“En el Cementerio Protestante de Roma, en la tumba de Percy B. Shelley, hay una lápida que dice «Corazón de Corazones», pero falta el corazón. El corazón de Shelley está enterrado con Mary Shelley, su mujer, a cientos de kilómetros, en la ciudad costera de Bornemouth, Inglaterra”. Esta es una cita del primer capítulo del libro La mujer que escribió Frankenstein de Cross, Esther. Se trata de uno de los mejores estudios sobre Mary Shelley considerada una de las precursoras de la novela del horror gótico. Hoy, la recién estrenada película del director mexicano Guillermo del Toro, sobre el doctor que le da vida una creatura armada de partes desmembradas de muertos y descargas eléctricas para darle vida, regresa el nombre de Shelley al imaginario colectivo. A la sombra de ella y de otras escritoras del horror, lo gótico, el terror, lo inusual y lo insólito, una generación de escritoras marca la literatura con sus libros. Y sin afán de catalogar de una manera reduccionista y cerrada, es un hecho que, en la variedad de categorías, obras, y estilos los términos se confunden. Es por ello por lo que dedicamos este episodio de LAM, el último del año a este género literario o sería mejor decir estos géneros literarios para que 6 especialistas nos den su opinión, sus propias lecturas y una larga lista de nombres que nos enriquecerán enormemente.
Hoy recibimos junto con Lorena Amaro, Martha Bátiz y Mónica Velázquez a tres especialistas del género: desde Uruguay a Alicia Escardó, desde España a Teresa López Pellisa y desde Chile-Francia a Claire Mercier. He de decir que he escuchado a todas hablar sobre el tema y es evidente su conocimiento e investigación. En la Feria del libro de Canadá en Ottawa escuche a Alicia Escardó dar una verdadera cátedra que dejó al público deslumbrado y ni decir de la entrevista que tengo con Claire Mercier y sus participaciones en antologías y artículos. Teresa López Pellisa lleva con en Hablemos escritoras la exquisita sección “insólitas”. Así que prepárense para un banquete que seguro van a disfrutar.
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AP: Hoy, algunas de las escritoras más influyentes en Latinoamérica, el Caribe y España están usando el género del horror para hablar de la/s realidad/es del mundo hispanohablante. Lo hemos recogido en nuestra página web desde muchas voces y libros y para muestra de esto basta que utilicen en nuestra página la keyword “horror/terror” ¿Será esta abundancia suficiente para hablar de un momento crucial en el género? Alicia Escardó está de acuerdo en esto.
AE: Sin duda es un momento muy interesante, rico y sorprendente, esta “narrativa de lo inusual” como la ha llamado Carmen Alemany Bay, profesora de literatura en la Universidad de Alicante. Ya que en la pregunta se mencionan estas dos palabras, horror y terror, me gustaría aportar en mi visión sobre la diferencia entre estos dos términos ya que muchas veces se usan como si fueran sinónimos. Ann Radcliffe, pionera en la novela gótica, y Stephen King, gran maestro de estas historias, coinciden en que la sensación del miedo es el punto en común entre las categorías del terror y el horror. La diferencia estaría entonces, en una explicación simplificada, en el momento de la historia en que aparece la amenaza, y también en sus causas. Si el miedo surge antes de la aparición del objeto temible, formando así una atmósfera inquietante, con señales o indicios que van llevando al motivo del miedo, sería una historia de terror. Las causas suelen ser racionales, reales, explicables. Pero si la amenaza ya está presente, el lector la descubre al mismo tiempo que los personajes, entonces es una historia de horror. Y apela más a lo sobenatural, el impacto, la repulsión, lo visceral. Aunque como siempre en el arte y lo creativo, no hay fronteras definidas a rajatabla, y la misión del artista es no tenerlas en cuenta a la hora de escribir.
AP: Sin lugar a duda Carmen Alemany es una de las grandes investigadoras y críticas de estos géneros. Ella ha acuñado el término “literatura de lo inusual”. Los invitamos a que escuchen el episodio que tenemos grabado con ella y sobre todo la manera como ha reconocido ciertos elementos en escritoras como Cecilia Eudave en México. Lorena Amaro hace hincapié en la forma en que se vinculan ficción y realidad en la obra de las escritoras.
LA: Me parece que es evidente que hay un interés por el género, tanto por parte del mercado como de la academia. Ahora, decir mercado, academia, me parece que es cada vez más inútil, van casi al unísono. En los mejores casos, estas obras que trabajan el horror o el terror, procuran vincular ficción y realidad a través de imágenes que de algún modo movilizan o intervienen en el imaginario público, en tiempos en que los monstruos se han entronizado en el poder (pienso en Trump, Milei, Bukele, entre otros) En este sentido, creo que me interesa más el horror, un sentimiento que tiene que ver con el asco o la incredulidad ante formas de la violencia que sobrepasan o transgreden lo que consideramos un mínimo de humanidad. El terror, en cambio, es un sentimiento de miedo, y me parece que hay una diferencia en la efectividad política y el peso ético que pueden tener uno u otro.
AP: Para hablar de este esplendor del género Teresa López Pellisa habla de una antología publicada en 2014 de donde sale este término “el fenómeno Alucinadas".
TL: Sí, que creo que estamos viviendo un momento de esplendor del género. Creo que se han conseguido desestabilizar los aparatos ideológicos del canon. La presencia de los géneros no miméticos y el aumento de festivales de estos géneros en los últimos diez años nos sitúa frente a un cambio de paradigma. No creo que sea algo exclusivamente enfocado al género del terror, sino a todos los géneros de lo insólito. Desde la primera década del siglo XXI se ha producido un cambio en la visibilidad de las narrativas de lo insólito y, sobre todo, en las narrativas de lo insólito escrito por mujeres en español. En el mundo anglosajón han seguido otras cronologías muy diferentes a las de España y Latinoamérica. En el ámbito hispánico creo que ha sido fundamental lo que se ha denominado como “el fenómeno Alucinadas” a partir de una antología publicada en 2014 en la que colaboraron autoras españolas y latinoamericanas. Posteriormente, el contexto de la cuarta ola de feminismos, las redes sociales y la cantidad de escritoras, periodistas, traductoras, directoras de revistas, festivales, académicas, etc., que han trabajado y remado conjuntamente, para lograr darle mayor visibilidad a estos trabajos que habían sido marginalizados, pero que siempre han estado ahí.
AP: Y así como hay nombres que siempre están ahí como Mary Shelley, por ejemplo, también sucede con la literatura hispanohablante con nombres como Mariana Enriquez, quien además entremezcla uno y otro de los géneros en sus obras. Escuchemos como Claire Mercier pone en diálogo a una y a otra.
CM: En mi opinión, el giro, en el género del horror y del terror, que ocurre actualmente en la narrativa de escritoras latinoamericanas, consiste en la maximización de la fusión entre el realismo social y las características propias del género —es decir, generar miedo, angustia, hasta repulsión, mediante la creación de una atmósfera inquietante que puede incluir o no elementos fantásticos y/o sobrenaturales. Por ejemplo, y pensando siempre en escritoras, el Frankenstein de Mary Shelley es un modelo de novela de terror en la tradición gótica—. El mayor ejemplo para mí de lo anterior es la narrativa de Mariana Enriquez, por ejemplo, en la novela Nuestra parte de noche o en los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego. En este volumen, el cuento titulado “El chico sucio” es una muestra clara de la mezcla que realiza Mariana Enriquez entre horror, terror y realismo social. Este relato, que describe el encuentro entre la narradora y un niño de la calle en el barrio Constitución de Buenos Aires, juega con la dicotomía fundacional en la literatura argentina entre civilización y barbarie, puesta en relación justamente con el realismo sucio y múltiples alusiones a la dictadura argentina. También, el cuento “Las cosas que perdimos en el fuego” trata de los feminicidios mediante una reactualización de la figura de la bruja. Y el momento es efectivamente crucial, porque además de lo anterior, se produce y visibiliza mucha literatura de horror y terror, por parte de varias escritoras que se leen muchísimo. Retomo en este sentido el ejemplo de Mariana Enriquez y de su todo su fándom.
AP: Y claro está que la literatura siempre responde al momento histórico, pues las escritoras no escriben en un vacío, sino por lo contrario pendientes de lo que sucede en el día a día, en la historia de “Little people” la gente común y su cotidianidad, a la vez que lo que sucede a nivel nacional, internacional y con los sistemas de opresión. Así lo ve Martha Bátiz.
MB: Estamos viviendo, sí, un momento crucial en el género, que me parece es una respuesta lógica a lo que ocurre en nuestro entorno. Al contrario de lo que pensábamos, el mundo se ha vuelto un sitio cada vez más peligroso para las mujeres. Hemos luchado para dejar de normalizar conductas opresivas y violentas que antes eran parte de nuestra cotidianeidad y ahora nos rehusamos a seguir aceptando, pero siguen sucediendo. Esta toma paulatina de conciencia, este aprendizaje en torno a comportamientos y mentalidades machistas, plenos de misoginia, ha puesto de relieve la gravedad del problema que enfrentamos. Por un lado, las mujeres hemos ganado terreno y se han reafirmado nuestros derechos y libertades en muchas áreas, y por otro, esos mismos derechos y libertades se están coartando abiertamente. Estamos en plena regresión en muchos países, y eso es muy frustrante y muy peligroso. El feminismo rompió, y con razón, patrones sociales que ciertos grupos extrañan (sobre todo aquellos que se beneficiaban de ellos), y las mujeres volvemos a salir perdiendo, porque seguimos siendo víctimas de discriminación, de violencia doméstica, laboral y médica, de toda suerte de abusos y la expectativa sigue siendo que seamos amables y nos comportemos como damas, sonriendo y aguantando. Este tipo de atmósfera es el caldo de cultivo perfecto para el horror. Las mujeres viven –vivimos-- ese horror a diario y la literatura lo que hace es responder a ese temor, ponerle la lupa encima, magnificarlo. Las escritoras que se dedican a este género no están construyendo fantasías. Están absorbiendo el miedo que permea el ambiente, los crímenes que se cometen, las libertades que se nos arrebatan, y llevándolo todo al extremo para ver si así entendemos lo mucho que aún nos falta por hacer como sociedad para que las mujeres no solo gocemos de igualdad en todos sentidos, sino de independencia real y de seguridad.
AP: Mónica Velásquez recoge esto desde otra perspectiva, desde lo que dice Sara Ahmed: “la dimensión política de las emociones”.
MV: Quiero comenzar mi participación en este diálogo admitiendo que no soy una lectura de la literatura de horror. Quizás por esa distancia, que obedece más a una elección de mis emociones que a un presupuesto o valoración, me he preguntado mucho por la vigencia y el entusiasmo del género en lo que va del siglo 21. Arriesgo una reflexión general: ¿se cifrará en este auge un síntoma deseante de habitar la realidad en clave de alerta? Si hoy, como dice el crítico Paulo Andreas a propósito de Mónica Ojeda, el “Horror es un marco” o, en palabras del filósofo Sergio Rojas, la violencia es una “condición” para nuestra existencia, si esto es así, ¿qué se desea del miedo, del terror/horror? ¿Acaso una conciencia de cuerpo y fragilidad, un aceleramiento de sudoración que nos constate, una empatía que aparece solo en el filo del paro cardíaco? O, quizás, ¿una encarnación del daño y sus agentes que nos de la ilusión de control sobre algo concreto? Sara Ahmed, en su brillante y provocador análisis de la dimensión política de las emociones, afirma que: “el miedo funciona para asegurar la relación entre esos cuerpos; los reúne y los separa mediante los estremecimientos que se sienten en la piel, en la superficie que emerge a través del encuentro”. Relacional, el miedo nos acerca al cuerpo fragilizado, avasallado, violentado tanto como a la otredad radical que nos amenaza. Localizar el horror en un sitio, un cuerpo, un espacio-tiempo concreto alivia la angustia de estar viviendo expuestos al daño permanentemente. Pero también podría suceder que la moral, siempre ingeniosita, se revista de monstruosidad para escarmentar, para advertir, para mantener un orden de mundo. Aun así, buscamos una “intensidad” que erice la piel tanto como algo que nos recuerde nuestra vulnerabilidad y nuestra impotencia. Me interesa también apuntar otra arista de la reflexión. En Bolivia, la literatura de horror no es ni nutrida ni muy visitada. Cuando aparece, rápidamente deviene leyenda, ritualidad, casi un rastro antropológico. Es muy reciente la escritura de un Maximiliano Barrientos o cierto filo de Giovanna Rivero (y digo filo porque, como ya dije en un anterior podcast, me revelo a esa bolsa en la que se apresuran categorías y se incluye indeferenciadamente escrituras y mundos que poco comparten, aunque coqueteen con fantasmas comunes). Pregunto ¿a qué le temo?, ¿a qué le teme este país? y ¿por qué esos miedos no han consolidado una fantasmagoría nacional? Esa inquietud, ¿tocará una médula, una curiosidad o solo el deseo de estar “in” y tener autorías para poner en la mesa? (Ojo: me adelanto a cierto cuchicheo, no niego el trabajo con lo “inquietante” de autoras muy recientes, ni uno que otro antecedente. Lo que me intriga es la flacura de esa tradición y sus razones en la historia de los imaginarios locales. ¿En qué otro país no ha pegado este género y por qué?
AP: Interesante lo que dice Mónica Velásquez a cerca de que en Bolivia no se lee de esa manera o no se lee mucho, no hay suficiente producción de estos géneros. Interesante también pensar en cómo los temas van influyendo cada una de las escrituras. El tema de la violencia intrafamiliar por ejemplo, que está presente desde siempre en la obra de escritoras, también ha cambiado con el tiempo, o tal vez siga siendo en la base lo mismo pero sin lugar a dudas, la modernidad lo ha ampliado y, lamentablemente, enriquecido. Lorena Amaro nos hace una comparación sobre esto y muchos de estos cuentos y escrituras que pueden verse de maneras distintas a lo largo del tiempo.
LA: Muchos géneros son hoy revisitados, buscando releerlos y reescribirlos desde la crítica y las urgencias del presente. Por ejemplo, si lees “El huésped”, de Amparo Dávila, y lo comparas con “La compañía”, de Verónica Gerber, verás numerosos pequeños cambios que tienen que ver en gran medida con los contextos históricos y políticos de estas escritoras, ambas mexicanas. Mientras “El huésped” retrata muy bien la violencia doméstica y la imposición de un poder patriarcal que en los años cincuenta del siglo pasado amedrenta y asfixia a las mujeres (Dávila da una vuelta a esta situación desde la rebeldía y resistencia de sus protagonistas), en Gerber hay una reflexión, bastante compleja, sobre el extractivismo y el poder devastador de las transnacionales en suelo latinoamericano. Algo de la obra original se conserva, pero también se la pone en una nueva escena ¡y funciona! Eso es fascinante. Desde el siglo XIX, de Acosta de Samper, o desde mediados del siglo XX, de Dávila, a la actualidad, han sucedido muchas cosas, y ese terror gótico también es empleado hoy como un artilugio o una mediación más para buscar otros fines, creo. El género gótico, surgido en el hemisferio norte, se transforma en el sur y en nuestra lengua para manifestar nuestras propias pulsiones de muerte y vida.
AP: Regresemos a Mónica Velásquez, quien recupera lo que han escrito Liliana Colanzi y Debra Castillo en El horror siempre estuvo aquí.
MV: Reconozco una constante: usar el género como sitio de enunciación y de efectos contra un “descontento realista” (Amatto), como una forma de representar lo otro amenazante desde deseos no heteronormados o lo que asusta, sea el feminismo o los migrantes, o el terrorista bajo la figura de turno… Creo que a inicios de siglo se reconocen atmósferas y entidades del daño. Hoy a ese proceder, se suman las certezas sin alegoría ni metáfora de crueldades específicas, orquestadas desde el Estado, el narco, las violencias diarias, esa “situación horrorosa sin pacto con lo sobrenatural” (Clute: The Darkening Garden: A Short Lexicon of Horror, 2006). Hoy se registra el horror que está pasando (ecocidio, feminicidios, olvidos históricos, subastas humanas, incomprensibles circunstancias o estados mortíferos), enfatizo el gerundio: escribir el mal mientras pasa, ahora mismo y no a otros, y no lejos. Parafraseando un libro reciente de Liliana Colanzi y Debra Castillo, El horror siempre estuvo aquí. Las autoras aseveran que este género fue tradicionalmente: “una respuesta a los valores de orden, racionalidad, progreso y armonía de la Ilustración”. Creo que hoy, más o además de ser una reacción o respuesta, es también una provocación, el deseo de despertar o mantener despierto al otr/a… Una alarma que intenta dar cuenta de un estado de cosas, pero también de agitar la sociedad a ver si articulamos algo: una reacción, una conciencia, una política de lo común. Dejo de lado la opción del puro morbo, del puro frenesí que, como el cutting, ese mal de nuestro presente que pone a quienes lo padecen en contacto consigo mismos solo mediante el daño, porque da para otro podcast y otras honduras, pero habrá que tenerlo en mente. Por otro lado, me intriga otro deseo: Las mismas autoras refieren un corpus leído desde esta óptica… ¿por qué querer leer desde el horror a escrituras como la de Fernanda Ampuero, Ma. Luisa Bombal o, ya exageradamente, me parece, a Ma. Virginia Estenssoro? En cordial discrepancia, me pregunto si basta un muerto para que haya un horror, o una nochecita para un brote gótico… Más allá de la broma, creo que deberíamos ajustar un poco las categorías antes que se desfonden sin remitir a nada.
AP: Fascinante lo que propone Alicia Escardó en la forma como lo terrorífico en lo doméstico sale a la literatura.
AE: Creo que en estas primeras escritoras el miedo estaba más que nada en lo doméstico. En las novelas góticas tradicionales la protagonista recorre el castillo o la casa porque escucha sonidos inquietantes, percibe señales del más allá, y abre las puertas de las habitaciones a las que tiene prohibido entrar. El deseo es escaparse o romper las reglas que le imponen. Les cuento algunos ejemplos: en "Vampiro", de Emilia Pardo Bazán, una niña de quince años a la que casan con un viejo que ha hecho un pacto con un curandero, poco a poco pierde la salud y la juventud mientras el marido va rejuveneciendo. "El empapelado amarillo", de Charlotte Perkins. Una mujer a la que un marido médico la lleva de vacaciones en una casa de campo apartada, para que descanse, le impide hacer nada en su casa, ni siquiera escribir, porque la diagnostica de neurástenica y la imaginación que implica el crear historias le hace mal. Ella se obsesiona con el papel de la pared. "Una visita infernal", de Juana Manuela Gorriti, en el que una muchacha en su noche de bodas está convencida de haberse encontrado con Lucifer. En cambio en las escritores recientes los temas se han ampliado, han salido de la casa para sumergirse en la sociedad. Por mencionar algunos ejemplos: La fumigación de plantíos con glifosato, un pesticida asociado con defectos de nacimiento; o abordar el tema de las dictaduras, de niños robados a las madres en las cárceles y entregados a militares para que los crien como suyos; o la violencia del narcotráfico; por supuesto, también los femicidios, con Cometierra, la vidente que adivina las circunstancias del homicidio con la tierra del lugar del crimen; o la pobreza y la vida en condiciones de extrema miseria, la invasión a un barrio de chabolas o asentamientos. Una pandemia, como en Mugre rosa. La literatura de estas autoras ha salido del castillo o de la casa, de la violencia familiar y sexual para abarcar también lo estatal, lo social, lo político, el medio ambiente, el riesgo de los virus o la corrupción de las farmacéuticas, o la violencia del poder.
AP: Pero es imposible hablar de todos estos géneros no miméticos sin regresa a los clásicos y desde ahí conectar con lo contemporáneo y con nuestra propia literatura. Así lo hace Martha Bátiz quien además hizo trabajo de investigación y disertación sobre la literatura gótica. Riquísima su aportación el día de hoy.
MB: La literatura gótica nació en el siglo XVIII en respuesta a los temores sociales de aquel entonces, concretamente en la Inglaterra anglicana, con respecto al lado oscuro del catolicismo y la violencia que en su nombre se ejerció durante el medioevo y la Inquisición. Novelas como The Monk, de Matthew Gregory Lewis, y Melmoth the Wanderer (que en español tiene un título que me encanta: el errabundo), de Charles Maturin, magnifican la violencia ejercida por autoridades eclesiásticas a manera de advertencia para el lector inglés: no debemos volver a esto. Es una regresión hacia el oscurantismo, hacia la barbarie, parecen decir. Las mujeres adoptaron el gótico de manera natural en el siglo XIX ya no para hablar del pasado como ese peligro lejano lleno de horrores al que no hay que volver, sino para abordar su presente y mostrar los horrores que les tocaba vivir en la sociedad patriarcal que las sometía al servicio exclusivo del matrimonio, con muy pocas oportunidades para elegir un camino propio. Las escritoras fueron, en ese sentido, pioneras, porque justo se labraron ese camino propio a través de su labor literaria, y tuvieron un éxito enorme porque aquello que decían resonaba con los lectores de su época, igual que sigue resonando ahora. La literatura gótica ha sido, desde entonces, una especie de atrapamiedos de cada lugar y tiempo históricos. En el siglo XIX, las mujeres con depresión postparto, que en aquel momento no tenía nombre, temían los tratamientos a los que las obligaba la ciencia –operada por hombres que no las comprendían ni les interesaba hacerlo, y así llegamos al "Papel tapiz amarillo", de Charlotte Perkins. Se temía a esa ciencia que parecía avanzar sin control, inquietaban el misterio de la vida y el funcionamiento del cuerpo y de la mente, de ahí que se escribieran libros como Dr. Jekyll y Mr. Hyde, y Frankenstein. Nada de eso es casualidad. En América Latina, el gótico empezó a escribirse ya hacia mediados del siglo XX, cuando se había descubierto, tras la Segunda Guerra Mundial, que no son solo los monstruos y los vampiros los que dan terror, sino el ser humano mismo. Y para las mujeres, los hombres en concreto. Las escritoras actuales han sabido digerir el mensaje y transformarlo para ser mucho más directas, más descarnadas que quienes las precedieron. Ahí está Dolores Reyes con su Cometierra, esta chica cuyo superpoder no es la invisibilidad ni la fuerza ni poder volar, sino comer la tierra donde anduvieron jóvenes ahora desaparecidas y descubrir, mediante visiones, lo que les sucedió. Qué mejor reflejo de la realidad que enfrentan tantos hogares latinoamericanos cuyas hijas “desaparecen” todos los días sin dejar rastro. Magistral su manera de atrapar estos miedos cotidianos en una obra literaria. Por eso digo que así como existen los atrapasueños, el gótico es un atrapamiedos.
AP: Genial el término “atrapamiedos”. Y escuchemos ahora a Claire Mercier quien obviamente habla también de otras precursoras ya dentro de lo que es la literatura hispanohablante y hace un recuento de nombres que son fundamentales para el estudio del género y sobre todo para el gusto y la recreación lectora. Y es además conmovedor cómo las críticas hacen también comunidad, en la literatura encontramos amigas, colegas, cómplices, hermanas y compañeras de vida.
CM: Ante todo, quisiera declarar, como se nombra, mi sincera admiración por Teresa López-Pellisa: es una gran persona y académica. Este año (2025) la editorial chilena Imbunche publicó la valiosa antología titulada Perturbadoras. Narradoras latinoamericanas de lo extraño del siglo XIX. El volumen cuenta con escritoras de Bolivia, Perú, Argentina, México, Costa Rica, Cuba, Colombia, Brasil y Chile; y con relatos, por ejemplo, de Soledad Acosta de Samper (Colombia), Gertrudis Gómez de Avellaneda (Cuba), Rafaela Contreras Cañas (Costa Rica), Raimunda Torres Quiroga (Argentina), etc. Gracias a esta antología, pude darme cuenta de que el horror y el terror no son géneros recientemente explorados por las escritoras latinoamericanas. En efecto, estos relatos ya transgreden la tradición literaria de su época, en relación con la consolidación del sujeto nacional en un contexto post-colonial, con referencias a lo monstruoso, lo fantasmal, lo demoniaco, las ciencias ocultas, los muertos vivientes, etc.; y a través de estrategias literarias novedosas como el recurso al onirismo, a lo abyecto, entre otras, con el fin de reflejar lo que escapa al tratamiento narrativo realista. Entonces, más que diferencias, creo que hay un continuum entre estas precursoras y las escritoras latinoamericanas actuales, con el abordaje de temas atemporales (el amor, la muerte, la locura, la maternidad, la libertad, etc.) y, al mismo tiempo, de las problemáticas propias a cada época, pero desde la misma estrategia literaria: el horror y el terror como reflejos oscuros de nuestra contemporaneidad.
AP: Teresa López Pellisa complementa lo anterior.
TL: Además de todo lo que ha mencionado Claire, me parece importante recordar que los orígenes del gótico, nacido en Europa y posteriormente importado a América, son también los orígenes del terror, y, precisamente, esos orígenes han estado poblados de autoras. No solo tenemos el Frankenstein de Mary Shelley, sino que también tenemos a Ann Radcliffe cuya narrativa se caracteriza por haber definido el modelo del “castillo gótico” con heroínas perseguidas, paisajes en runas y secretos familiares. Ella misma estableció en su día, allá por mediados del siglo XIX, la que sería la diferencia entre terror como sobrecogimiento metafísico y horror para hablar de una revelación espeluznante y repugnante. Pero también podemos citar a Charlotte Brontë, Emily Brontë y, en el ámbito hispánicos a Gertrudis Gómez de Avellaneda, Emilia Pardo Bazán (con zombis feministas incluidos), Clorinda Matto de Turner y, sin lugar a duda, una de mis favoritas: Juana Manuela Gorriti, cuyo gótico político siempre se centraba en historias a lo Romeo y Julieta en medio de las tramas bélicas entre federales y unitarios sometidos por la dictadura de Rosas en Argentina. Creo que la diferencia entre el siglo XIX y el XX o XXI es simplemente el estilo. La narrativa posmoderna se caracteriza primordialmente por el humor, la parodia y un lenguaje muy diferente al del siglo XIX, pero las temáticas son similares: la venganza frente a una injusticia, un trauma familiar, violencia de género, la violencia colonial, la pobreza, la represión sexual, la libertad sexual, etc. Si pensamos en autoras internacionales es preciso recordar a Daphne du Maurier, Shirley Jackson o Angela Carter, ya que han ejercicio una gran influencia en las contemporáneas del ámbito hispánico que escriben hoy.
AP: Me parece interesante el escepticismo de Lorena Amaro que de alguna manera se une al de Mónica Velásquez. Ella hace aquí una referencia a cerca del problema y lo problemático de las categorías.
LA: No me gustan las generalizaciones y suelo pelearme mucho con las categorías que se han levantado en torno al género fantástico y el gótico latinoamericanos, en busca de agrupar y al mismo tiempo diferenciar voces. Creo que esas catalogaciones contribuyen a su modo al fenómeno del mercado, marcando ciertos “targets” o públicos particularizados, sin tener en consideración lo que ocurre literariamente en los textos. Por lo general, al categorizar aparecen temáticas, y creo que en este tipo de textos, como en todos, lo que realmente importa, lo que realmente acontece, es una forma de concebir el lenguaje, que hace de estas obras algo inquietante y removedor.
AP: Nos gustaría también tomar el tema de las escritoras que han salido de sus países enfrentándose a otras realidades, a la vez que a la posibilidad de ver sus países desde lejos pone sobre la mesa otro tipo de textos tanto en novela como en cuento y sin lugar a dudas en la poesía. Mónica Velásquez dice que hay “imaginarios en traducción”.
MV: Me llama la atención la muy consciente apropiación de mitologías y leyendas y monstruosidades locales, al mismo tiempo que recurrencias rastreables en las mismas series televisivas o clásicos del cine de terror. Creo que quienes salen de sus países, pueden exacerbar esos exotismos locales para saciar el hambre ajena, o pueden verificar lo parecido de nuestras entidades portadoras del miedo, no sé si universal, pero sin duda culturalmente asimilado. Valdría la pena, cartografiar esas migraciones que han traído muertos muy Halloween a países donde se charla y mima a los muertos, o esas otras donde se llena de colorido y Disneylandia la potencia hermosa de los altares y las fiestas de culturas donde la muerte se ríe y se baila. Valdría la pena, propongo, reflexionar sobre el viaje y los modos inconscientes y colectivos de dar forma al mal, un tema de imaginarios en traducción.
AP: Martha Bátiz es ejemplo como escritora en la diáspora de esa otra realidad que se permea y matiza su trabajo.
MB: Claro que las tradiciones que alimentan la imaginación de estas escritoras varían de acuerdo a su lugar de origen y sus propias realidades. Esto es justo lo que genera la literatura de terror. ¿Qué da miedo en el lugar donde nací, o en el que vivo, o al que llegué? Pues de eso escribo. La brujería, la santería, la religión llevada al extremo en sus castigos y conceptos tienen ese lado oscuro que es ideal para lo literario. Pero también, últimamente, la maternidad es un tema que se aborda de esta forma, porque las expectativas que nuestra sociedad pone sobre las madres, el nivel de abnegación que se exige, esta difuminación de la identidad, esta “invasión” del cuerpo tiene también su rispideces, por decirlo con delicadeza. Digo, no por nada en Alien el monstruo extraterrestre necesita incubarse en un cuerpo humano y lo destruye al nacer. No quiero decir con esto, para que por favor nadie me salte al cuello, que la maternidad es una destrucción del cuerpo femenino como tal, pero sí es cambio absoluto, un morir y un renacer. Se muere parte de la mujer que éramos y nace otra muy distinta y reconciliar esto no es fácil, sobre todo cuando algo de aquella mujer que éramos no quiere morir ni renunciar a lo que se tenía (libertad de movimiento, autonomía, cosas que es difícil, si es que no imposible conservar cuando se está a cargo de un recién nacido y presa de la rutina que su crianza y cuidados requieren). Hay un periodo de adaptación que puede ser muy duro justo porque no se comprende, sino que se juzga, por esta idea del “instinto maternal” y de que las mujeres nacimos para ser madres y dar vida y blablablá. ¿Cómo no rebelarse ante estas expectativas y verlas como el detonante aterrorizador que son? Por otro lado, las escritoras que están en la diáspora escriben del terror que da ser inmigrante y encontrarse en una posición vulnerable en un sitio desconocido donde se puede ser presa fácil de cualquier depredador. Y no cometamos equivocaciones: en la literatura de terror, como en la vida, el hombre es el depredador y la mujer, la presa por excelencia. María Fernanda Ampuero ha escrito sobre esto de forma magistral en “Biografía”, el cuento que abre su libro Sacrificios humanos. También cabe en la literatura de la diáspora hablar acerca del aislamiento que se experimenta al estar lejos del lugar de origen, y es justo ese aislamiento, ya sea físico o mental, uno de los ingredientes cruciales de lo gótico. La literatura de terror es a un tiempo mapa, lupa y espejo, y por eso nos estremece.
AP: Y dentro de estos imaginarios compartidos se quedan aquellos que están tatuados en nuestra piel. Es una manera de ver la vida que tenemos en conjunto las mujeres. Teresa López Pellisa lo pone así.
TL: Yo creo que sí, hay ciertos imaginarios compartidos debido a los procesos de colonización y a que vivimos en un mundo en el que impera la cultura hegemónica que es la cultura occidental y además vivimos en un contexto globalizado. A pesar de todo eso, creo que sí que podemos hablar de ciertas peculiaridades regionales, ya que las preocupaciones por el eco-terror predominan en América Central (si pensamos en la costarricense Anacristina Rossi) debido a los entornos naturales que predominan en la región, aunque también hay autoras que han narrado el horror de la guerra civil en sus relatos a partir del tema del monstruo, lo insólito y lo extraño tal y como se refleja en las narrativas de las salvadoreñas Claudia Hernández y Jacinta Escudos. No sé si una obra como Cadáver Exquisito de Bazterrica, se podría haber gestado en un lugar en el que no tuviera tanta importancia la ingestión de carne, por lo que, de algún modo, lo local siempre infesta los imaginarios de las autoras, ya que solo podemos leer o escribir desde nuestro saber situado. En todo caso, tal y como decía Lovecraft, el miedo es una de las emociones más antiguas de la humanidad y el miedo más viejo es el miedo a lo desconocido. Dicho esto, cabría preguntarse a qué le tienen más miedo estas autoras en cada uno de sus contextos. El horror es una forma cultural fóbica (nos dice Jones Darryl) y se dirige a nuestros miedos más profundos (que suelen ser estáticos), pero nuestros temores no son siempre los mismos, y eso depende de cada contexto histórico (y, podríamos añadir, que también geográfico).
AP: Claire Mercier hace una comparación entre varias escritoras y en los temas, los tonos y el regionalismo que tendría cada una de ellas.
CM: En relación con las escritoras que se califican “en la diáspora” (tampoco estamos hablando de un exilio), no veo un imaginario regional en el caso de Ariana Harwicz, sino más bien un imaginario ligado al terror femenino en general, por ejemplo, en relación con el tema de la maternidad. La literatura de Giovanna Rivero, en cambio, si bien se puede leer, como en el caso de Ariana Harwicz, de una manera más universal, por decirlo de alguna manera, encuentro que sus cuentos si poseen un imaginario latinoamericano. Por ejemplo, en Para comerte mejor hay un cuento en el que la protagonista, de raza híbrida, sueña con engendrar el hijo de Evo Morales. Y me gusta tanto la perspectiva gore de Giovanna Rivero como la abyecta de Ariana Harwicz. De todos modos, creo que es difícil sistematizar un estilo literario según exclusivamente una temática regional. Ya dije que los temas tienen que ver con la contingencia geográfica de las autoras, por supuesto, pero de nuevo, la literatura no mimética, en este caso el horror y el terror, permite justamente aludir de manera paradójicamente muy realista y cercana a miedos atávicos muy humanos y, por lo tanto, muy comunes, en el sentido de conformar una comunidad. Para mí, las escrituras que me son en este sentido más distantes son las muy académicas y, de algún modo, lisas. Por ejemplo, me cuesta personalmente clasificar y abordar la narrativa de otra escritora boliviana, radicada en Estados-Unidos: Liliana Colanzi, cuya narrativa, me parece, carece de perspectiva regional.
AP: En la magnífica Sección “CaribeFemLit” que lleva Anjanette Delgado, hemos vito la gran narrativa y poesía que viene del Caribe y los temas que siguen siendo alimento de la escritura. Alicia Escardó reconoce a esa región del continente y su gran aportación.
AE: Sin duda estas tradiciones son diferentes, y apelando a los ejemplos de mi respuesta anterior, el país o la región en donde las escritoras viven o han nacido marcan las temáticas que desarrollan en su literatura. Cada lugar adapta y entrelaza sus tradiciones. En cuanto a lo religioso, los mitos y creencias locales como la santería, la fe y la influencia del catolicismo de Latinoamérica, los cultos afrocubanos, el miedo al demonio están muy presentes en esta literatura. Pero yo siento que específicamente lo religioso y la santería, la culpa o el infierno son temas que el terror aborda desde hace más tiempo, y son más generales, europeos y de otras zonas también. En cambio, lo social, lo político, el cuerpo de la mujer como espacio violado es el caldo de cultivo de la literatura de terror más reciente en nuestras regiones, es más específicamente latinoamericano o hispano, y configura este fenómeno que da tanto que hablar a críticos y especialistas. En el Conosur, Chile, Argentina, Uruguay, dictaduras y desapariciones de personas. En México y Colombia, las terribles consecuencias del narcotráfico. En los países del Caribe, hay más infuencia del vudú y los ritos africanos, por poner algunos ejemplos. Y el femicidio, la violencia y el abuso ejercido sobre el cuerpo de la mujer, sumado a la pobreza y la injusticia social, por supuesto son temas que subyacen en todo el continente y recorren todas nuestras regiones.
AP: En el momento de preguntarles a esta críticas sobre los entrecruces entre un género y el otro, Claire Mercier y Teresa López Pellisa mantienen un interesante diálogo que va al género negro y a las distopías.
CM: Para mí, la novela negra tiene esencialmente que ver con el policial. La distopía es una forma de prospección y las narrativas de horror y terror pertenecen más bien al ámbito de lo fantástico, en el sentido de un extrañamiento cognitivo con respecto a la realidad. Me mantengo en general alejada de las etiquetas editoriales como neo-gótico, eco-horror, etc.; lo interesante sería la diferencia entre terror y horror que, en general, tiene que ver con un desfase temporal: el terror antecede al horror como resultado; también, el horror tiene más bien que ver con lo siniestro y el terror en cambio con lo sublime desde la perspectiva de una estética romántica. Como decía, creo que hay una mezcla sutil entre una pertenencia a la tradición (pienso en Mariana Enriquez con respecto a Stephen King) y, al mismo tiempo, un uso del horror y del terror con respecto a problemáticas contemporáneas, a la vez colecticas y personales, que buscan abordar cada autora: la crisis climática, la memoria dictatorial, la marginalidad, el cuerpo femenino, etc. Claro, porque al final, todos estos géneros no miméticos funcionan por contaminación. Pienso, por ejemplo, y retomando el ejemplo de Mariana Enriquez, en la incorporación de toda una cultura pop en la narrativa de horror y de terror, pasando por las series, las películas, el arte y la música. Y no es extraño por supuesto encontrar obras de horror y de terror que juegan con la forma policial o hasta con la ciencia-ficción, si pensamos, por ejemplo, en la figura paradigmática del monstruo. Para terminar, otro ejemplo es el weird: una forma literaria que ocupa las estrategias literarias del horror, del terror, de lo fantástico y de la ciencia-ficción en algunos casos.
TL: Tal y como nos preguntas, creo que sin lugar a dudas, claro podemos hablar de entrecruces. Claire acaba de mencionar el weird y ese sería un claro ejemplo. No hay géneros puros y si algo caracteriza la literatura posmoderna es la hibridez. La literatura de terror, habitualmente ha ido ligada al gótico y también a lo fantástico. Si algo caracteriza a lo fantástico es su capacidad por generar inquietud, por crear esa sensación que Freud denominó como lo ominoso, lo siniestro. Cuando hablamos del terror fantástico remitimos a su capacidad de generar un miedo metafísico, porque frente a nosotros se produce algo imposible que transgrede todos los límites de lo que conocemos (por utilizar el concepto de David Roas). En el policíaco muchas veces vemos como este género se hibrida con el horror (por lo gore, por la violencia y lo espeluznante), más que con el terror. Y con la ciencia ficción pasa lo mismo; desde su origen la ciencia ficción ha ido de la mano de lo gótico y el terror con Frankenstein, pero también con “El hombre de arena” de Hoffman (a partir de cuyo relato Freud desarrolla su concepto de lo siniestro), etc. De hecho el escritor de ciencia ficción Brian Aldiss se refería a la ciencia ficción como literatura posgótica (algo, que quizás podríamos cuestionarle).Tal y como sabemos, el terror como un elemento estético comienza a desarrollarse a partir de los trabajos de Edmund Burke y se viraliza en el imaginario popular del romanticismo hasta llegar a Lovecraft. A priori, pareciera que el terror juega con la idea de lo irracional y paradójicamente la ciencia ficción se describe como aquel género de lo insólito en el que todo lo extraordinario tiene una explicación racional (por seguir a Roas). El tecno-horror se basa en el temor que despierta la ciencia y la tecnología, sobre todo por resultar una incógnita y algo incomprensible para el gran público. Este desconocimiento es lo que ha motivado gran parte de las narraciones tecno fóbicas (dominantes en el imaginario occidental) pobladas de la clásica figura del mad doctor sin ética que experimenta con personas sin darle ningún valor a la vida humana. El pánico prospectivo nos sitúa frente a la incertidumbre que generan los avances como la Inteligencia Artificial, cuyo desarrollo tecnológico se ha convertido en uno de los miedos a los que hoy se enfrenta la humanidad. Gran parte de la ciencia ficción fricciona con el terror: lo vemos en las distopías feministas como El cuento de la criada o en películas como Alien.
AP: Lorena Amaro se suma hablando del “gore”
LA: Contesto a la última pregunta: sí, claro que se entrecruzan género y horror, porque la discriminación que sufren las mujeres es una experiencia en sí misma, con diversos grados y matices, horrorosa. Lo mismo puedo decir de las experiencias queer, o de la discriminación racial o de la violencia política en Latinoamérica, siempre a la vuelta de la esquina, solapada o explícita. Distopía y horror se vinculan en muchos casos, pienso por ejemplo en un libro de Rafael Pinedo, Plop, que es totalmente gore y que es una distopía que construyó a partir de la observación de la crisis del corralito argentino. Pero la distopía, como la utopía, corre por sus propios cauces, y no necesariamente se manifiesta a través del horror.
AP: Mónica Velásquez regresa a hacer ciertas puntualizaciones, pues como ella dice a veces se cae en reduccionismos.
MV: Como adelantaba, temo mucho que la literatura-de-horror sea una más de las categorías deslavadas de cierta crítica actual. Está bien que no nos pongamos victorianos, pero si toda atmósfera pesarosa acaba siendo gótica o temible y todo muerto debe producir horror, muy probablemente estemos muy lejos de detectar una singularidad escritural y potenciar una originalidad imaginativa.
AP: Alicia Escardó habla también de cómo el talento de las escritoras hoy nos permite entender temas que nos preocupan desde distintas miradas.
AE: Todos estos subgéneros, aún teniendo sus características propias, tienen en común que comparten una afinidad por la oscuridad, el suspenso y la generación de emociones intensas como el miedo, la angustia y la opresión, el crimen, la muerte. Exploran temas difíciles, profundos, como la decadencia, la violencia, lo sobrenatural, la culpa y la locura en ambientes sombríos y opresivos. Siento que el hecho de que las mujeres escritoras de habla hispana levanten de esta forma su voz en el continente más violento del mundo, indica la necesidad de marcar con sus palabras temas que las preocupan, las cuestionan, las indignan. Con respecto al entrecruce de géneros, forma parte de la esencia del arte y específicamente de las letras. Si un tipo de literatura se mantiene igual y adopta una fórmula repetida, corre el riesgo de estereotiparse, perder fuerza y morir, o ser una cáscara vacía. Cada cierto tiempo aparecen artistas innovadores, que arriesgan, que revolucionan y le dan nueva vida a lo que quieren expresar. Podría citar muchos ejemplos a lo largo de la historia en que ha pasado esto. Creo que este caso son estas mujeres latinoamericanas, hispanas, quienes lo están haciendo con mucho talento, fuerza y creatividad.
AP: Mucho nos llamó la atención esta película con Demi Moore, La sustancia, en donde de alguna manera nos dejó pensando acerca de qué es lo que está pasando con el cuerpo de las mujeres, insertadas en un mercado. Hay otra literatura, la distópica que también desde el cine nos llega a todos nosotros, es además la manera de llegar a otros espectadores y de hablar de temas como la belleza. Martha Bátiz trae esto a la conversación.
MB: Claro que se puede hablar de entrecruce de género en el género del horror. Es un género híbrido por excelencia, precisamente porque se nutre de la época, el lugar y la sociedad que lo genera y de sus miedos, que son tan variados como las culturas y realidades a las que pertenecen las autoras. La literatura noir y la novela negra, que derivan de la literatura policial y de misterio y se sitúan en ambientes sórdidos donde abundan la corrupción y el crimen, funcionan como crítica social y al sistema que nos somete a la injusticia crónica mostrándola tal cual es. Por eso son herramientas idóneas para reflejar el mundo en que vivimos y sus horrores. La literatura distópica crea universos alternativos cuya realidad es peor que la nuestra y resulta inquietante porque normalmente nos gusta pensar que en el futuro la vida será mejor, o que la posibilidad de mejores vidas existe en otros planetas, y esta literatura nos grita a la cara que no. Que no es así. Que la línea con que cierra Kavafis su poema La ciudad es profética: “la vida que aquí perdiste la has destruido en toda la tierra” (y esta literatura agrega: no solo en toda la tierra, sino en todos los posibles pasados, futuros y universos). Las escritoras están innovando al utilizar las herramientas narrativas de estos géneros y llevarlas al campo de la actualidad femenina. Siempre ha sido duro ser mujer y envejecer, por ejemplo, pero, ¿cómo se vive eso en el mundo occidental? Ahí está la película “La sustancia” para explorar el lado oscuro de querer ser joven y mantenerse vigente como mujer. El cine siempre ha sido gran compañero de la literatura de terror, de modo que cito esta película muy a propósito. A las mujeres no se nos permite ser a menos que quepamos en los espacios diseñados para nosotras, delineados por ciertos cánones de belleza, de comportamiento, y límites a nuestros logros. Hasta aquí puedes llegar. De eso se trata el llamado “techo de cristal”. Y de mostrarle al mundo la manera en que ese cristal nos hace sangrar se encarga la literatura de terror escrita por mujeres en todos sus subgéneros.
AP: Una de las prioridades de LAM es proporcionar nombres que amplían un campo literario y el saber sobre la literatura. Escuchar las sugerencias de estar 6 críticas nos permiten, eso, sumar a los nombres que son referentes ineludibles otros más.
LA: Mariana Enriquez es un referente ineludible y creo que en gran medida a ella se debe que estemos comentando sobre estos géneros en el ámbito hispanohablante. Quiero subrayar que ella empieza a indagar en el género del terror en 1995, hace ya 30 años, con una novela juvenil, Bajar es lo peor. Desde entonces ha hecho consistente un discurso sobre el horror político latinoamericano y el avance del neoliberalismo en la región, destructor de barrios, ecologías y vidas. Ella posibilitó, me parece, una vía para que otras empezaran a indagar en géneros que hasta los 90 habían sido considerados best-sellers o menores. O por lo menos se produce cierto sensorium o estructura de sentimiento, como diría Raymond Williams, por lo que varios autores se comienzan a interesar por estas exploraciones al mismo tiempo (en Chile, por ejemplo, pienso en Álvaro Bisama y el libro Caja negra, del 2006). Mariana fue la que tuvo desde el primer momento más lectoras y lectores y quien ha trazado luego los marcos de la conversación sobre esto. Por otro lado, puestos a mencionar autoras, debo decir que una de mis preferidas es -Fernanda Trías, que me parece no suena como “narrativa de horror” o “gótica”, pero que casi desde el comienzo explora aspectos de la vida humana lindantes con la muerte, lo abyecto y lo horroroso. Así, por ejemplo, el universo cerrado y asfixiante de La azotea. En su última obra, El monte de las furias, recientemente ganadora del Sor Juana Inés de la Cruz, hallamos uno de los libros más horrorosos y extrañamente bellos que he leído en mucho tiempo. También me gusta que la escritura me lleve a otros lugares, y que por ejemplo me haga reír. Y pienso en un libro de Agostina Luz López, autora argentina, Otro planeta, en que ella escribe un relato genial protagonizado por sirenas, esos seres anfibios en que la imaginación masculina proyectó sus miedos, haciéndolas monstruosas. Las metamorfosis que narra López transitan por lo fantástico, pero me parece que también convocan mitos y antiguas literaturas (La sirenita, de Andersen) con un humor provocador, libre, que se desmarca de otros textos que he leído en esta línea. Tampoco se suele mencionar, cuando hablan del gótico, de la obra de una autora como María Negroni, autora extrañísima y genial, autora de Museo Negro. Ensayos críticos sobre la imaginación gótica, de 1999, un libro que me parece fundamental para abordar el tema desde América Latina. María Negroni parece invitarnos ya en esa época con un “¿y por qué no?”, se apropiándese del género, ¿no?, digamos que desde un margen, y con absoluta libertad.
AE: Voy a mencionar a varias escritoras de distintas épocas a las que sigo con entusiasmo. Empiezo con Silvina Ocampo, seguramente la más conocida, porque me encanta su literatura en la que mezcla lo cotidiano de su vida en una Buenos Aires cosmopolita y distinguida, con lo inquietante, lo onírico, la crueldad de los traumas de la infancia y personajes muy originales. En segundo lugar la autora uruguaya Armonía Somers, quien en la década de los 50 abordó en sus relatos temas como lo absurdo, lo extraño, en una especie de realismo tenso y exasperado. Junto con Peri Rossi es una de las cuentistas más importantes de Uruguay. Acercándome a escritoras contemporáneas me quedo con tres, y me ha costado porque siempre es difícil elegir y hay muchísimas. Me gusta mucho la española Marta Sanz. Su cuento Scherezade en el bunker, escrito en tiempos de pandemia, es un ejemplo notable del domestic noir en esa pareja en cuarentena, en la que crece la tensión hasta límites insostenibles, siempre con la sensación de que la violencia se va a desatar en cualquier momento. Sus novelas negras son tremendas, y además es una lúcida analista de la realidad femenina. Liliana Blum, de México, se distingue por sus textos duros, crueles, cuestionadores. Es una gran cuentista, con muchos libros de relatos publicados. Y sus novelas Pandora, El monstruo pentápodo y Cara de liebre, por mencionar solo estas tres, abordan temas como la pedofilia, el abuso y el trauma infantil, las parafilias, en resumen, la parte más oscura de la naturaleza humana. Por último Mercedes Rosende, de Uruguay, con su saga de Ursula López, novela negra muy original, que sigue a una mujer que evoluciona desde una personalidad traumada, con problemas de alimentación, inseguridad y angustias, y se convierte en una criminal despiadada. Ha sido traducida a varios idiomas y tiene un éxito destacado en varios países europeos. En su nuevo libro, aún sin publicar, incursiona en el terror.
MV: Valiéndome de mi lugar de enunciación, un poco distante y un poco tentada por el género y sus fantasmagorías, dejo planteado un ejercicio. ¿Cómo mirar el género desde su parodia?, como la de Salomé Esper, quien en su novela La segunda vuelta de Hilda Bustamante, plantea el fallido retorno de quien desmuere sin provocar espanto ni redención. O mirar el miedo y su escritura desde lo bajo, desde un horror abaratado, como el que explora Mónica Bustos en su Novela B, un elenco de monstruos y espantos locales, todos convocados y oscilantes entre el miedo y la risa. O mirar el horror desde y con la tecnología, ese clásico surtidor de temores, de la mano de Lola Ancira, quien trabaja una ciencia ficción donde el punctum horroroso puede ser una transferencia de clonación inconclusa o un retorno a sitios de vieja calaña de malditismo como manicomios o cáceles. O leer el horror histórico en la novela A veces despierto temblando, de Ximena Santaolalla, sobre la dictadura guatemalteca. Una tremenda frase de la novela es la advertencia de un torturador-secuestrador a su víctima: “sabrás lo que es ser solo un cuerpo”. En esa condena a ser pura vulnerabilidad, a estar siempre a expensas de usos y abusos del otro sobre una/o sea física, psíquica o químicamente reside seguramente un terror fundamental que es nuestra condición en un mundo cada vez más hostil, pero donde también reinventamos formas de ilusión para sentir ternura por los fantasmas y reír con lo amenazante y, ojalá, dejar de repetir los ritos de nuestra infinita crueldad.
MB: Bueno, yo agregaría a esta lista a Agustina Bazterrica, a Dolores Reyes, Fernanda Melchor, Mónica Ojeda, Valeria Correa Fiz, Carmen María Machado. En Canadá se está hablando últimamente de “Female Rage” (porque pocas cosas hay que la sociedad tolere menos que una mujer enfurecida, ¿no?). Tear de Erica McKeen es una lectura interesante. Emily Weedon acaba de lanzar Hemo Sapiens, una novela de vampiros donde el embarazo de una mujer, que casualmente es la esposa de un detective, se relaciona con una serie de asesinatos que él está investigando. Mona Awad también es una de las autoras más sobresalientes en Canadá en este género. Y por qué no mencionar también a Silvia Moreno-García, que ha sabido sacarle jugo a ciertos elementos tradicionales mexicanos para crear su propia ficción de terror. Hay muchas autoras porque hay mucho que decir sobre este tema. Porque hasta que no nos dejen de violentar, desaparecer, asesinar, limitar, discriminar, juzgar y herir no nos cansaremos de poner el dedo en la yaga y transformarlo en cuento, en novela, en testimonio de lo que nos toca vivir día con día.
AP: Yo tuve el privilegio de presenciar el debate en torno al premio José Donoso en el 2025, gracias a la invitación de Claire Mercier para ser parte del jurado de ese premio. El debate deliciosísimo mostró el conocimiento de los miembros de jurado, pero además las miradas tan particulares que los críticos tienen sobre los libros, que en ese momento se convierten en lectores, lectores de las obras propuestas para ese premio. En esa emisión ganó Mariana Enriquez, lo cual me dio mucho gusto, y Claire Mercier regresa a ese momento que atesoraré siempre y que disfruté tanto en compañía de Macarena Areco, Ana Casas, Victoria Torres y Henri Billard
CM: Lo siento, pero sí vuelvo a mencionar a Mariana Enriquez por tres razones: 1) porque ganó en el año 2024 el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso de la Universidad de Talca en Chile, con el auspicio del Banco Santander y, de hecho, en el Jurado estuvo Adriana Pacheco, la creadora de este maravilloso podcast; 2) por su utilización de la cultura popular, como ya lo dije; 3) por la gran cantidad de lectores y lectoras que moviliza. Asimismo, los cuentos de Pájaros en la boca de Samanta Schweblin son una obra maestra de lo fantástico rioplatense; y de paso también hay que mencionar que ganó el Premio Donoso; y pensando en otra ganadora del Donoso, Lina Meruane también tiene relatos con rasgos horríficos y terroríficos. Dije también que me gusta la estética gore de Giovanna Rivero y que tenemos que volver a las precursoras del género en Latinoamérica. Admito que Mónica Ojeda ‘no me pega tanto’, como se dice; lo mismo con Dolores Reyes y Agustina Bazterrica. Habría también que mencionar a Fernanda Melchor y Amparo Dávila en México; y Elaine Vilar Madruga para Cuba que sí me gusta por su desempeño en varios géneros literarios. Para terminar, quizás un saludo a la bandera: existe en Chile un colectivo literario llamado Poliedro que publica antologías de fantasía, ciencia-ficción y terror. Se publicó en el año 2025 el volumen 8 y es un milagro que una antología no mimética perdure tanto en el tiempo en Latinoamérica. Afortunadamente, hice parte del comité editorial de la última convocatoria y me sorprendió la cantidad de personas, también jóvenes, que escriben hoy horror y terror, así que el género tiene todavía mucha vida por delante. Gracias.
AP: Cerramos este maravilloso podcast con la voz de Teresa López Pellisa y los invitamos a que sigan su sección “Insólitas” que trae nombres que no conocemos a veces, con obras maravillosas. Escuchemos sus últimas sugerencias.
TL: Bueno, los nombres que ha mencionado Claire son numerosos, por lo que a esa nómina quizás añadiría a algunas españolas por darle un toque transatlántico a nuestra conversación. Por ejemplo, la novela Carcoma de Layla Martínez, El año de gracia de Cristina Fernández Cubas, prácticamente cualquier obra de Pilar Pedraza, Cristina Jurado, Sofía Rhei, Elia Barceló, etc. Y otra recomendación del género sería el libro de cuentos Su cuerpo y otras fiestas de Carmen María Machado.
AP: Totalmente espectacular este episodio de LAM como todos los que hemos tenido a lo largo de estos años. Muchísimas gracias a todas estas críticas tan experimentadas, tan expertas, tan lúcidas, que nos traen todas estas recomendaciones y estas reflexiones y cuestionamientos también. Es imposible hablar de un tema así de complejo en tan solo una hora, como lo muestran los muchos congresos, encuentros, antologías y seminarios que han surgido en torno a ellos. Nos queda leer, leer y leer, sumar nuevos libros y nuevos nombres para desentrañar la exquisita interpretación del mundo desde estas narrativas.
Muchas gracias a todas y muchísimas gracias todos ustedes y esto ha sido Hablemos, escritoras, como siempre los esperamos en el próximo episodio.
Hasta la próxima.