, Inés Arredondo relaja, con destellos de una angustia total, la perdición de la Pareja, que pudo habitar "algo muy parecido al Paraíso Terrenal", vivir libremente un mundo milagroso de gratuita perfección, y alcanzar una plenitud natural que, por que les pareció interminable, engañosamente no la aceptaron necesitada de porvenir. Así, El y Ella tropiezan con el otro mundo imperfecto y difícil, y perciben lo irreal de su felicidad. Saben entonces del bien y del mal, descubren que "el amor no tiene un solo rostro" y encuentran la culpa. La Pareja de múltiples nombres y relaciones, va a saber de los tentadores y de la caída, y apartir del mal va a intentar -unas veces con éxito, casi siempre con fracaso- alcanzar la redención, o al menos el bien del otro.