AP: ¿Qué tal? Una vez más, bienvenidos a este espacio de Hablemos, escritoras, en donde producimos podcasts, reseñas, somos también una biblioteca y una enciclopedia con lo mejor de la literatura por escritoras de origen hispanohablante. Y si viven en los Estados Unidos, nuestra tienda Shop Escritoras Books, y si viven en cualquier lugar del mundo, nuestra tienda de audiolibros en Libro FM.Hoy tenemos el gusto de recibir a una escritora colombiana que es poeta y además una gran promotora de la literatura. Ella es Andrea Cote. Yo soy Adriana Pacheco y me da muchísimo gusto tenerlos una vez más en este espacio. Comenzamos.
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AP: Pues el repositorio en Hablemos, escritoras de escritoras de Colombia está creciendo poco a poco. Nos da muchísimo gusto que en las últimas semanas tuvimos conversaciones muy interesantes con Penguin Random House en Colombia. También tuvimos una conversación con las coordinadoras de las bibliotecas de varias ciudades ahí. Es muy lindo lo que está sucediendo, lo que está pasando en esa escena literaria. Y bueno, por supuesto hay muchísimas colombianas en la diáspora y hoy tenemos a una de ellas. Me da muchísimo gusto recibir en este micrófono a Andrea Cote. Bienvenida, Andrea.
AC: Hola, Adriana. Muchísimas gracias por invitarme a conversar con Hablemos, escritoras y contigo en este día.
AP: Al contrario, pues ya me estás contando fuera del micrófono que estuviste en tu país antes de las fiestas navideñas. Qué lindo, qué gusto oír y retomar todos esos recuerdos y las costumbres y tradiciones. ¿Verdad? ¿Qué tal estuvo tu viaje?
AC: Estuvo muy bien. Yo tuve la oportunidad de participar en una feria del libro en Barranquilla y Barranquilla es la desembocadura del río Magdalena, que es el mismo río junto al cual yo crecí. Cada vez que yo voy a Colombia, yo siento como que regreso a la raíz, pero lo que pasa es que para mí la raíz es un río y estar con el río siempre me colma, me ensancha. Además, el río me pide, que eso es lo más importante. Y bueno, como también te dije, traje una maleta de café para poderme proteger del frío, del invierno, pero también de la distancia. Así que en esas estoy.
AP: Es una es una cobija que te traes para cubrirte. Qué maravilla. Pues empecemos con tu obra que me parece muy interesante, pero antes de ir específicamente a la tuya en individual, me gustaría hacer un reconocimiento sobre el libro que haces, Pájaros de sombra, 17 poetas colombianas, 1989, 1964. Y me parece muy bueno cuando una poeta o una escritora regresa los ojos a sus colegas, a otras que la antecedieron. Cuéntanos un poco sobre este proyecto tan lindo. ¿Qué es para ti la base más importante del rescate de obras de poetas de tu país? Y sobre todo, ¿cómo seleccionar a qué poetas pones en una antología? Sí, verdad que complicado.
AC: Bueno, mira, este es un libro. Gracias por traerlo a colación porque este es un libro muy importante para mí desde muchos puntos de vista. Fue una oportunidad para poder pensar y formular una serie de ideas que yo tenía sobre el estado actual de la poesía colombiana y particularmente sobre el rol particular de las mujeres en ese estado actual. Yo empecé a hacer ese libro por invitación de una excelente poeta mexicana llamada Jeanette Clariond, que tiene una colección donde ella ha pedido a varias escritoras o actores de distintos países del habla hispana que hagan un capítulo de lo que es como una especie de gran mapa de escritura reciente de mujeres poetas, donde cada uno de los tomos de este capítulo, de este gran mapa, se llama de alguna manera sombras. Entonces, por ejemplo, el texto de la poesía argentina se llama La doble sombra. El texto de la poesía mexicana me parece que se llama Sombra roja. Sí, exactamente. Y el de la poesía colombiana se llama Pájaros de sombra. Entonces ella nos dio como estos lineamientos que eran básicamente dos cosas. Puedes hacer una selección y el número era exacto, 17, lo cual me parecía muy interesante porque era un número que como que no quiere decir nada, no se compromete con nada.
AP: ¿Por qué no 15 o por qué no 16 o 18?
AC: Sí, exacto. Y sombra, pues que detrás de la palabra sombra hay una serie de resonancias que bien sabemos que tienen que ver con la conceptualización del papel de la mujer y de lo femenino en la historia del conocimiento en occidente, bien sea por el sol negro, bien sea por la idea de que el orden y el poder de seducción y de creación que viene de esa otra edad, que es la feminidad, es siempre como un reverso, pero es un reverso significativo. Entonces, a propósito de esa invitación de Jeanette, yo empecé a hacer la selección, que como todas las antologías y todas las listas es la gran curaduría, es justamente lo que no está, es decir, es imposible hacer una selección que lo incluya todo. Entonces uno se tiene que zanjar por la idea de muestra. Para mí era muy importante mostrar las diferentes texturas, voces, contextos y experiencias que componen el mapa literario de las mujeres poetas de mi país. Entonces, para no hablar mucho, porque realmente me gusta mucho hablar de este libro, te voy a decir varias cosas que yo creo que son importantes. La primera, la selección de la antología me demostró que, a pesar de el deseo de inclusión, la temperatura se mide un poco a propósito del hecho de que los canales de reconocimiento y de publicación están más abocados a reconocer autoras que están en las ciudades capitales, como Bogotá, Medellín, Cali. Sin embargo, hay voces aquí de San Andrés, de la Costa, del Valle, pero siento que debe haber más y que esto corresponde a el modo en que funciona, como el proceso de reconocimiento. Entonces debe haber también más concursos regionales. O sea, sirvió para darme cuenta de que valía la pena alzar la voz sobre eso. Por otra parte, yo organicé la antología en un orden decreciente. Es decir, puse primero a la poeta más joven de esta selección, que era María Gómez Lara, y de última a la poeta que nació primero, que era Yirama Castaño. Y esto lo hice porque yo creo que parte del trabajo, y de ahí también por qué hice la antología, que tenemos las escritoras de este momento que, por diversas razones, pero sobre todo por el trabajo previo de muchas mujeres y hombres que han alzado la voz por la igualdad, tenemos más espacio, más reconocimiento, más posibilidad de lo que tuvieron las autoras antecesoras. Entonces siento que en alguna medida somos precursoras de esas otras autoras que tenemos que ayudar a que se publiquen nuevamente, a que se organicen sus archivos, que hay muchas de ellas que por distintas razones no han recibido ese espacio que deberían tener. Esa es una cosa. La tercera cosa es que sí reveló esta antología una extensión del territorio colombiano hacia la diáspora, que era algo que tú mencionabas al principio del podcast. Hay varias escritoras aquí que están escribiendo por fuera del país o que han estado en algún momento fuera del país, como la misma María Gómez Lara, con la que empieza la selección, o Tania Ganitsky, que es una poeta muy importante que regresó al país ahora. Y esas escritoras han ampliado el espectro del territorio hacia otras tradiciones, hacia otras maneras de conectarse con otras lenguas y hacia las identidades mixtas, porque hay también algunas de ellas que son de Colombia pero de alguna manera también tienen raíces en otros lugares y en el afuera.
AP: Qué maravilla. El prólogo es muy lindo y además el prólogo te da muchas ideas de que también ellas mismas como escritoras están en evolución y ese panorama lo puede dar no nada más esta antología, que está incluyendo a varias, sino también el momento en el que están escribiendo y eso es muy importante. Hablas de manera muy particular de la obra de escritoras y de las características que las escritoras tienen. Por ejemplo, dices trabajar en las ruinas de la realidad y el lenguaje, como una de las características de la obra de escritoras. Escribir por desobediencia, con desesperación y sin esperanza, esas otras características que tú piensas tienen ellas en el punto de hacer una diferencia, que no es de género forzosamente, sino sobre todo es de visión, una mirada. Cuéntanos un poco acerca de estas apreciaciones y en particular sobre las ruinas que tú encuentras que ellas recogen y esta escritura que viene a contracorriente. Tú hablas de desobediencia, de desesperación y sin esperanza, pero también es de reto, ¿verdad? Cuéntanos un poco sobre esa experiencia en el momento de leerlas en conjunto.
AC: Yo ya tenía la intuición, leyendo a mis contemporáneas y también viendo la escritura de jóvenes autoras que de pronto participan en algunos talleres o en el programa de escritura creativa al que hago parte, yo ya tenía la impresión por esas experiencias de que había una asociación recurrente entre la escritura de las mujeres y la noción de riesgo. Es decir, que las mujeres estaban tomando más riesgos, pero no lo tenía muy claro hasta que leí un ensayo que menciono en este prólogo de una escritora norteamericana que se llama Alice Notley, en el que ella afirma que la razón de esta identificación entre riesgo y escritura de mujeres que ella también reconoce en su propia tradición es que durante muchísimos años, siglos, las mujeres se acostumbraron a escribir para nadie, a escribir como que nadie las está escuchando. Entonces, sopesaron esos riesgos contra nociones de éxito o de aceptación que en todo caso sabrían que no tendrían. Entonces, eso hace que se haya creado como un linaje de apertura que creo que está muy claro en ciertas tradiciones. Varias de las poetas de este libro, por ejemplo, mencionan a Emily Dickinson porque Emily Dickinson trae esta noción de lo incompleto, de lo inacabado, del auera, de lo degenerado en términos de que no tiene un género claro, amorfo, etcétera. Otras toman de autoras latinoamericanas como Alejandra Pizarnik la noción del diario, de la confusión entre escritura pública y privada, etcétera. Entonces, yo me apoyo en esa cita de Notley para decir, sí, es que en efecto en mi país también pasa que la idea de una poesía más tradicional, más atada a una lírica musicalizada de una forma muy estricta, a un imaginario en cierta medida yendo entre el romanticismo y el surrealismo pero no saliendo mucho de ahí, está muy atada a unas ciertas generaciones de grandes poetas que tuvimos que están sobre todo representadas por hombres, como los poetas como José Asunción Silva, como Eduardo Carranza, Aurelio Arturo, incluso el mismo Giovanni Quessep, que es un gran, gran poeta colombiano de un imaginario muy clásico pegado a sus lecturas de Dante, de Shakespeare, etcétera. Y entonces, en mi país hay un libro que viene a romper de manera particular esta predilección por un lenguaje más lírico, más culto, más estudiado, que es un libro escrito por una mujer, que es el Canto de las Moscas de María Mercedes Carranza, que yo creo que es un poemario de gran apertura urbana, de gran revolución de los símbolos y los imaginarios predilectos de la poesía. Siento que ella abre caminos, o abrió caminos, para que otras mujeres escritoras estén, como están ahora, revolucionando el camino de la poesía colombiana de varias formas. Algunas de las cuales mencionaba en el prólogo eran, que creo que son muy evidentes, el uso de lo interdisciplinario para ampliar los límites de la escritura, la idea de la ruina o de estos géneros un poco incompletos, o de trabajar con los restos, con lo que otros consideran restos, incluso del lenguaje, del decir, con el habla de lo cotidiano, y también el encuentro con otras tradiciones, otros territorios y otras lenguas, que creo que especialmente se representan estas escritoras de la diáspora.
AP: ¡Qué maravilla! Pues felicidades por esa obra, está bellísimo el libro, acá lo tengo sobre el escritorio. Muchísimas gracias por este obsequio tan lindo, y bueno, Vaso Roto es una editorial que queremos muchísimo en Hablemos, escritoras, y por supuesto su fundadora, Jeanette Clariond, una gran, gran poeta, como tú lo dijiste. Andrea, tú naciste en Colombia. Cuéntanos de tu Colombia, cuéntanos de ese lugar, de esa ciudad en donde naciste, y cuál es lo que recuerdas, qué es lo que recuerdas de esa Colombia.
AC: Yo nací en una ciudad que está en el Magdalena Medio, por eso te decía al principio que tengo la raíz en un río, que es una ciudad muy particular, porque es una ciudad donde hace muchísimo calor, las temperaturas oscilan entre los 36, 39 grados centígrados en algunas épocas del año, y es además muy húmeda. Esta ciudad ha sido además protagonista de grandes transformaciones en la historia de mi país. La ciudad se fundó a principios del siglo XX a propósito de una conspiración histórica, porque no la podemos llamar de otra manera, llamada la Reversión de mares, que fue un acuerdo que se hizo entre el gobierno colombiano y las compañías petroleras norteamericanas para fundar una compañía petrolera americana en esa zona para explotar el recurso del petróleo durante 30 años. Como yo crecí en una ciudad que era por una parte de provincia, pero también había una cierta emergencia social que hacía que el tema de la cultura estuviera un poco rezagada, porque durante los años 90 esta fue una de las ciudades más protagonistas del conflicto, y eso hizo que el miedo, el desplazamiento, las diferentes sensaciones y desarrollos asociados a eso hicieran que la cultura fuera una de las primeras afectadas. Yo no tenía tanto acceso como hubiera querido a libros, a bibliotecas, a eventos culturales. Pero como tenía esa intuición desde muy temprano, dependía mucho de dos cosas que un poco me enseñaron cómo leer, que eran por una parte las bibliotecas de los demás y por otras las publicaciones periódicas, es decir, las revistas de los periódicos que se distribuyen de manera nacional, particularmente los suplementos culturales en los que por su diversidad, por su riqueza, yo entre otras cosas podía leer autores internacionales en traducción. Recuerdo que allí leí en el Magazine Cultural del Espectador, que era un periódico que llegaba a todo el territorio nacional, leí por primera vez a Borges, pude leer las primeras traducciones de Baudelaire, de Rimbaud, que fueron dos poetas muy importantes para mí al inicio de mi época como escritora, así como los poetas españoles como Antonio Machado, Miguel Hernández, Federico García Lorca, que eran los que normalmente la gente sí tenía en sus bibliotecas, de esas con las que decoraban las salas o lo que fueran. Entonces yo aprendí a leer y escribir prestando libros, teniendo estos encuentros con otros, estas conversaciones con otros, y desde entonces para mí la literatura está muy asociada con esa conversación con los demás, no con la idea de que sea un acto solitario, sino más bien como una manera de unir soledades. Yo además empecé a escribir muy temprano, empecé a escribir poemas y de manera paradójica, a pesar de que estaba tan alejada de la cultura central, empecé también a publicar algunos poemas muy pronto, porque debido a un concurso intercolegiado de escritura, conocí a una poeta que fue jurado de ese concurso, que muy temprano, como a los 14 años, yo gané. Ella me puso en contacto con el Festival Internacional de Poesía de Medellín y empecé a asistir a ese evento que sucedía durante las vacaciones escolares, de manera regular, y a tener la oportunidad de, en ese esfuerzo que también se hacía en la ciudad de Medellín, de convertir ese espacio en un centro internacional para la poesía, de escuchar autores en vivo como Blanca Varela, como Dane Sajk, Lasse Soderberg, no sé, como que esto me amplió mucho el espectro de lectura y de posibilidades, y publiqué mis primeros poemas en una de las revistas del Festival Internacional de Poesía de Medellín, que publicaba resultados de los talleres que hacía. Y ahí empecé además a escribir mi primer poemario en el año 98, que fue un año muy difícil para mi ciudad, fue un año de mucha convulsión social, donde vivimos cosas muy difíciles con respecto a las contiendas por el territorio en nuestro espacio, las contiendas entre los ejércitos, y yo empecé a escribir mi poemario Puerto Calcinado, que es la visión limitada que puede tener un adolescente, pero profundamente afectada y de primera mano del pavor que es la violencia en Colombia y la dificultad para nombrarla, verla, entenderla, esa violencia que tiene mucho que ver con sombras, silencios, fantasmas, gente invisible o gente desaparecida, y que ese libro trata un poco de reportar, como te digo, de una manera muy honesta, muy muy fresca, y que es el libro con el que empecé a publicar. Lo empecé a escribir en Barranca y lo publiqué unos años después, cuando me mudé a la capital.
AP: Claro que sí, pues es Puerto Calcinado, Universidad Externado de Colombia 2003, ¿verdad? Es el año en el que sale publicado este libro.
AC: Sí, sí, ya cumplió 20 años.
AP: Qué maravilla, y qué increíble hacer esta reflexión, porque la juventud muchas veces que se quedan atrapadas en la violencia, pues tienen muy pocos canales para poder hablar de lo que están viendo desde sus ojos jóvenes, pues felicidades por esa obra. Y en algún momento migras a Estados Unidos y ya haces toda una vida como escritora y como estudiosa en este país. Cuéntanos un poco cómo puedes hacer este puente, siendo una escritora colombiana en la diáspora en Estados Unidos, con tu país, pero también con las otras comunidades que se están pues dando una efervescencia enorme en este país que tiene una gran diversidad hispánica y una diversidad enorme latina, ¿verdad?
AC: Pues es una pregunta de la que yo sinceramente no tengo la respuesta, porque es una pregunta que me hago todos los días para tratar de encontrar el sentido de este camino, que pienso que ha sido, como todos los caminos, muy determinado por el azar, pero en otro sentido también ha sido como tenía que ser. Y te voy a decir por qué. Yo, como crecí en esta ciudad de la que uno tenía que irse, como los que crecemos en provincia, por distintas razones siempre estamos con ese imperativo de hay que irse, hay que irse. Entonces empecé a vivir y a escribir un poco animada por este signo del viaje y de la movilidad. Y llegué a vivir a Bogotá y en un momento quería seguir estudiando y explorando la actividad crítica, la actividad analítica, el pensamiento alrededor de los libros. Y encontré una oportunidad en los Estados Unidos. Yo me fui primero para Nueva York, después para Filadelfia y mi intención siempre fue regresar al país. Siempre, siempre fue. Yo no podía concebir el desarraigo como un destino, básicamente porque siempre tuve muy claro, siempre tuve clara la escritura como destino. Y me parecía muy complicado hacerla en un país donde la lengua dominante es otra de la lengua en la que quieres escribir. Y sin embargo me fui quedando por razones personales. ¿Por qué? Por lo que siempre se queda la gente, por un amor o por una guerra. En este caso un poco por ambas. Y resulta que en cierto momento, en ese proceso de decidir si me quedaba o me regresaba al país, también recibí otra invitación que fue la de venir al Paso, Texas, a trabajar en la Universidad de Texas en el Paso, en la maestría bilingüe, en escritura creativa. Y eso, como te digo, fue una respuesta que yo estaba buscando porque me sentía, o me siento aún, pero desde el principio me sentía aquí, muy cerca del español, muy cerca además de una serie de preocupaciones que tienen que ver con este momento histórico que a mí me interesan, que tienen que ver con cómo volver a pensar el territorio, que tienen que ver con cómo dialogar con emergencias que determinan nuestro tiempo, como por ejemplo el desplazamiento humano, el reconocimiento de las culturas mixtas o de las culturas de frontera, que también me han fascinado. Entonces yo creo que todo ese periplo, ese camino, ha tenido sentido porque lo que yo he hecho es perseguir un poco esas inquietudes que tienen que ver con la relación entre sujeto y territorio y con, como todas las personas, supongo, experimentan, con la búsqueda de una identidad que no necesariamente está ni en lo propio, ni en la propia lengua, que a veces tiene que buscarse en los límites, en los encuentros inesperados y en las contaminaciones, que es una de las grandes maravillas de nuestro tiempo, la posibilidad de contaminar las lenguas, los géneros, las formas, las identidades, etc.
AP: Me encanta esa expresión, la posibilidad de contaminar, me encanta. Es una muy buena manera de decir lo que se hace, de una forma que muchas veces fue muy criticado, ¿no? Con nosotros que estudiamos, yo tengo una licenciatura, una maestría y un doctorado en letras, entonces ya te imaginarás el rigor de decir, bueno, un género es un género y otro es otro, ¿no? Y ahora todo esto que se mezcla y que dialoga entre sí es fascinante, es maravilloso. Pues sigamos contaminando, eso es muy bueno. Y ahorita que mencionas a la Universidad de Texas en El Paso, quiero también ahí recordar que está una excelente investigadora, una especialista en audiobooks que además nos sirvió a nosotros cuando empezamos toda esta jornada de hacer audiobooks en Hablemos, escritoras, Anadeli Bencomo. Y me acuerdo muy bien que en algún momento estuve en alguna de sus clases. Muy interesante, una colega tuya ahí, ¿no? Cuéntanos de este programa.
AC: Tenemos mucha suerte de tenerla, de haberla traído a El Paso. Yo creo que ella reconoce que además es un lugar muy especial.
AP: Claro, eso sí, definitivamente debe de estar muy contenta ahí también. Cuéntanos un poco acerca del impacto. Yo creo que muchos que nos escuchan no saben la importancia que tiene el programa de escritura y en El Paso es uno de los grandes baluartes a nivel nacional sobre la literatura en español. Cuéntanos un poco sobre tu perspectiva al estar al frente de este programa y lo que están haciendo y lo que están viendo con los estudiantes.
AC: A mí me ha parecido siempre fascinante este programa y te digo es como yo me he ido quedando y me he ido quedando con la misma curiosidad con la que llegué el primer día por varias razones. Bueno, por una parte este programa de escritura bilingüe era una apuesta muy interesante porque el hecho de que sea bilingüe no quiere decir que los escritores que vienen al programa sean bilingües, que algunos sí los son. Pero en realidad de lo que se trata sobre todo es de la convivencia de lenguas y un poco de la justicia, de encontrar vías de convivencia que nos permitan ejercer una justicia entre lenguas. Entonces siempre estamos recalibrando la lengua en la que hablamos o en la que no hablamos, qué tanto traducimos, etc. Y esto es un bello ejercicio del reconocimiento del otro, de la celebración de que no todo es traducible, de que no todos podemos equipararnos o ponernos a un lado del decir, sino que tenemos que ir a un lado y volver, tenemos que estar andando entre las cosas. Y eso me parece una metáfora muy bonita de la convivencia, especialmente en un lugar donde la crisis del desplazamiento, de la incapacidad que muchas veces tenemos para reconocer y tolerar y respetar y aceptar al otro es tan evidente. En ese contexto particularmente además el programa pues es una gran metáfora de convivencia. Por otra parte, esta región es una región de traductores naturales, lo cual a mí me parece fascinante, porque cada vez que un estudiante, no sé, no va a venir a clase, lo que sea, o en muchas ocasiones dice, es que tengo que ir con mi abuela al doctor y yo le tengo que traducir a mi abuela donde está el riñón, o sea, ese tipo de cosas. Y entonces es como muy fascinante y creo que nutre mucho ese espíritu de convivencia y reconocimiento lingüístico del área. Y por otra parte está el hecho, no menos importante, de que UTEP es una universidad que está en una de las zonas con menos poder adquisitivo, una de las ciudades con menos poder adquisitivo de los Estados Unidos. Eso tiene mucho que ver también con que la población digamos que es mixta y muchos de los estudiantes que nosotros tenemos son primera generación y son la primera persona de su familia que va a la universidad. Lo cual a mí me parece fascinante, me parece bellísimo poder presenciar todos los días el poder de verdad transformador que puede tener la educación, no solamente para una persona, sino para todo su grupo familia. Pero independientemente de eso también, yo creo que entre otras cosas atraídos por estas mismas características que estoy describiendo, el programa también ha tenido la suerte de haber sido anfitrión o de haber hospedado, por decirlo de alguna manera, escritores fantásticos como Yuri Herrera, Betina González, Juan Álvarez, Andrea Salgado, Oscar Godoy. No sé, es que ahora me estoy acordando sobre todo de los colombianos. Poetas del tipo de Miguel Idelfonso, que es un gran poeta peruano. Es decir, hemos tenido una serie de escritores que ahora son exalumnos ilustres y que son personas que han llamado la atención sobre esta comunidad y sobre las posibilidades que además ofrece estar en este territorio. Pues que entre otras cosas también ayuda mucho a los escritores a concentrarse en su trabajo porque no hay tantas distracciones, no hay mucho que hacer en el paso, no hay mucho entretenimiento. Entonces aquí la gente se viene como históricamente siempre se ha ido alguien al desierto que es hablar consigo mismo. Así que pues eso.
AP: Me parece maravilloso. Y ahorita que estás hablando de la traducción y que son traductores naturales, lo cual me parece una imagen muy linda, tú misma eres traductora y tienes esta experiencia de traducir. Y bueno, has traducido a escritores que son muy renombrados, por ejemplo Gericho Brown, que me parece fenomenal, y a otro escritor americano, este es de origen libanés, Khalil Gibran. Cuéntanos un poco acerca de ese aspecto tuyo, esa faceta. Brevemente abordemos este tema para movernos ya a tus libros.
AC: Pues yo me enamoré de la traducción, así como me enamoré de este programa de escritura y en cierta medida de la diáspora también me enamoré de la traducción. Cuando lo empecé a hacer, un poco por un ejercicio profesional, de repente me encontré con la idea de que la traducción es una hiperlectura, porque cada vez que yo traduzco un poema me siento como si nunca hubiera leído nada en mi vida. Como si la única lectura posible fuera esa lectura un poco que es como desentrañar, casi clínica, quirúrgica, que uno hace de las cosas cuando está traduciendo, que es tratar de entrar al mecanismo mental de un escritor, etc. Entre los autores que yo he traducido mencionas dos. Uno es Jericho Brown, que es un autor vivo con el que tuve la oportunidad muy joven, entonces con él yo podía discutir la traducción. Y eso es una experiencia fantástica, porque se convierte en un diálogo de reescritura, sobre escritura, donde esos mecanismos que estás tratando de desentrañar en el autor se hacen más evidentes. Y además una de las cosas bonitas cuando eso pasa es que el autor se enfrenta a su propio texto como si fuera un texto extraño, y el traductor le ayuda a descubrir cosas que de pronto no sabía sobre su propia escritura. Y el otro autor que mencionas que es Khalil Gibran, yo quise traducir este libro, fue una invitación de la editorial Planeta, y yo lo quise traducir porque él es un autor que, digamos, él también era un inmigrante, y él escribió en una lengua que no era su lengua más fuerte. Y creo que eso tuvo mucho que ver con el espíritu que tiene ese libro, con la manera en que el lenguaje se maneja allí, porque claro, estos libros transversales que cruzan y cruzan los tiempos y los territorios y las épocas y las culturas son libros que producen mucha curiosidad. Uno dice, ¿por qué esta fascinación tan grande? Y yo me acuerdo que cuando leí, para empezar a traducir a Gibran, leí otras traducciones y leí cosas que habían escrito otros traductores sobre él, y uno de los traductores que tuvo Gibran al árabe decía, es que su palabra es viento. Y entonces a mí me pareció eso increíble, y en todo el proceso de traducir lo decía, no, es que tiene que sonar así como él lo quiso, la cosa más simple del mundo, ¿ves?, porque es un libro extremadamente profundo que a menudo también parece escrito por un niño. Entonces pues la traducción es una gran maestra, para concluir.
AP: Definitivamente. Y bueno, pues tenemos ya poco tiempo y no lo quiero perder en estos dos libros tan hermosos. Tienes una obra abundante, tienes otros libros más, pero vayamos a Fervor de Tierra, que es una antología de tu propia obra, y siempre me intriga esta cuestión selectiva de las antologías, porque siempre es un ejercicio de sacrificio, yo lo veo así. Una antología es sacrificar algo para poner a otras cosas, a otras personas. ¿Cómo fue hacer, armar Fervor de Tierra? Reconozco muchísimo esta idea de la tierra como algo material, y me parece que Fervor es exactamente lo que sucede con nosotros que estamos fuera de nuestra tierra, ¿no?, esa experiencia que vemos de manera fervorosa el país que nos dio origen.
AC: Pues cuando puse los libros juntos me di cuenta de eso que estás diciendo. Me di cuenta que a pesar de que eran ejercicios y proyectos que correspondían a diferentes momentos y distintos territorios, entre todos había dos temas comunicantes o vasos comunicantes, que eran por una parte el tema de la tierra, el paisaje, el territorio, y por otro el tema de la ruina, que es algo que a mí también me obsesiona. El hecho de que pienso que vivimos en una época donde ha sido muy importante poder dialogar, superar y aprovechar en cierta medida esa idea de que llegamos a un mundo que está en ruinas. Entonces estas dos ideas me dieron la posibilidad de pensar que a pesar de que eran distintos libros, en realidad siempre estaba escribiendo el mismo libro durante todo ese tiempo, y que aunque intenté otros registros, otras texturas, otros tonos, las preocupaciones se podían reconocer unas en otras. Claro que fue difícil, además porque está publicado en una colección que yo adoraba y veneraba cuando era una estudiante de literatura, que es la colección de Tusquets de Nuevos Textos Sagrados Marginales, donde yo por primera vez leí a poetas como Virgilio Piñera, textos inolvidables para mí. Entonces me dio pudor y tenía la tentación que creo que tiene todo el mundo cuando tiene que hacer un ejercicio compilatorio, que era volver a escribir todos los textos otra vez, cambiarlos todos, y eso fue difícil. Habría cambiado una coma aquí o allá, pero al final decidí que cada uno había sido pronunciado en su momento y que debía regresar con esas marcas de su tiempo.
AP: Qué interesante. Es un libro que además tiene muchos otros temas que están incluidos, como obviamente la identidad y las personas como vamos evolucionando en estos procesos también de desapego y de desprendernos. Y eso me lleva a otro de tus libros, En las praderas del fin del mundo, en donde me gustó muchísimo tu mirada sobre los niños migrantes. Obviamente, cómo no pensar en Valeria Luiselli y lo que ha hecho con estos recuerdos y con estas recopilaciones de los niños que dan testimonio, pero pienso también que desde la poesía el hablar con esta mirada del niño es complicado. ¿Cuáles son los obstáculos de hablar sobre niños migrantes sin tratar de impostar las voces y cuál es la mirada, el ángulo y el arco poético narrativo que se tendría que tomar para poder hablar desde la perspectiva o sobre la experiencia de los niños migrantes?
AC: Bueno, pues yo siento que ese tema es muy importante. De qué manera podemos contar las historias que nos importan y que nos rodean sin al hacerlo cruzar el límite de lo que las formas de la representación pueden hacerle a esas mismas personas que han sufrido esas experiencias. Fíjate que los escritores y los artistas y todos los actores de la producción cultural colombiana, que es un país que ha estado particularmente asociado en su representación externa al tema de su violencia. Siempre nos tenemos que hacer la pregunta de cómo podemos hablar de nuestra historia sin al hacerlo convertir esa violencia en un producto o representarla de una manera tan visible que terminemos por naturalizarla o hacerla invisible. Creo que la misma pregunta imposible aplica a cómo se puede contar algo por alguien que ya no está para contarlo o que está en una posición en la que le cuesta contarlo. Digamos que en este libro, Las paredes del fin del mundo, lo que hay son como cartas entre madres e hijos que se escriben de un lado al otro del territorio, pero pues que sí se reconoce que tienen que ver con el camino, con la ruta de la migración. Y yo lo que traté de hacer allí fue comunicar algo muy sencillo, no realmente describir o reportar un hecho, sino como creo que siempre acierta un poco haciendo la poesía, que es dejando los silencios como silencios, las grietas como grietas, el fragmento como fragmento. No intentando dar visiones completas, explicaciones, descripciones, como quizás a veces están forzados a hacer otras formas del decir. Esa no identificación particular que tratan de tener esas cartas donde digamos que el hijo es un hijo, todos los hijos, pues es un poco mi manera de tratar de comunicar una atmósfera, una sensación, un desamparo. Yo escribí ese libro en el año 2019, embarazada de mi segundo hijo, cuando empecé a ver muchas noticias de niños llegando solos. Y yo tenía un particular apego a ese bebé en formación porque era un embarazo muy difícil, entonces yo tenía como esta sensación de querer aferrarme a mi hijo y ya cuando nació, pues aún más, de protegerlo porque nació en plena pandemia. Entonces yo pensaba una sola cosa cuando escribía el libro y era qué desesperación, qué desamparo, qué acoso, qué laberinto, qué esquina del mundo hace que en realidad la única forma de ejercer amor y protección sea desprendiéndose. Porque yo sabía que las madres que estaban mandando a esos hijos lo estaban haciendo por amor. Entonces me llevó a pensar en qué mundo estamos. Al mismo tiempo yo estaba leyendo en ese momento The Road de Cormac McCarthy, ese libro espectacular que fue escrito aquí en El Paso, Texas, donde yo vivo. Y entonces sí, él tuvo la idea de ese libro, vivió muchos años aquí y tuvo la idea de ese libro en un motel con su hijo en El Paso, Texas. Y a mí ese libro me inquietaba sobremanera porque es una historia tan sencilla sobre absolutamente todo. Entonces yo pensaba, y por eso lo llamaban Las praderas del fin del mundo, porque sentía que había como una coyuntura con este paisaje un poco roto que es el desierto de Chihuahua, porque es un desierto lleno de piedra, que nos lleva a pensar qué tipo de mundo o de posmundo es éste donde las formas del amor han tenido que cambiar tanto. Y había una línea en ese libro particularmente que influyó mucho el momento de escritura en Las praderas del fin del mundo, que es un episodio donde ante la llegada de un extraño, porque el padre y el hijo están solos en el mundo, para defenderse, para explicarle al extraño quién es su hijo. El padre, que no tiene nombre, dice sobre este hijo que no tiene nombre, dice para mí el niño es un dios. Y eso era un poco lo que yo estaba sintiendo también en ese momento, que el niño era un dios. Entonces bueno, es muy complicado ese tema en verdad, pero yo pienso que la poesía a su manera, no necesariamente la mía, sino la poesía en general, a veces nos ofrece rutas para contar historias difíciles de contar, porque ella se permite contarlas también desde su silencio.
AP: Qué belleza, qué belleza. Pues con esa idea y con esa imagen te quiero dar las gracias, Andrea. Eres una poeta muy sensible y además con un gran compromiso de compartir lo que estás haciendo desde tu escritura y de tener este puente entre tantos temas y entre tantas comunidades. Tu trabajo en El Paso va a ser invaluable y obviamente tu obra como poeta lo es también y como traductora también. Muchísimas gracias. Gracias, Andrea, por aceptar la invitación hoy.
AC: Gracias a ti. Gracias a Hablemos, escritoras. Me encanta ser parte de ese hermoso grupo de autoras que tienen ustedes en podcast.
AP: Muchísimas gracias. Pues va un abrazo grande aquí mismo de Texas a Texas.
AC: Vale, vale. Para ti también.
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AP: Esto fue un episodio más de Hablemos, escritoras y le damos las gracias a Andrea Cote por habernos acompañado el día de hoy en este episodio. Hablemos, escritoras es producido en Austin, Texas para hacer visible la obra y el trabajo de escritoras contemporáneas de todos los tiempos. Escritoras provenientes del mundo hispanohablante nos acompañan cada semana. Síganos en Spotify, Apple Podcasts, YouTube y en todas sus plataformas en donde les guste escuchar sus podcasts. No olviden visitar nuestra página web con una enorme enciclopedia que además ahora también pueden leer las entrevistas en inglés y en español. La producción de Hablemos, escritoras es por Adriana Pacheco y Andrea Macías. Edición por Christian Josephi. Ingeniería y música original Fernando Macías Jiménez. Preparación, administración, social media e imagen Brenda Ortiz. Colaboradores del proyecto Liliana Valenzuela, Francesca Dennstedt. Anjanette Delgado, Isabel Ibáñez de la Calle, Rose Mary Salum, Teresa López-Pellisa, Valeria Rey de Castro, Julia Santibáñez. Nuestra mesa LAM es Gabriela Polit, Gisela Kozak, Lorena Amaro, Martha Bátiz, Mónica Velázquez, Mónica Szurmuk. Traductores Alice Banks, Catherine Meredith, Will Howard. La imagen de Hablemos,escritoras es gracias a Enigma y la plataforma a NaZO Lab. Yo soy Adriana Pacheco y como siempre nos da mucho gusto tenerlos acá.