Me pareció magnífica la iniciativa del equipo de la revista Literal Publishing al recoger de quienes en ella colaboramos algunas ideas que respondieran a algo que nos dejó a todos boquiabiertos: la declaración de un funcionario de gobierno en México que aseguró hace unos días que la “lectura por placer es un acto consumista y capitalista”. Sí, lo leyeron bien, el 29 de julio en un evento público esta persona pontificó que la lectura debe ser una “acción emancipadora” pero no placentera.
Y mucho más allá del gran sinsentido de la declaración, al que no quiero dedicarle más espacio en este post, el argumento ha valido para que infinidad de voces se levanten reafirmando lo que es un hecho innegable: el placer es también parte del acto mismo de la lectura y sí, es el goce más individualista que puede permitirse un ser humano, pero es el que a la vez lo convierte en parte de un todo y lo ayuda en atravesar las fronteras de su propia piel.
Y claro está que hay muchas otras maneras de leer. Puede que sea por gozo, por obligación, por informase, o por casualidad, pero nunca por mandato, por un “deber ser” que condicione qué y cómo "debemos" de leer. La urgencia es otra, es lograr subir más niños, jóvenes y adultos al barco de la lectura, a hacerla hábito, a verla como algo vital. Ocioso es recordar todas las teorías que existen sobre las ventajas de inculcar la lectura en los niños desde temprana edad para volverlos futuros lectores; repetir los enormes beneficios que esto trae a su aprendizaje, su desarrollo afectivo y cognitivo y su integración a la sociedad. Yo he sido parte del esfuerzo por promover la lectura, organizando jornadas con padres de familia en colegios públicos y privados en México y los Estados Unidos. En ellas buscábamos reforzar la lectura de cuentos en casa, lo que en inglés se conoce como “story telling” ya que está comprobado que esta actividad es un parteaguas en el rendimiento escolar de los menores. Buscábamos también invitar a los padres y madres a conocer el placer de la lectura y tratar de sumarla a su vida personal.
Sin embargo, en innumerables ocasiones —especialmente en México y en las comunidades de migrantes hispanos en Texas— fui testigo de la conflictiva relación que tienen muchos adultos con los libros. Una gran mayoría de ellos declaraban leer por obligación y una minoría por placer. Recuerdo que en una ocasión, una madre dijo sentir vergüenza frente a los libros, porque éstos eran testimonio de que “ella era la tonta de la familia”, comentario que podrán imaginarse, me llenó de un profunda tristeza. ¿Cómo olvidar un comentario así y todo lo que él implica?
Sin lugar a dudas, en el ámbito familiar la lectura es puente de unión entre adultos y niños, el momento que nos ayuda a suprimir por unos minutos nuestra cotidianidad y entrar en el mundo del goce que proporcionan las palabras. En mi caso, no puedo imaginarme la escena en donde yo les diga a alguna de mis nietas “vamos a leer este cuento, pero por favor que no te guste, ignora por favor el placer que te causa este momento de magia e imaginación”. Es como el comentario de Jorge Alberto Gudió en sinembargo.mx cuando les preguntó a sus hijos de 8 y 10 años, porqué leían libros, y ellos respondieron “porque nos gustan”. Es más, he escuchado a muchísimas escritoras decir que a esas edades sus padres tenían que obligarlas a irse a dormir y dejar el libro que ávidamente querían devorar.
En toda esta conversación en estos días me queda también el comentario de Anamari Gomís quien dijo que la lectura es “refugio contra casi todas las miserias de la vida”. Así es, nos refugiamos en los libros para protegernos de seguir siendo lo que éramos antes de la lectura. Es un círculo virtuoso, el que se crea en el acto lector a la vez que una trasgresión, como Alejandro Badillo lo asegura “La lectura gozosa, quizás, se volvió un acto aún más transgresor cuando pasó del dominio público al ámbito privado”. Y me parece que es importante reconocer que lo privado es lo único que nos pertenece en una sociedad en donde todo es público.
Y claro que consumimos literatura pues los libros en su gran mayoría son objetos que se intercambian a cambio de dinero, con la excepción de los gratuitos, los que se leen en una biblioteca pública, los que se donan en campañas de lectura, o los que están en una página de internet. Pero una vez que los libros llegan a nosotros, son ellos los que nos consumen y nos atrapan. Son sus personajes y los que los escriben los que se convierten de una u otra manera en los héroes de nuestra vida, de nuestros sueños e imaginación, y también, por qué no, de nuestras pesadillas. Qué cierto lo que dice de Ana Clavel “la lectura es una actividad vital gozosa que nos libera y nos reinventa” o lo que asegura Alberto Chimal que es “la que más tiene sentido, la que nos abre al mundo y a quienes somos”.
Y si pensamos que los libros nos permiten ser nosotros mismos, es cierto también que nos llevan a ver otras historias, dichas y dolores, triunfos y fracasos. La literatura es la única que nos mete en otras pieles para entender, no desde el utilitarismo o las teorías marxistas —tan mal entendidas y utilizadas hoy en día, tan acomodadas a la fuerza, como zapato pequeño en pie grande, tan con calzador— sino para ver que el mundo se cifra en muchos otros valores que ni siquiera habíamos considerado existieran. Son precisamente las lágrimas, las emociones y las pasiones -que no son sentimientos capitalistas- que nos despiertan los libros, las que posibilitan esa pequeña transformación que sucede poco a poco en cada uno de nosotros para ser, tal vez, un poco mejores de lo que éramos.
Decirle a una escritora o a un escritor que hemos leído sus libros por placer, es el mejor halago que puedan recibir pues, como me dijo la gran escritora Rosa Montero, el escritor invierte horas, días, años de su vida sentado en una silla en un “esfuerzo tenaz y constante” que incluso le cuesta un daño físico al dejar, literalmente, la vida en la escritura. Pienso también en lo que dijo Tanya Huntington sobre la idea del “arte por el arte”, que es la que nos permite como individuos escoger de manera personal lo que hemos de leer y a qué mundo nos hemos de trasladar, por el simple placer de gozar y alejarnos de la obstinación de politizar en todo momento el arte y la producción creativa. El placer lector también es medio para despertar la empatía, el patriotismo, la conciencia del otro, el regreso a los orígenes y a las historias contadas por quienes nos antecedieron, como lo dice Socorro Venegas.
Y es por todo esto, que es fundamental que quienes gobiernan países, quienes hacen leyes, quienes tienen en sus manos el futuro de los otros, vayan a los libros, no solo pensando en que están realizando un acto emancipatorio, sino que están siendo invitados a la intimidad de los otros, a las cuatro paredes de los hogares que es donde en realidad todo inicia y todo sucede. Es desde ahí y solamente desde ahí que se pueden realizar cambios profundos y duraderos.
Para mí leer es un acto de vida o muerte, y yo he tenido que luchar toda mi vida para tener acceso a la lectura y al tiempo que esta requiere. Ese ha sido el reto y el placer que me mantiene viva, trabajando día a día, luchando por contagiar a otros con la pasión por los libros. Así que favor, lean no solamente de manera utilitaria o emancipatoria, sino también por puro placer. Ya bastante tenemos con esta vida que tantos placeres nos ha quitado.
Buen provecho.