Si aceptamos la premisa de que escribir siempre supone un viaje sin otro mapa que el de la intuición del lenguaje, entonces podemos afirmar que con La señora Varsovia, Raquel Abend van Dalen inicia un arriesgado trayecto por las sorprendentes colinas de la subjetividad humana moderna. Cada cuento nos acerca a ese momento de epifanía en que alguien cambia radicalmente de rumbo, toma irreversibles decisiones o hace descubrimientos cuya verdad es siniestra y deslumbrante. Raquel lleva al lector a ese filo amplio y resbaladizo desde el cual mirar los abismos. Parejas que viven su homosexualidad en esporádicos cuartos de hotel, traductores que traicionan con alevosía, mujeres adultas que se enamoran de púberes, nada que no refleje nuestros propios anhelantes rostros. En la tradición de Chejov, la economía de personajes o ambientes es inversamente proporcional a su carga simbólica; así mismo operan los cuentos de Raquel, como artefactos de alta precisión en los que, sin embargo, se instala la melancolía con su exceso opaco y su violenta ternura. La herida que promete el amor “prohibido” –ese pathos con el que la humanidad ha escrito desde el comienzo sus grandes épicas– es, en este conjunto de cuentos una delicada hebra de oro que lo mismo estrangula a sus heroínas que les cose la piel para que el alma y la sangre no escapen por esos tajos. Un apunte más: Si hay algo que valoro profundamente en una escritura, es el pálpito de que la creadora ama a sus personajes como si respiraran, porque respiran, porque sin ellos el paisaje de las cosas se despedaza, porque el delirio y la sombra de un personaje hacen más amable la locura del mundo. Y es que Raquel viene, en efecto, de la poesía y esa semilla preciosa también florece en este libro. Aquí persiste su compromiso con el lenguaje como cuerpo y sustancia con los cuales amasar el gran relato de la vida. —Giovanna Rivero