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LAM 5: Migraciones. Un tema constante en la literatura.

Episodio 506 LAM / Literatura alrededor de la mesa

03/28/2024 · Adriana Pacheco

El migrante está en constante búsqueda Carolina de Robertis"

AP: Carolina de Robertis, escritora uruguaya-británica-americana y autora de La montaña invisible, dice que el migrante está en constante búsqueda de “un lugar para poder existir, para poder hacer una vida”. Tomando en cuenta esto, el concepto mismo de la existencia es lo que está en juego con el hecho de migrar un término que proveniente del latin “migrare”, habla de cambiar de residencia que nos lleva a “residir” estar en un lugar determinado. Pero si hay una característica que define los tiempos contemporáneos es la no permanencia, las zonas flexibles y cambiantes que Mónica Velásquez menciona. 

MV: Leer un fenómeno tan complejo y álgido, humana y políticamente, como las migraciones desde sus representaciones y cuestionamientos al lenguaje es un ángulo que permite habitar el tema en sus contradicciones antes que en su mera denuncia eso me parece considerable. También permite trazar zonas flexibles y cambiantes en el tiempo de cómo hemos imaginado el espacio y los desplazamientos humanos. Justamente porque las escrituras ficcionales propician la polifonía sin angustiarse por reunir todas las experiencias en un unívoco, es más que deseable, responsable, creo, abarcar las migraciones y no la migración, no solo por su variedad y rasgos de cada una sino también porque el plural nos posibilita, valga la paradoja, atender las singularidades de cada desplazamiento en oposición unas con otras.  

AP: De acá la propuesta de pensar, más que en una migración, en muchas que suceden a distintos niveles, por distintos motivos y en distintas intensidades que crean un flujo en las poblaciones tomando a las palabras de Lorena Amaro 

LA: Las migraciones constituyen un tema fundamental, no solo porque la literatura recoge y expresa las inquietudes de su tiempo sino también porque específicamente los sujetos migrantes son sujetos en conflicto, su identidad, lengua, cultura y forma de ver el mundo manifiestan las heridas y fragilidades de nuestra contemporaneidad. Probablemente un alto porcentaje de las migraciones actuales, tanto internas como al exterior, se deban a violencias políticas y económicas que hacen intolerable la vida en el lugar de origen. La literatura de comienzos del siglo XX ofreció importantes representaciones de la migración interna y los desplazamientos campo-ciudad, por causa de las modernización de la vida agraria, o del cierre, por ejemplo, de zonas mineras, un flujo poblacional que llegó a ocupar la periferia de las ciudades con altos índices de enfermedad, mortalidad infantil y pobreza.

AP: Es además del reconocimiento de su pluralidad, preguntarnos sobre la terminología que se utiliza al hablar del tema, con etiquetas que hacen una discriminación, como las palabras siempre hacen, entre un migrante y otro. Escuchemos a Martha Bátiz.

MB: La literatura, como bien sabemos, está íntimamente ligada a la realidad que rodea a quien la produce, por lo tanto, no es de sorprender que el tema de las migraciones esté presente en algunas de las obras literarias más importantes del momento. Ante los conflictos bélicos y ecológicos que producen hordas de desplazados en diferentes puntos del planeta, la reacción por parte de las artes no se ha hecho esperar, ya sea para condenar los infortunios que han obligado a la gente a marcharse, o para crear conciencia del problema y sus consecuencias a través de personajes o historias individuales que acerquen al lector o lectora a esa realidad que le puede resultar lejana o desconocida. El término debe usarse en plural, “migraciones”, porque no existe un solo tipo de migración. Hay quien huye solo con lo puesto escapando una guerra, hay quien escapa de la violencia del crimen organizado, hay quien se marcha en busca de trabajo para proveer mejor para su familia, ya sea desde un puesto de privilegio o para empezar desde muy abajo o encargarse de aquellos trabajos o labores que ninguno de los locales quiere hacer. Y hay quien se va para quedarse, y quien se va y luego vuelve a su lugar de origen. Es decir, la migración puede ser forzada, voluntaria, definitiva, temporal. Lo que me parece interesante es que el término “migrante” se usa para definir, por lo general, a quien se va de un país en conflicto, o en desarrollo, hacia uno en donde se vive en paz, o que tiene una economía pujante. En cambio, a quienes de ese mundo “desarrollado” se van a otro lado (típicamente por trabajo o en busca de un clima templado), se les llama “expatriados” o ”expats.” Esta diferencia va más allá del término que define a cada una de estas categorías. Mientras el “migrante” se ubica siempre, a su llegada a su nuevo destino, en una situación desventajosa, y puede permanecer para siempre en la categoría de ciudadano de segunda clase, el “expat” se ubica siempre en una situación de privilegio. Sin embargo, no deja la suya de ser una migración. Además, a lo largo de la historia ha habido diversas oleadas migratorias que han terminado por definir el destino y la identidad del país que les acoge, por ejemplo, la migración irlandesa huyendo de la hambruna o “potato famine” en el siglo XVIII hacia lo que es hoy los Estados Unidos, y tantas otras que nos tomaría horas y horas mencionar. Por eso resulta imperativo hablar de este fenómeno en plural.

AP: La conversación nos lleva a pensar no solo en el hecho, sino en el móvil, en las fuerzas expulsoras que provocan la migración. Escuchemos a Gabriela Polit. 

GP: La reflexión nos lleva a pensar que hablar de migración no tiene que ver tanto con el viaje/traslado/ sino con las barreras contemporáneas para que esa búsqueda de una vida mejor (que es el motivo de toda migración) y las razones políticas por las que esto se convierte en una transgresión. Volverse palestina es otro libro que habla de la migración a contracorriente, la expulsión de sus antepasados de tierra palestina hace que Meruane reflexione sobre esa búsqueda de raíces que le fueron despojadas a su familia. Clara Obligado, tiene libros maravillosos, en Una casa lejos de casa y en La biblioteca de Agua, habla de su experiencia migrante, esta vez a causa del exilio político de los años 70. Por eso hay que hablar de migraciones, porque, aunque es un rasgo permanente en la historia, cada migración tiene su contexto y obedece a las exigencias de su tiempo. El exilio político, el económico, el ecológico, la búsqueda de sobrevivencia, de raíces. 

AP: Pero no somos nuevos en las discusiones teóricas sobre este fenómeno que marca nuestras vidas como individuos errantes, que además la literatura ha recogido con tanto detalle. Muchos son los que ha buscado nombrar y por lo tanto definir este tema: literatura de la diáspora, del exilio, desterritorializada. En Estados Unidos, uno de los países más conformados por la migración, por ejemplo, los debates son muchos en relación con los términos con los que se puede definir la obra de escritores que han llegado desde otros países a la Unión Americana. Fernando Olsanski, por ejemplo, la llama literatura del desarraigo o Ani Palacios, “Literatura fusión”. Dunia Gras amplia esto con otros de los muchos nombres a esta tarea escrituraria.

DG: Esta es una pregunta esencial y, por tanto, difícil de responder. Escritoras como Clara Obligado han reflexionado sobre ello recientemente en libros como Una casa lejos de casa. La escritura extranjera (Contrabando, 2020), donde se pregunta y se responde: “¿Y qué historias se contaban? ¿Cuál era el marco nacional que señalaban, si es que señalaban alguno? ¿De qué hablaban, pues, esas historias desterradas, esas historias a la intemperie, y para quién? Tal vez exigían, para ser verdaderamente desentrañadas, un lector marcado con el mismo desarraigo con el que fueron plasmadas. Pasarían muchos años antes de que se comprendieran nuestras señas de identidad” (61).
Como académica, exploro términos que puedan dar cabida a esas experiencias, aunque no solo desde la teoría sino de la práctica encarnada, por vivencias propias. Así, en la actualidad se están manejando distintos conceptos, como el de las literaturas ectópicas o también alotópicas, el de las escrituras exofónicas y la también llamada exocrítica, así como otros anteriores como el de la extraterritorialidad o el del sujeto radicante, para mencionar solo algunos.
Desde luego, me apasionan estas discusiones teóricas, pero también me parecen formas de abstraer o, incluso, difuminar la experiencia de la migración, sea de la índole que sea, sea por el motivo que sea. Aunque cada caso sea distinto, se puede incurrir en una idealización romántica del nomadismo o de la errancia, que puede ocultar la realidad cotidiana a la que se enfrenta cualquier migrante, aunque se dedique a la escritura: desde conseguir un documento de residencia, poder abrir una cuenta en un banco, acceder a una vivienda, o asistencia médica, por poner solo algunos ejemplos.

AP: Es cierto, es peligroso idealizar el nomadismo y el desarraigo, que es, como el término mismo lo dice, una pérdida: des-sin, arraigo, radicación, raíces ragambre. Veamos cómo Lorena Amaro pone esto en otras palabras. 


LA: Es la vida que narraron autores como Santos González Vera o Manuel Rojas en Chile. La primera novela de ora chilena, Marta Brunet, Montaña adentro, de 1923, revelaba la precariedad de la vida de los temporeros, sujetos en permanente desplazamiento por las provincias en busca de trabajo esporádico. En los años 80 Cronwell Jara escribió una de las novelas más desoladoras que yo haya leído sobre la migración desde el campo a la ciudad, en este caso en Perú, durante los años de Sendero Luminoso. Se titula Montacerdos y lo protagoniza un niño en una situación de pobreza extrema, con la narración de su hermana. Esos relatos, sin embargo, nada tienen que ver con la ingente literatura que hoy se encarga de la migración desde Centroamérica hacia México y Estados Unidos, por ejemplo, o de Medio Oriente y África hacia las capitales europeas, en que ya no solo la instalación en otro lugar es muy precaria, sino que el viaje mismo está lleno de peligros que amenazan la vida e integridad del sujeto migrante. Es por esto que se habla de muchas formas de migración, y las que se han propiciado en las últimas décadas neoliberales, son particularmente horrorosas. Hay literatura actual que nos muestra cómo es la vida del latinoamericano de clase media que viaja a estudiar un doctorado a Estados Unidos o Europea, y esto es válido, pero poco tienen que ver estas perspectivas con otras más complejas, en que se cruzan cuestiones raciales, de género y políticas. El destierro, el exilio y el autoexilio, la diáspora en el caso de algunos países en que grandes masas de población han decidido huir, no son comparables con el periplo de un estudiante universitario, por precaria que sea su experiencia, esto solo por mencionar enfoques distintos. Creo que también es importante anotar que en el caso de la literatura latinoamericana, muchas obras fundamentales fueron escritas desde otros territorios; experiencias como las de Gabriela Mistral, que desde que abandonó Chile para ir a México volvió solo por muy pocos días al país, revelan todo un trabajo con la memoria y la identidad migrante, ella tiene por ejemplo el famoso poema “La extranjera”, que nos pone en ese lugar pero que también puede simbolizar otras formas de desencaje y exclusión. Asturias, Neruda, los escritores del Boom y actualmente una enormidad de escritoras y escritores (pienso en Samanta Schweblin, Liliana Colanzi, Fernanda Trías, Gabriela Wiener, Mónica Ojeda) están escribiendo fuera de sus países de origen y esta experiencia deja una marca en la escritura.


AP: Porque es un hecho que las escritoras no solamente habla de sus propias migraciones, especialmente cuando se proviene de una familia migrante como el caso de Gabriela Wiener como lo menciona Gabriela Polit. 

GP: En Huaco retrato, Gabriela Wiener hace un recorrido de la vida de su tatarabuelo, un vienés que llegó a Perú a finales del siglo 19, como explorador y expoliador de la riqueza y el patrimonio cultural indígena de lo que fue un imperio y luego un virreinato. Al escribir la vida de su antepasado, Wiener (entre otras cosas) reflexiona acerca su propia situación como migrante en España y las herencias del colonialismo. El libro narra cómo ese Wiener que llegó al Perú se hizo famoso a partir del extractivismo cultural (para usar una palabra de moda). Lo interesante es que, en sus 170 páginas, Wiener aborda los temas que casi no se mencionan cuando se habla de migración: migran con facilidad objetos de arte, archivos personales, dinero que se deposita en cuentas extranjeras, remesas, fuerza laboral. El estigma es contra las personas. Este flujo tiene muchos registros, y el más sobresaliente es la violencia. 
En el caso de los Estados Unidos, los libros de Valeria Luiselli lo han narrado muy bien, Desierto Sonoro y How the Story Ends. Si bien temas harto conocidos para migrantes del sur del Río Grande, Luiselli convirtió esos temas en libros para la reflexión de un público anglo, lo que tiene mucho mérito. Lo mismo se puede decir de SOLITO de Javier Zamora, un libro que hay que leer para saber lo que padecen los niños que viajan solos. Un libro fundamental, es el de Jason de Leon, (McCarthur Fellow) The land of Open Graves, él muestra cómo la geografía se transforma, a través de políticas públicas, en un sitio de exterminio, el desierto de Sonora y el Mar Mediterráneo, en el caso de Europa. 

AP:  Sería entonces importante pensar en el enunciatario, desde donde esto se enuncia y cuál es el propósito de hacerlo; cuáles son esas tradiciones de la escritura del movimiento y el desplazamiento. Sigamos con la reflexión de Dunia Gras. 

DG: Escritoras como Carmen Ollé en Noches de adrenalina (1981) plantean justo estas cuestiones: ella narra en su poemario el coste de vivir en París, que le supone pasar de formar parte de la clase media-alta limeña a tener que hacer tareas domésticas para sobrevivir. 
En este sentido, lo más importante, justamente, es ser conscientes de ese hecho: desde dónde se habla de las migraciones, en relación con la literatura, porque ese desde dónde es fundamental, como señalara Walter Mignolo. Y, por tanto, hay que tener en cuenta la perspectiva desde donde se enuncia. 
En cualquier caso, considero que el término que se elija debe emplearse, sin duda, en plural, por su multiplicidad y diversidad, tanto en cuanto a las experiencias representadas como a los enfoques aplicados.
Debo reconocer, no obstante, que, a veces, me ataca un impulso steiniano, de Gertrude Stein, para decir con ella aquello de “[r]ose is a rose is a rose is a rose” y, por tanto, reivindicar un término amplio como el de escrituras o textos migrantes, todo en plural, o algo parecido, como ya han planteado, por ejemplo, críticas como Leslie A. Adelson (2005), quien, además, añade que “[it] is not written by migrants”, hecho que complejiza todavía más la cuestión.
Y tampoco puedo evitar pensar en que, sin embargo, esa clasificación puede llevar consigo una limitación. Cuando, en diversas culturas, los textos fundacionales, desde el Popol Vuh, el Poema de Gilgamesh, la Odisea y la Ilíada, la Biblia, la Torá, el Corán, narran historias migrantes, exilios y éxodos, destrucción, desplazamiento y reconstrucción, porque es un tema universal. De tal modo que quedarse en el adjetivo, en el gentilicio, sea de la procedencia o del destino, o de ambos, puede limitar el alcance de la literatura, sin más, como señalaran Jorge Luis Borges en “La literatura argentina y la tradición” (1951) o Juan José Saer en “La literatura sin atributos” (1980), esta literatura sin atributos que recientemente autoras como Claudia Piñeiro han subrayado. 

AP: Pero, así como en una conversación con Gabriela Adamo, gran promotora de la literatura argentina en el mundo, me decía que los gentilicios a ella le cuestan trabajo en un mundo tan líquido y cambiante como en el que vivimos hoy, sucede con otras caras de la migración. Veamos por ejemplo lo que Lorena Amaro nos dice. 

LA: Me interesa esa continua migración en idioma y costumbres a la que haces referencia. La migración a través de la palabra es algo que precisamente la literatura te permite pensar. Cambiar el switch implica en la mayoría de los casos cambiar la visión de mundo, decir cosas que tal vez no se pueden expresar más que un solo idioma, sin una traducción exacta. La lengua tiene su propia temperatura afectiva y eso es lo que exploran muchos relatos migrantes; verse despojados de ella muchas veces desnuda a quienes están sufriendo el desplazamiento. Una de las reflexiones más hermosas que he leído al respecto es La analfabeta, un relato autobiográfico de Agota Kristof, en que ella cuenta cómo se formó en la lengua húngara para luego tener que abandonar esa lengua materna por el francés, aprender a pensar y escribir en esa lengua que no era la suya. Cómo pasas de tener cierto conocimiento y estatus en tu lengua para quedar totalmente desubicado y desplazado en otra y el trabajo que supone insertarte, más todavía si eres un escritor. La migración es también un fenómeno de clase social y en ese sentido tal vez pudiéramos aventurar que ascender o descender socialmente son de algún modo, también, migraciones, viajes a países que no conocemos. Lo que ocurrió en el Cono Sur, bajo dictadura, supuso también una experiencia de este tipo: de pronto las fuerzas armadas del país se volvían contra sus propios habitantes y ocupaban las calles como si se tratase de un país extranjero. Se producía lo que llamamos el “insilio”, y el insilio tuvo su propia lengua poética, como lo muestran, por ejemplo, los poemas de José Ángel Cuevas en Chile. 

AP: Esta migraciones maravillosas que se permiten en el flujo este lenguas, costumbres y tradiciones es lo que Martha Bátiz menciona acá, pero además nos pone en la contemporánea e interesante pregunta de ¿si es necesario desplazarse físicamente para ser un migrante?

MB: El cambio natural que se da en la lengua, me parece, es otro tipo de migración. En un hogar donde los padres son migrantes pero los hijos crecen en el “nuevo” país, será tal vez esa lengua la que hablen mejor, y serán las costumbres e historia de ese país las que conozcan mejor también, lo cual es algo que vemos mucho en hogares hispanohablantes en un entorno anglófono, por ejemplo, en los cuales los hijos hablan en inglés entre ellos y aunque tengan apego al país de origen de sus padres, que puede ser incluso el mismo del nacimiento de ellos, su identidad está enraizada con mayor fuerza en todo lo concerniente al otro país. El lenguaje es, me parece a mí, una de las fronteras más importantes que se cruzan, acaso la más definitoria, porque la lengua construye la identidad. Y luego también pienso en casos como el de Las tres hermanas de Chéjov, esta obra de teatro inmortal, donde Masha, Irina y Olga anhelan irse a Moscú. Nunca lo logran, pero no hablan sino de eso. De alguna manera son migrantes también, incluso sin haberse movido de su casa, porque su mente y su espíritu viven en otra parte, están comprometidos con ese otro lugar con esa otra realidad. Es una especie de migración mental o espiritual, si se quiere, que nace del deseo de irse, de ya no estar más en ese lugar al que se está atado. No es necesario partir físicamente para estar ausente y vivir en otra parte. Sería interesante analizar qué tanto esta migración se da ahora a ese mundo paralelo que es el internet, y que ofrece la posibilidad de reinventarse y existir de mil maneras diferentes más allá de la pantalla. 

AP: Dunia Gras habla de las migraciones lingüísticas , de la fuerza de los colectivos que se integran en la diáspora, en donde se reúnen personas de tantos lugares y tantas realidades que se enriquecen mutuamente. 

DG: Sin querer banalizar el término, creo, desde luego, que hay también otras migraciones, no solo físicas y geográficas, como bien apuntas, sino que pueden ser de todo tipo, desde gastronómicas a ideológicas, lingüísticas (que ya has mencionado), mediales o digitales.  Aunque, pensándolo dos veces, todas ellas son, en realidad, migraciones lingüísticas, de algún modo, porque implican un cambio de materia, de lengua o idioma, de género literario o de interfaz; es decir, de código. 
A veces, pueden estar relacionadas con migraciones geográficas, en el sentido de que la distancia puede hacer verse a una misma, junto con el entorno y las propias creencias, desde otra perspectiva, y eso puede llevar a transformar las ideas que quizás incluso podían considerarse inmutables hasta ese momento. Esa misma movilidad puede poner a las autoras en contacto con otras y hasta crear colectivos -comunidad o comunalidad, como especifica Cristina Rivera Garza- que pueden contribuir a esos cambios. Proyectos como #Enjambre literario de Brenda Navarro, con el que empezó, La Comunidad y La Madriguera en Escribir es un lugar de Laia Jufresa, Sudakasa con Claudia Apablaza y Gabriela Wiener, enre otras, plataformas como Tusanaje con autoras como Paloma Chen o Julia Wong, Plataforma 0 y Articulando con Quinny Martínez Hernández, o antologías como Tsunami (2019) de Gabriela Jáuregui, por poner solo uno de muchos ejemplos, o reflexiones teóricas al respecto como las de Cristina Rivera Garza en Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación (2013, 2021), en buena medida a partir de su experiencia con la comunidad mixe, en Oaxaca, con referentes como Yásnaya Elena Aguilar, así como también en sus ensayos de Escrituras geológicas (2022), donde plantea esa interesante idea de la sedimentación, del aluvión, en la literatura, o en su edición, con Gisela Heffes, de Turbar la quietud. Gestos subversivos entre fronteras (2023), donde recoge las voces de escritoras que ransgreden límites espaciales y lingüísticos, invitadas a programas de escritura creativa -una experiencia también desarrollada, desde el otro lado, del de estudiantes que escriben, por Gabriela Polit en su edición de Contar historias: escritura creativa en el aula (2023)-. Y también, siguiendo con Rivera Garza, su propia práctica en textos como Autobiografía del algodón (2020) o El invencible verano de Liliana (2021). Y, desde luego, más allá, todas las lecturas compartidas que llevan a configurar esas distintas constelaciones migrantes.
Pero también pueden producirse sin cambiar de lugar, sino simple y precisamente de lecturas (y, por tanto, de perspectiva), y eso sucede con cada nuevo texto -entendido de forma amplia, sea libro, sea imagen, sea música, sea comida…- que, de algún modo, leemos e incorporamos: todo lo que crece, como apunta, de nuevo, Obligado, desde el título de ese segundo ensayito, de 2021 -que constituye, con el anterior ya citado, como un díptico sobre la escritura-, es decir, todo lo que nutre.

AP: Pensando en Clara Obligado, que tanto ha relacionado la migración con la naturaleza, nos lleva a recordar que somos eternos testigos de los fenómenos migratorios que, como se da en el mundo animal, es de manera cíclica y que por lo tanto no deberían de asombrarnos. Polit hace una linda referencia a esto.

GP: En Austin, al puente que cruza el río Colorado, vienen los murciélagos a aparearse en los meses calientes de año. Las mariposas monarcas, siempre pienso que fueron la inspiración de García Márquez para retratarnos a su Mauricio Babilonia, migran por miles desde Michoacán a esta zona de Texas. Las Yubartas, esas ballenas que recorren las costas pacíficas de nuestro hermoso continente y que dan nombre al premio literario que se lanzó en la última feria del libro de NY, son viajeras. Ese premio es un reconocimiento a la migración como un movimiento propio de la naturaleza. Toda migración es física, porque las palabras y las costumbres no viajan solas, necesitan de cuerpos que las reproduzcan, lenguas que las nombren, manos que las dibujen. Lo más duro de todo es que las políticas de contemporáneas han vuelto a los migrantes eso que Hannah Arendt dijo que fueron los judíos en la época nazi, parias sin ciudadanía que, al no poseerla, no pueden reclamar amparo del imperio de la ley, eso es lo que estamos viviendo ahora. Y esas reflexiones  de Arendt que parecía hablar del pasado está ahora más que nunca, muy vigente.

AP: La historia parece también ser circular, como la naturaleza, en el tema de expulsarnos los unos a los otros, de sacarnos de los espacios que habitamos para tomarlos. Pero no son solo los geográficos los espacios desplazados, son muchos otros espacios simbólicos como lo dice Mónica Velásquez. 


MV: Pienso en una migración “otra”, en la medida que es simbólica y genérica y muy en boga hoy y hago un matiz para hablar de un tipo particular de migración que ha estado dejando sus huellas en la literatura actual latinoamericana. Con lo primero, me refiero a la migración de/entre formatos, soportes y géneros escriturales. Si bien quienes escriben han sido siempre desobedientes de los mandatos de género, hoy es muy frecuente encontrarse con escrituras que mutan de rasgos haciendo cada vez más imprecisa su clasificación; más explícito el tratamiento de “sujetos nómades” mm (Braidotti) y más conscientes de sus modos de circulación “trans” o “post nacionales”; escrituras pues mutantes y migrantes.
Con lo segundo, me refiero a la migración académica de muchas autoras y autores que cambian su residencia para formarse académicamente. Ese desplazamiento deja también sus huellas en la escritura, no solo por la alusión erudita a sus lecturas y marcos teóricos o por sus personajes a veces tan leídos como ellos, sino porque su alta consciencia de variados modos de lectura puede incidir en contenidos y en formas de narrar/imaginar e integrar a quienes leen de manera más activa. Una migración creo que podemos tomar en cuenta. 

AP: Gabriela Polit menciona otro ejemplo de esto. 

GP: En este punto me parece importante mencionar Testo Junkie, de Paul Preciado, su descripción de la `migración’ de un sexo/género a otro, con esa minuciosidad de lo que la tecnología hace al cuerpo y cómo las hormonas lo transforman, es quizá la forma más desprejuiciada de hablar de cuerpos migrantes. En ese texto Preciado pone en duda todo tipo de fobia, la xenofobia, la transfobia, es un libro que documenta una cuestión fundamental de nuestra contemporaneidad y es de una riqueza cultural incuestionable. 

AP: Tomemos entonces esta idea de las huellas que la migración deja como el registro incuestionable del paso del hombre por el mundo y como el rasgo que más ha marcado la historia de los países y de los individuos. Escuchemos a Dunia Graz hablar sobre esto. 

DG: Y me parece importante destacar que estos cambios relacionados con la migración no solo atañen al sujeto migrante propiamente dicho, sino, afortunadamente, a toda la sociedad. Así, resulta curioso que muchos de los referentes supuestamente nacionales, en realidad, son producto de la migración, como los tacos al pastor en México, que, como bien es sabido, proceden originalmente de Oriente Medio. Y acaban por convertirse en clave identitaria. Esto sucede en todas partes (así, en Catalunya, de donde yo vengo, accidentalmente, los canelones son el plato típico de nuestra gastronomía, hasta el punto de ser esenciales en las fiestas navideñas… y proceden, como se imaginarán, de Italia). Actualmente, en España, en el mercado, se puede comprar yuca o plátano macho, algo impensable hace apenas diez o quince años. Quiero decir que no somos conscientes quizás, en el día a día, de todo lo que aporta el fenómeno de las migraciones, y que es una vía de doble sentido. 

Años atrás, las editoriales en España (que, en realidad, no lo olvidemos, se han convertido en transnacionales) “corregían” a lxs autorxs latinoamericanxs para hacerlxs encajar en una coiné supuestamente estándar, cuyo modelo era el español peninsular, como unidad de medida. Afortunadamente, esto ya no es más así -o no suele serlo y, en todo caso, puede ser algo residual, y lamentable- y, por el contrario, el respeto a las variantes lingüísticas se considera una ganancia, una riqueza, y eso amplía no solo el vocabulario, sino la mente de cualquiera que se acerque a esos textos, ya que también a través de ellos, y de la lengua, con sus diferencias, cualquier lector -donde sea que esté- puede viajar y comprender otra realidad, no tan lejana -como el viaje alrededor de la habitación propuesto por Xavier de Maistre-: esa es la magia de la lectura, que nos transporta a otros lugares y nos encarna en otras vidas, más allá de nuestra limitada experiencia.

AP: La industria editorial ha sido eslabón fundamental en la recolección de estas historias migratorias. Gracias a ella, el lector puede rendirse fascinado ante la fuerza de un libro que habla de esos cruces de fronteras. La crítica también sucumbe ante esa escritura que tanto tiene que ver con lo individual a la vez que con lo colectivo. Veamos qué dice Martha Bátiz al respecto. 

MB: La crítica se ha sumado desde siempre, y desde todos los ángulos, para hablar de las migraciones, tal vez siempre desde el sesgo subjetivo de la identidad. Eso es inevitable, no? Es decir, se habla de las migraciones que conocemos mejor, las que nos afectan, las que alteran el “ecosistema” del sitio en que vivimos, por lo tanto, no es de extrañar que en Europa se hable mucho más de las migraciones relacionadas con países árabes y africanos, que latinoamericanos, y que en Estados Unidos sean las migraciones que vienen desde Centro y Suramérica las que se abordan más. Pero hay estudios que hablan sobre la migración latinoamericana hacia ciertos países europeos en particular, también. Si uno hace una búsqueda rápida en los catálogos de las bibliotecas universitarias, que es el lugar donde yo buscaría estos recursos en primera instancia, los resultados van desde decenas hasta cientos de libros, artículos, capítulos en libros, bueno de todo. Y lo más interesante, me parece, son los trabajos recientes que abordan el fenómeno de la diáspora venezolana y su inserción en otros países latinoamericanos, que es algo que hemos visto en las noticias, que vemos en las calles, y que debe analizarse también con toda seriedad desde aquella torre de marfil que pareciera a veces no querer mancharse con el cochambre de la vida real. Es decir, hay de todo, solo hay que saber buscar. 

AP: Dunia Graz me recuerda nombres que han sido fundamentales en el estudio crítico de esa literatura. 

DG: A la crítica cultural (literaria, artística, política…) nada de lo humano le debería ser ajeno y, por tanto, por lo menos en mi concepción de lo que es, o debe ser, la crítica y, por extensión, en cualquier contexto, el pensamiento crítico debe sumarse, sin duda, al diálogo sobre las migraciones. Porque pocas personas se van de su casa por gusto, dejando todo atrás, incluso de un día para otro, en ocasiones.
Incluso escritores con una ideología conservadora en la actualidad, como puede ser el caso de Mario Vargas Llosa, reconocen la necesidad y los beneficios de los movimientos migratorios, como hiciera, por ejemplo, el hispano-peruano en “Los inmigrantes” (1996), una de sus columnas de su Piedra de toque (1990-2023). No se puede negar que las migraciones son motores en la historia de la humanidad, que se va transformando y configurando constantemente, a través del tiempo, gracias al intercambio que se produce por esos flujos y reflujos colectivos. Pero vale la pena subrayar que este intercambio es recíproco, como decía antes, aunque no se advierta (o no quiera advertirse): el conocimiento y la riqueza que aporta es en ambas direcciones, en realidad, aunque se niegue, y se reniegue, aunque se monopolice, se controle e incluso se coarte. Y, por tanto, hay que ser conscientes de ello para reconocer, valorar y equilibrar esa convivencia en el respeto mutuo.
En el ámbito anglófono y francófono, especialmente, los llamados estudios poscoloniales se han ocupado desde hace décadas de la importancia de las obras de quienes, más allá de compartir, en teoría, una lengua, ponen en cuestión la centralidad de las antiguas metrópolis coloniales y evidencian el valor de experiencias consideradas tradicionalmente periféricas y que, a partir de la circulación tanto de los textos como de quienes los generan, han pasado a un primer plano en el interés tanto de la crítica como del mercado editorial. Gracias a ello, además, han contribuido a desmontar también el statu quo y a dinamitar no solo el colonialismo heredado sino el neocolonialismo emergente, y a plantear, por tanto, la necesidad de discursos decoloniales en la actualidad.
Pero no hay que olvidar que también en el ámbito hispánico y lusófono, desde décadas atrás, se ha reflexionado sobre los efectos de la migración desde la Colonia, con voces como la de Fernando Ortiz, desde el Caribe, u otras que han continuado planteándose cuestiones como la aculturación y la transculturación, como hicieran tanto José María Arguedas como Ángel Rama, o la advertencia contra construcciones ideales del mestizaje, al abordar la heterogeneidad del proceso, como llevara a cabo Antonio Cornejo Polar.
A estos nombres hay que añadir muchos otros, sobre todo desde la perspectiva feminista de la crítica de las fronteras, como los de Gloria Anzaldúa, Sylvia Molloy, Rosi Braidotti, Silvia Federici, María Galindo o Rocío Quillahuaman, por poner solo algunos ejemplos, muy diversos. Por eso voy a remitirme apenas al capítulo de Valeria Canelas (“Feminismo migrante: la vida que camina”), dentro de la antología de ensayo feminista La desobediencia (2019), editado por Liliana Colanzi y publicado en Dum Dum editora, porque me parece que resume extraordinariamente el poder subversivo de la migranta, su capacidad de desestabilización, que “obliga a repensar los códigos de representación y las gramáticas de la protesta” (87), en el contexto de las relaciones patriarcales de poder y su práctica de la exclusión. Como sigue apuntando: “[e]l feminismo migrante es vida en movimiento que lleva consigo la clave para la supervivencia de la especie y del planeta en su conjunto. Si analizamos los mapas migratorios podemos ver en su reverso la historia del capitalismo penetrando en distintos territorios, expoliando, arrasando la vida que encuentra a su paso. La historia del capitalismo extractivista y sus violencias está inscrita en el relato de las mujeres que migran” (89). En esta línea, recomiendo, a quien no la haya visto todavía, la performance Trenzar: raras, santas, mestizas que en 2022 realizaron Lina Meruane, Cristina Rivera Garza y Gabriela Wiener en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), de la que incluyo el enlace en el texto, en la que esos textos entrelazados rindieron homenaje a esas migrantas, orígenes de vida en movimiento desde el principio de los tiempos: https://www.cccb.org/es/multimedia/videos/cristina-rivera-garza-lina-meruane-y-gabriela-wiener/240396

AP: Sumemos a esto lo que Lorena Amaro dice. 

LA: Hay muchísimos textos que abordan esto, recuerdo un libro muy bonito que leí a principios del siglo, de Abril Trigo, “Memorias migrantes”, sobre la migración uruguaya. No sé si era en este u otro texto que Trigo explicaba cómo la conciencia migrante se reparte entre un “aquí y ahora” y un “entonces, allá”, y que esto va dejando también sus marcas en la escritura.  Entre muchos textos posibles para entender estos fenómenos me interesa sobre todo uno escrito a dos voces, por Ana Kiffer y Gabriel Giorgi, “Las vueltas del odio. Gestos, escrituras, políticas”, publicado en 2020 por Eterna Cadencia, en Argentina. No es específicamente sobre la migración, pero creo que nos ayuda a indagar en la relación entre violencia, discurso público y literatura en el tramado neoliberal en que se están produciendo los desplazamientos y la subalternización de los desplazados y minorizados socialmente.

AP: Al igual que los Estados Unidos, Canadá es un país de migrantes, un punto de encuentro, pero ¿qué país no lo es hoy? Quienes luchan por estar fuera de la multiculturalidad y regresar al tiempo de las fronteras cerraras, tienen no la batalla, sino la guerra perdida. La pearmibilidad de las fronteras es incuestionable. Escuchemos a Martha Bátiz, escritora mexicana radicado ya por tanto tiempo en Canadá. 

MB: Al vivir en Canadá, la migración forma parte cotidiana de mi vida: de lo que veo en las calles, de lo que leo en los diarios, de la realidad a mi alrededor. Aquí todos venimos de otra parte, y Toronto está reconocida como la ciudad más multicultural del mundo. Por lo tanto, la literatura canadiense se ocupa mucho del tema.  Creo que las migraciones además se abordan con igual fuerza desde el punto de la no-ficción (cuando se habla de casos reales, de derechos humanos, de pobreza, xenofobia, discriminación, racismo y crisis humanitarias), así como desde la ficción, que es donde lo que en otros ámbitos se reduce, tal vez, a meras cifras o anécdotas lejanas y nebulosas, se transforma en seres concretos con cuyos retos se puede empatizar, y a través de cuyas experiencias es posible asomarse a esa realidad, y la literatura hispano-canadiense, por ejemplo, se ha ocupado mucho de eso aquí, aunque todavía no se le estudia con el detenimiento que merece. Y la literatura no se ocupa solo de la persona que se va, que es la que llega a un sitio nuevo, sino de la reacción de aquellas personas que viven en este mundo que ahora va a cambiar precisamente porque ha llegado esta nueva población, con sus costumbres, lengua, acento, vicios y virtudes. Creo que hoy más que nunca esta función que ofrece la literatura – la de ser el microscopio bajo el cual se analiza el fenómeno y, al mismo tiempo, espejo en que se muestra esa realidad- es vital para entender el mundo en que vivimos, y seguir de cerca los cambios que en él se están generando. 

AP: Es más incluso países que parecen están fuera de corrientes migratorias, están dentro de ellas, como el caso de Bolivia. Escuchemos a la crítica boliviana Mónica Velásquez opinar sobre esto. 

MV: Bolivia está aparentemente fuera de mm corrientes migratorias. Digo aparentemente porque si bien no tenemos las enormes fricciones fronterizas del norte, sí ha existido siempre la migración interna y la migración hacia países vecinos por causas laborales, lo que ha derivado en esclavismos y en reflexión sobre nuestra constitución de comerciantes de paso, por ejemplo, en la reciente novela Seúl-Sao Paulo de Gabriel Mamani Magne.
Llamo la atención sobre la obra de una escritora boliviana que cito con frecuencia y sigue siendo un verdadero surtidor verbal para pensar, Blanca Wiethüchter. Ella, hija de migrantes, desarrolló una fuerte sensibilidad tanto con quienes habitan un territorio ajeno en el que pactan identidad y pertenencia como con quienes, habitando su propio país, ven relegado su idioma y cosmovisión y deben traducirlo a un español común (es el caso tratado en su poemario Sayari sobre migrantes quechuas, dentro de Bolivía,  los ayoreos negados en Santa Cruz en El verde no es un color o una pareja de austríacos que intenta innitilemnte sembrar un jardín en plena La Paz, en la novela El jardín de Nora). Recientemente, la estudiosa Magdalena González-Almada también ha estudiado estos procedimientos en autores bolivianos de raíz indígena que publican en formatos bilingües dentro de su propio país, como Elvira Espejo y Elías Caurey.

AP:  Veamos como Gabriela Polit nos actualiza sobre lo que está pasando en su país de origen: Ecuador. 

GP: Las novelas más recientes de escritoras ecuatorianas abordan de lleno el tema de la migración. Yuliana Ortiz Ruano cuenta la migración de la familia de Ainoa, la protagonista de Fiebre de carnaval, desde una isla pequeña en el pacífico chocoano a la ciudad de Esmeraldas. Gabriela Ponce en Sanguínea, narra el viaje de una joven en crisis a España, donde vive su embarazo y deja a su hijo en adopción; Daniela Alcívar en Siberia, cuenta el traslado de su personaje que vive en Buenos Aires y vuelve a Ecuador. Julia Rendón explora la migración en su novela Lengua ajena.
En Los libros de otros, yo misma cuento la historia de una mujer que viajó a los Estados Unidos donde se hizo madre y se volvió bibliotecaria. La migración es un rasgo muy propio de la historia ecuatoriana y es imposible que no aparezca de alguna manera u otra en su arte y literatura. La película de Tania Hermida Que Tan Lejos, estrenada en 2006, fue un éxito taquillero, porque habló de la migración desde el vacío que se experimentó en los pueblos andinos por la masiva ola de gente que salió, principalmente a España, a inicios del siglo, debido a la crisis económica. Ahora mismo, Ecuador además de mandar migrantes por la ola de violencia y de pobreza que azota el país, también es un país que recibe gente de Venezuela. Ese es un libreto nuevo para los ecuatorianos, y pese a que casi todas las familias tienen a uno de sus miembros viviendo fuera, no deja de existir un discurso xenofóbico. El podcast CRONICAS AL BORDE de Giuliana Zambrano, colaboradora de Hablemos Escritoras, tiene toda una temporada dedicada a la migración y recoge historias conmovedoras de los migrantes venezolanos que llegan o pasan por Ecuador. 
Diría que la primera novela moderna ecuatoriana, A LA COSTA, de Luis A. Martínez, relata la historia de la migración interna, y da cuenta del traslado de la gente de la sierra que salía de una economía latifundista y viajaba a la costa del país, donde se desarrollaba una economía asalariada en las plantaciones de cacao.  La migración está en el nacimiento de nuestra nación.

AP: Las herencias migrantes de los autores y autoras se entremezclan con la historia y el momento actual en obras que vienen de toda Latinoamérica, como bien nos lo hace notar Lorena Amaro. 

LA: El cuerpo que yo trabajo es sobre todo autobiográfico y autoficcional, así que se pueden imaginar cuántos de estos textos remiten precisamente a esta cuestión. En Chile, por ejemplo, el crítico Rodrigo Cánovas ha trabajado específicamente a autobiógrafos como Benedicto Chuaqui, de origen sirio, o a un corpus de escritores de origen judío y de familias provenientes desde el extranjero. La experiencia de la migración es contada en primera persona tanto por quienes la han sufrido en carne propia, como en el ejemplo que di, de Kristof, como desde los descendientes de los migrantes -un libro muy conocido y muy actual es Volverse Palestina, de Lina Meruane-. Pero creo que también muchas novelas actuales construyen una mirada lúcida sobre lo que está ocurriendo. Una novela que me parece fundamental es Las tierras arrasadas, de Emiliano Monge, sobre la migración centroamericana a través del territorio mexicano. Las novelas de Yuri Herrera, también, dan cuenta de los desplazamientos, particularmente de la infernal frontera entre Estados Unidos y México, particularmente Señales que precederán el fin del mundo. Valeria Luiselli aborda esto también en Desierto sonoro, aunque desde otra perspectiva. En Chile hay ya por lo menos dos volúmenes de relatos que abordan el fenómeno en el país: “Trasandinos”, compilado por Jorge Fondebrider, y “Vivir allá. Antología de cuentos de la inmigración en Chile”, antología de Antonio Briones y Felipe Reyes. A estos títulos hay que sumar varios más, por ejemplo la última novela de Daniela Catrileo, Chilco, protagonizada por una hija y nieta de migrantes peruanas de origen quechua, que se empareja con una mapuche de la imaginaria isla de Chilco. Otras migraciones se cruzan con las de ellas en la novela, como la de una de sus protagonistas haitianas. El libro básicamente confronta a sus lectoras y lectores con ese crisol de culturas y afectos que produce el desarraigo, y con la creación de nuevas familias que no son necesariamente las de la sangre, otra realidad que se impone en las vidas tocadas por la migración.

AP: Y si hay un país en el mundo y una región que ha puesto un énfasis extraordinario en la revisión y el estudio de la literatura migrante es España y en términos generales Europa. Los estudios que se han extendido en el campo crítico tienen como características revisar y dar marcha a tras a una visión europeísante y que por lo contrario están reconociendo deudas y herencias que han recibido desde tantos lugares del mundo. Escuchemos esta interesante reflexión de Dunia Gras al respecto. 

DG: En este momento, este es uno de los ejes principales de la investigación en la academia, no solo en España o en Europa, sino en general, en todas partes: me refiero a los estudios sobre migraciones y, muy especialmente, desde la perspectiva de género. A la vez, es también uno de los principales ejes temáticos de la literatura en el mercado editorial, en distintas lenguas y geografías. Así que ahí estamos muchxs escribiendo acaso el mismo libro, remando en la misma dirección, desde distintos lugares geográficos y desde distintas líneas de investigación, aunque pueden resultar también convergentes. 
Solo a modo testimonial mencionaré que están a punto de aparecer tres volúmenes en los que he participado como coeditora y que giran, de un modo u otro, en torno a esta cuestión. El primero surgió como proyecto ya en 2018, en el marco del congreso de los hispanistas alemanes (Hispanistentag), con la propuesta presentada junto con Victoria Torres (Universität-zu-Köln, Alemania) del coloquio internacional Constelaciones y redes literarias de escritoras latinoamericanas actuales entre América y Europa, que tuvo lugar en Berlín en marzo de 2019, y del que surgió un volumen homónimo, que se retrasó por la pandemia (y sus consecuencias en la pospandemia) y que saldrá en breve, por fin, en la editorial académica Peter Lang. También con este sello, está por publicarse el volumen Redes excéntricas. Poéticas y circulación transatlántica (1985-2023), que he coeditado junto a Tania Pleitez (Università degli Studi di Milano) y Edgardo Dobry (UB). Y, finalmente, junto a Josebe Martínez (UPV) y Constanza Ternicier (UAB-UB), en Iberoamericana, el libro Condición de extranjería. Exocríticas y estéticas migrantes, que es resultado del proyecto Condición de extranjería. Escritoras latinoamericanas actuales entre América y Europa en el s. XXI, que estoy codirigiendo junto a la colega ya mencionada del País Vasco.
Por ello, me parece muy adecuado, además, emplear el término de corpus, que algún colega, supuesto teórico de la literatura, incluso ha ridiculizado, cuando, en cambio, filósofos como Jean-Luc Nancy han demostrado la vinculación esencial, relacional, en la construcción de mundos a partir de su concepto de mundus-corpus, que desarrolla, precisamente, en Corpus (2008): el mundo es, después, un mundo de cuerpos, en el que el cuerpo es el espacio que abre, toca y crea, justamente el mundo. Y porque, efectivamente, se está construyendo un mundo y un cuerpo, físico, de y con textos, de palabras, sonidos e imágenes, pero también de carne -de quienes lo viven y escriben-, y de papel o pantalla, que va dando forma a distintas experiencias migratorias. Es un cuerpo proteico, multiforme, mutante, que no obedece acaso al canon de belleza habitual, que puede incluso verse como monstruoso, desbordado y desbordante, hasta fuera de este mundo -como sugiere el término alien, en EE.UU., en inglés-, cuando no hay nada más humano que migrar, como han puesto de manifiesto los estudios demográficos, arqueológicos, antropológicos y también genéticos. Esto me hace pensar en ese hermoso y emotivo texto de Laura Restrepo, “Oración a Lucy”, en Canción de antiguos amantes (2022), dedicado a nuestra antepasada común, Lucy Australopithecus Afarensis, “llamita naciente y mutante” (347), “abuela nuestra, alaleisho, grandma, nonna, àvia, aljada, amona” (348), cuando dice: “mira no más qué muchedumbre, somos miles y miles las que recorremos los caminos de esta tierra todavía buscando, como hiciste tú, un lugar donde una vida amable nos abra la puerta” (348). Desde África, más de tres millones de años atrás, hasta ahora. Algo tan simple, y tan difícil, como encontrar una vida amable que permita entrar en algún lugar donde sea posible ser y estar, crecer y vivir.
En mi región, y me refiero especialmente a España -no tanto en el resto de Europa, que lleva la delantera-, está justo comenzando a producirse una literatura que surge de las vivencias en primera persona de inmigrantes, de primera o segunda generación, en su mayoría. Y a ello contribuyen no solo las escritoras, sino también editoras, agentes literarias, scouts, gestoras culturales, traductoras, que también comparten esa misma experiencia.
Como decía, esto ya se ha dado en otros países europeos donde la experiencia de la inmigración se ha producido con anterioridad, mientras que España fue, durante décadas, un país de emigrantes -algo que parece, a veces, olvidar por la falta de empatía con quienes llegan porque tuvieron que irse de sus lugares de origen-, como fue el caso de los españoles que tuvieron que exilarse tras la Guerra Civil, por razones políticas, por el franquismo, pero también por la falta de oportunidades económicas en los años sesenta y setenta del pasado siglo, y que ha vuelto a ocurrir en el presente, tras la crisis de 2008, con una generación de jóvenes muy preparados que tuvo que buscarse la vida por el mundo.
Por este motivo, me parece importante que haya escritoras españolas que rindan homenaje y reconozcan su deuda con autoras latinoamericanas, como es el caso de Luna Miguel y su Coloquio de las perras (2019), en homenaje al ensayo homónimo de 1990 de Rosario Ferré, o su complicidad con Lina Meruane en El coloquio de las quiltras (2024), pero también de otras, de distintas generaciones, como Marta Sanz, Paula Bonet o Andrea Genovart, que las mencionan en sus entrevistas y cursos, como el de Invulnerables y vertebrados. Salud mental y somatización: el cuerpo y el malestar contemporáneo (febrero 2024), al que asistí recientemente, por mencionar solo un ejemplo, en el que los nombres de Lina Meruane, Cristina Rivera Garza o Gabriela Wiener, nuevamente, no pararon de repetirse. 


AP: Fascinante es entonces hacer un recorrido entre la obra de escritores y escritoras que buscan abordan el tema desde tantos ángulos. Basta hacer una búsqueda en nuestra página web de Hablemos, escritoras, en la sección de tag con la palabra #migración, para que el sitio arroje una gran cantidad de nombres de escritoras que hablan del tema desde distintos ángulos. Como las que nos recuerda Mónica Velásquez

MV: En ficción: Brenda Navarro con Cenizas en la boca pudo conmoverme tremendamente por focalizar la migración México-Estados Unidos (quizás la más presente en nuestras referencias) desde la madre que se desplaza y la hija que debe devenir madre y cuidar a su hermano; también nos deja ver lo irreductible del tema y las múltiples aristas de análisis entre las condiciones de los países expulsores y los temores de los países receptores.
En crítica, destaco el libro del CISAN de la UNAM: Cruzando la frontera: narrativas de la migración, literaturas. Editado por Graciela Martínez-Zalce y Aaraón Díaz Mendiburo. Me parece un buen ejemplo de cómo analizar el tema con varias metodologías y teorías. Sea partiendo de la condición de “extranjería” elaborada por Kristeva, los postulados de Bauman y Appadurai en relación a la migración y la modernidad, o la problematización de la misma idea de geolocalización en épocas digitales, como se elabora en los trabajos de Ángel Esteban y Jesús Montoya Juárez, por citar algunas fuentes teóricas.

AP: Tarea sobrada nos queda con las recomendaciones de Lorena Amaro 

LA: Me gusta mucho un libro muy particular, que construye una de las narradoras más odiosas y desconcertantes que he conocido en los últimos años, Buena alumna, de Paula Porroni, que muestra el ir y venir de una argentina de clase media alta, un poco venida a menos, en busca de un postgrado en Inglaterra. Ella ha dejado en suspenso sus estudios por diez años, por lo que las posibilidades de que la contrate una universidad importante en su área, que es la Historia del arte, es muy difícil. Debe conformarse, entonces, con trabajos menores, y unas clases en una universidad que la protagonista describe como de segunda categoría. Hay mucha violencia en el lenguaje de ella, en cómo observa ese mundo al cual, sin embargo, no quiere renunciar, por mucho que lo esté viviendo con una precariedad a la que no está acostumbrada. Es un libro muy genial. Un poco en esa línea hay otro, de Carla Maliandi, La habitación alemana, en que una argentina viaja a Heidelberg, donde estudiaron sus padres y vivieron con ella cuando era aún muy pequeña. Allí se instala en una residencia para estudiantes, aunque no piensa estudiar. Se encuentra en una especie de paréntesis existencial. Y otro libro que me deslumbró fue Yo maté a un perro en Rumanía, de la escritora peruana y radicada en Noruega Claudia Ulloa Donoso. La narradora es una migrante latinoamericana (no dice de qué país) que vive en Noruega y viaja a Rumanía con un amigo de ese país. Ambos han migrado a Noruega, donde se conocieron, y comienzan ese periplo, sobre todo por el campo rumano, en un momento de muchísima oscuridad para ella, que vive una depresión y se medica por eso. Así vamos leyendo su “lost in translation”, que curiosamente se va transformando en una especie de reencuentro con su propia cultura. El campo rumano la va remitiendo a recuerdos de su propio país. Es una novela muy interesante, que se detiene bastante en los eventos lingüísticos y las experiencias asociadas a esto, a la traducción, un tema que Ulloa trabaja muy bien.

AP: La movilidad de los escritores y los pensadores, conflictúa aún más de dónde es la escritura. ¿Es migrante el que estuvo fuera y después regresa? Pienso siempre en esto en Betina González quien en su tiempo en Estados Unidos mientras estudiaba escribió tanto en su calidad de observadora y ahora que ha regresado a Argentina ha perdido este status? Dunia Gras da otros ejemplos de escritoras y de la gran magnitud que escribir desde la diáspora es como acto político. 

DG: En algunas ocasiones, el propio tema de la migración, de un modo u otro, aparece representado, en primer plano o de fondo, de forma más sutil o abiertamente reivindicativa, pero tampoco sucede así todo el tiempo, no necesariamente, ni creo que deba suceder para considerarlo parte del corpus migrante, que, como he dicho, es múltiple. Algunas escritoras se han ido quedando en otro lugar, otras retornan, aún otras se plantean apenas la posibilidad y dudan, oscilan, en ese espacio de incertidumbre en el que incluso arraigan y habitan, entre espacios. Porque está presente, en cualquier caso, en la lengua atravesada por fronteras (políticas), en la distancia, en las lecturas entrecruzadas, en esa mirada otra.

Afortunadamente, son legión. Algunas las he mencionado ya. Es imposible citarlas a todas, porque siempre quedará alguna fuera (y lo lamentaré). Y son fundamentales, todas ellas, porque cada mirada suma una perspectiva desde un ángulo distinto que va configurando esa imagen colectiva, a partir de experiencias individuales diversas. Y por eso me resulta difícil -por no decir imposible- elegir. Diría que tienen en común, no obstante, la plena conciencia de que cada discurso cuenta y que tomar la palabra es un acto político, como lo son también los cuerpos en movimiento en el que habitan las palabras de esos discursos. Por ello, rompen barreras no solo espaciales sino temporales, y reconocen la tradición, toda una genealogía -una genealogía de escritoras- a la que se remiten y rinden homenaje, desde el inicio de los tiempos, reconstruyendo esa línea y reconociendo, agradecidas, su deuda. Y también rompen fronteras, y abrazan a otras nacidas en otros lugares del mundo, no solo en América o Europa, y que escriben en otras lenguas, atravesadas también. Una comunidad migrante sin límite de espacio ni de tiempo.
 
AP: De las integrantes de esta mesa LAM cuatro somos migrantes de nuestros países a los que regresamos de manera continua con toda la carga emocional de vernos divididas entre esos dos territorios: Martha Bátiz, Gabriela Polit, Gisela Kozak y yo. Estudiar la migración es para nosotros una manera de sobrevivir y de hacer sentido a la vida. Acá algunas lecturas obligadas para ellas.

MB: Una de mis escritoras más favoritas del mundo mundial, si me permiten decirlo así, es María Fernanda Ampuero. Y uno de sus cuentos que más me gustan (lo cual es difícil, porque la mayoría me encantan) es el que abre su libro más reciente, Sacrificios humanos. El cuento se titula “Biografía”, y está de hecho basado en un episodio que parece arrancado de una película de terror y que ella misma vivió en su búsqueda de trabajo en España, donde reside. Es un cuento fundamental, me parece, para entender lo que significa ser latinoamericana y vivir sin documentos en aquel país. María Novaro en su película El jardín del Edén, que filmó en 1994, aborda esta problemática desde el punto de vista de la descendiente de latinoamericanos que crece en Estados Unidos y termina sin ser ni de aquí ni de allá, y lo hizo en un momento en el que no se hablaba mucho de esto todavía. Y no se puede hablar de esto sin mencionar a Valeria Luiselli y Desierto Sonoro/ Lost Children Archive. Y si se vale agregar esto, yo misma en mi más reciente libro No Stars in the Sky toco el tema en varios cuentos, pero quizá el más directo sea “The Other Side”, donde intenté plasmar la experiencia de un par de menores que cruzan la frontera entre México y Estados Unidos completamente solos y llegan a los campos de detención que parecemos haber olvidado pero que siguen ahí, deshumanizando y dejando marcadas para siempre a tantas criaturas indefensas. Las migraciones son un tema que no pasa ni pasará de moda porque el mundo ha sido siempre y se está volviendo todavía más violento, poco hospitalario, peligroso, tan invivible, que millones de personas seguirán yendo en busca de mejores lugares donde vivir. Y aunque cada una de sus experiencias sea distinta, todas serán dolorosas, incluso aquellas disfrazadas de privilegio, porque uno nunca se va del sitio donde ha aprendido a amar la vida por voluntad propia, así nada más. Y al dejar atrás el país de uno se sufre una especie de amputación espiritual, que pesa en el alma, y nuestro país que, al irse, uno descubre que es parte de nuestro cuerpo, se transforma en un miembro fantasma: ese brazo o esa pierna que antes estaban ahí y que ahora nos hacen falta, y que desde la ausencia nos siguen doliendo. Eso último lo sé de cierto porque así lo he vivido yo. 

GP: Empecé hablando de Gabriela Wiener y mencioné algunas de las obras de escritoras contemporáneas ecuatorianas que abordan directa o indirectamente el tema. Creo que Autobiografía del algodón de Rivera Garza es un gran libro que, al hablarnos de la migración de su familia, cuestiona los cimientos de la construcción de la idea del mestizaje, cimiente de la identidad moderna en México y en América Latina. Desde donde vivo y escribo, un referente importantísimo para es Sylvia Molloy, y sus varias reflexiones sobre la escritura desde fuera. Su novela El común olvido es una obra de migración, Vivir entre lenguas hablade migración y dislocamiento. Este término con el que Gisela Heffes junto a Rose Mary Salum y otros y otras escritoras latinoamericanos que vivían/viven en los Estados Unidos, decidieron nombrar su lugar de enunciación. Entre ellos está Ana Merino, Rivera Garza, Sylvia Molloy. No se puede no hablar de migración al considerar la obra de todas estas escritoras que viven en los EEUU desde hace poco o desde hace décadas y cuya obra aborda directa o indirectamente eso que colegas españolas (Dunia Gras y Josebe Martínez, entre otros, llaman Condición de extranjería). Quizá HABLEMOS escritoras sea el mejor repositorio de obras de este tipo, y sería el primer lugar al que yo enviaría a mis estudiantes si quisieran escribir sobre la literatura latinoamericana contemporánea escrita en/desde EEUU. Entre sus autoras están, por su puesto, Rose Mary Salum, Gisela Heffes, en otras latitudes están Mariana Graciano, Sara Cordon, Carmen Boullosa, en NY. En su momento Luisa Valenzuela y María Negroni, antes de su regreso a Buenos Aires. Margarita Saona en Chicago, María Mínguez en la costa oeste. Claro que estoy dejando muchísimas autoras por fuera, pero más que una larga lista de escritoras que viven lejos de su país de origen me parece indispensable entender cada propuesta estética en contexto. El motivo por que dejaron su lugar de nacimiento, el encuentro con otras lenguas, el lugar que ocupan en esa sociedad que la acogió, la crianza de hijxs en culturas distintas, Todos estos son factores que se reflejan en las obras y que hacen que las propuestas estéticas y políticas varíen. A mí, la propuesta de Wiener me parece interesante, porque habla de migración, pero también de colonialismo, habla de regímenes de sexo-género, y nos hace entender la migración con nuevos ojos.

AP: Sirvan estas muchas ideas y recomendaciones de lecturas para regresar a repensar de qué migraciones estamos hablando, de quienes lo hacen y para quién. Cerremos esta totalmente fascinante conversación con esta lectura de Dunia Gras.

DG: Para terminar, quisiera citar unos versos de Julia Wong, de su poemario Pessoa por Wong (2018): “¿Para qué voy a quedarme en un lugar y echar raíces si los/ problemas de la tierra no me dejan ver la transparencia del cielo?” (“Poema”) y “Nada hay más que infinito./ Mires donde mires,/ en el ojo de pez redondo se juntan la almohada y la rutina,/ ese pecho cilíndrico rebosando de té,/ y nada más que infinito” (“Yurta”).