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Huaco retrato de Gabriela Wiener: una lectura.

Episodio 418 Reseñas

03/13/2023 · Francesca Dennstedt

Si lo que nos pasó fuera un libro para mí el final debería ser el de esas dos mujeres que amamos al mismo hombre"

La filósofa feminista estadounidense Judith Butler en Precarious Life explora las funciones del duelo sugiriendo que éste nos cambia para siempre. Pienso en esto cuando leo Huaco retrato, libro donde la escritora peruana Gabriela Wiener excava, ante la muerte del padre, en su propia transformación para —y como sugiere Butler— delinear aquellos lazos que nos unen a los otros y que nos componen porque todo recuento del yo necesariamente conlleva una pluralidad que nos antecede como individuos. En este libro autobiográfico, la autora escarba en el pasado familiar para esbozar en clave decolonial, ese complejo sentimiento de comunidad política de la que habla Cristina Rivera Garza cuando se trata de escrituras geológicas, un tipo de escritura que genera “capas sobre capas de relación con lenguajes mediados por cuerpos y experiencias de otros”. Las capas afectivas del libro de Wiener comienzan con una visita al museo de París para ver la exposición sobre los viajes que Charles Wiener hizo a Perú y Bolivia entre 1886 y 1877. Este famoso saqueador de huacos es el supuesto tatarabuelo de la autora y, según cuenta la leyenda, era un “discreto profesor de alemán convertido de la noche a la mañana en Indiana Jones”. Para la escritora peruana —una migrante racializada viviendo en España— el origen de su apellido es incómodo, una herida abierta que explora a lo largo del libro y que no sé resuelve al terminar la escritura. Como ya mencioné, esta búsqueda está atravesada por la muerte del padre y el duelo, la vida migrante en España y la relación poliamorosa que la autora mantiene con Jaime —quien es cholo como ella— y Roci, una mujer blanca y española.

A lo largo del libro, Gabriela Wiener intenta acercarse al origen de su familia ya no por medio de la figura del heroico huaquero sino a través de María Rodríguez, la mujer chola con la que el alemán tuvo un hijo; o bien, por medio de Juan, el niño que el supuesto tatarabuelo compra en Perú para después traficarlo a Europa como parte de su colección. Así, la escritura de Wiener activa la misma pregunta que Butler pone en circulación con el libro antes mencionado: ¿Qué hace que ciertas vidas puedan ser lloradas o conmemoradas y otras no? ¿Por qué no sabemos nada de la historia de Juan? A su vez, la autora conecta está búsqueda con su propia culpabilidad y con otra herida abierta mucho más reciente, que ella sabía que el padre tenía otra familia y ella nunca se lo contó a su madre. ¿Debe llorar la muerte del padre infiel? ¿Cómo funciona el duelo cuando hay heridas que no sanan?

La madre de Gabriela escribe una carta donde le confiesa a la hija el por qué, a pesar de todo, llora la muerte de su esposo. Dice:

“Si lo que nos pasó fuera un libro para mí el final debería ser el de esas dos mujeres que amamos al mismo hombre, que quedamos viudas, y el día de su muerte nos fundimos en un abrazo fuerte y sincero, con un llanto dolido, porque fue lo que cerró el capítulo de los tiempos compartidos […] Vivimos un drama, lo supimos llevar a cuestas, pero nos dio mayor humanidad” (147).

Gabriela también le es infiel a su triada, también siente celos y a veces, se pregunta si no está haciendo lo mismo que su padre. Además, su deseo se complica porque Rosi es una mujer blanca mucho más cercana a los huaqueros que a Gabriela. Por ello, la autora desesperada  por encontrar respuestas se inscribe a un taller cuyo tema es abordar el cuerpo y la descolonización del deseo. Pero la teoría se la sabe, lo difícil —nos dice— es metérsela al cuerpo. En mi opinión, el acierto más significativo de Huaco retrato es quizá la vulnerabilidad desde la que escribe Gabriela, vulnerabilidad que, como su madre implícitamente sugiere, es la que nos da humanidad, la que nos ayuda a imaginar otras posibles formas de relacionarnos y otras maneras de pensar las comunidades políticas de las que habla Rivera Garza.

Me gustaría concluir está reseña con una pregunta que quizá todavía no sea el tiempo de hacer. Elaboro un poco. Huaco retrato, como he sugerido, es un libro que puede leerse como un ejemplo de la reciente tradición de escrituras geológicas, de textos que saquean y excavan la historia verdadera para vandalizarla y conseguir otra cosa. Digamos que el libro sigue al pie de la letra, casi todo lo sugerido por Rivera Garza. Por ejemplo, Huaco retrato se publica en una editorial comercial y también en la editorial independiente DumDum con una portada bellísima ilustrada por Marco Tóxico y diseñada por Aimara Barreo Chávez. Esta doble publicación subvierte la circulación comercial del libro y a su vez, se inserta en el mundo frecuentemente acrítico de lo comercial, características necesarias para este tipo de proyectos literarios. Como bien dice Wiener, la teoría me la sé, pero cómo metérsela al cuerpo y en este caso, cómo metérsela a la forma del libro. Hay algo que no me convence del todo en Huaco retrato y no sé muy bien qué es. Quizá sea la simplicidad de la estructura fragmentada o algo terriblemente subjetivo y personal como el hecho de que comienza a aburrirme un poco la escritura autorreferencial. Lo que sí sé es que este libro y los otros que se suman a la tradición, demandan una nueva forma de hacer crítica literaria que todavía no termina de cuajarse y quizá, por ello, todavía no sea tiempo de hacerse la pregunta que me carcome: ahora que este tipo de escrituras están aquí para quedarse ¿qué hacemos con ellas para que la repetición—esa forma de volver a nombrar lo que ya tenía nombre como nos dice Wiener—no sea la característica que termine por desactivar su poder político? ¿Cómo nos metemos estas escrituras al cuerpo?