Hoy la reflexión de la escritora mexicana Daniela Tarazona al contestarle a la investigadora Gisela Heffes tres preguntas, nos dice que algunas veces una novela nos hace que "le otorguemos otro valor a nuestras preguntas" y "me inclino más a la incomodidad sostenida antes que a la resignación de lo que creemos que somos y de lo que hemos destruido en la tierra". No se pierdan una sección tanto reflexiva como hermosa. Lean todas las respuestas de las "tres preguntas" en www.hablemosescritoras.com.
1. Frente a los cambios que el Antropoceno va produciendo en el planeta y las crecientes alteraciones geológicas que los humanos estamos provocando, ¿cuál es el rol de la literatura y el arte, y es posible (o no) dar cuenta estéticamente de estos cambios?
Como ha ocurrido a lo largo del tiempo, la literatura y el arte seguirán haciendo eco de aquello que ocurre en eso que llamamos “realidad”. Sin embargo, no creo que la literatura u otras expresiones artísticas nos ayuden a alcanzar la salvación. Si acaso, una buena novela puede hacer que nos detengamos en seco para mirar hacia el cielo o que le otorguemos otro valor a nuestras propias preguntas. Me inclino más hacia la incomodidad sostenida, antes que a la resignación ante lo creemos que somos y frente a lo que hemos destruido sobre la Tierra. Para mí la escritura representa un umbral, cuando lo cruzo el otro lado se convierte en una suma de posibilidades distintas a las que experimento en la “realidad”. Supongo que habrá quienes compartan esta fascinación por escapar de ella, por irse a vivir con las palabras.
Hace un par de días respondí acerca de qué considero ciencia ficción. Yo creo que el género ahora mira hacia atrás. La ciencia ficción será recordar que alguna vez vivimos sin teléfonos inteligentes y yendo cada mes dos veces al cine. Ahora la invasión a la vida íntima y a los afectos no tiene tregua. El atasque de imágenes, la voracidad con la que miramos series y películas en la televisión bajo demanda hacen que seamos incapaces de detenernos. La velocidad nos ha enfermado y ha extendido la enfermedad a nuestros ecosistemas.
De manera inevitable e ineludible veremos las representaciones del mundo des co yuntado que habitamos en los libros, en los filmes, en las piezas de arte. Daremos cuenta de lo que ocurra. Diremos: allí, en medio del mar, hizo erupción un volcán submarino. Observaremos islas partidas por las inundaciones, tsunamis, aumento de los niveles oceánicos por el calentamiento global, sequías, cambios de estaciones incomprensibles, carencia de agua potable, contaminación por la ropa que nadie usa. Lo vemos ya. Lo veremos con mayor frecuencia.
El asunto se complica si pensamos que cualquier expresión artística puede contrarrestar las ganancias de una farmacéutica o el negocio que representa la trata de personas o las adicciones. Lo que puede hacer un libro en el pensamiento y el corazón de quien lee, a la par de las ganancias multimillonarias de cualquiera de estos negocios, no cambiará nuestro modo de comportarnos desde hace siglos.
Considero que el rol de la literatura o el arte es escapar del mundo y llevarnos a quienes leemos en esas naves. ¿Cuál es la salida de este desastre? Esa sería la primera de las preguntas del artista y la respuesta estaría en su propia materia: para el escritor, la salida está en el lenguaje. La nave está hecha de lenguaje. Pero la situación del lenguaje también es distinta desde hace tiempo. No podemos pensar que desde la masificación de Internet el mundo es el mismo. Por eso la escritura tendría que ser otra. Se escribe en el mundo que se habita, no en el siglo XIX, sino en el XXI. La actualidad de la escritura es su capacidad predictiva, del mismo modo que se comporta la publicidad en nuestros aparatos inteligentes. No se trata de lo que veo, ni de lo que quiero, sino de lo que querré y lo que veré cuando vuelva a activar mi teléfono. La literatura tendría que mirar más allá de los hashtags y las etiquetas del mercado. Tendría que recuperar su actitud escapista y rebasar la realidad. Tendríamos que decir: ahora el invierno se parece al verano, las lluvias caen en los desiertos, el agua no llega a las casas. ¿En dónde estábamos cuando esto comenzó? Y escapar hacia el Más Allá con un lenguaje que sea difícil de encontrar en Google. Una actitud estética distinta a la de los robots, quizá hecha de carne, huesos y sangre; una actitud escapista, orgánica y predictiva.
2. ¿Cómo visualizar, además de la crisis planetaria y el imaginario escatológico, nuevos mundos o mundos alternativos, tal como lo proponen escritores como Margaret Atwood, cuando señala: “Las utopías van a volver porque tenemos que imaginar cómo salvar el mundo”?
La alternativa no está fuera de nosotros, mucho menos ahora, en la actualidad. Los mundos alternativos están dentro de nuestros cuerpos y en los cuerpos de los demás. Pienso que para alejarnos de la crisis planetaria habría que atender a los asuntos comunes. La comunidad es distinta a la globalización, sus mecanismos estriban en lo que alcanza la vista, pienso. El horizonte es mi comunidad. ¿Pero cuál es el horizonte de cada persona? Aquí guardo silencio, porque no sé responder. Reunirnos alrededor del fuego, otra vez. Recordar las historias que nos contaban nuestros padres o nuestros abuelos. Reducir el ruido de las máquinas y escuchar el del aire corriendo entre las cosas. Lo utópico sería recordar que antes de la llegada del hombre a la Luna nuestras ambiciones no eran demasiado distintas a las de ahora. La construcción de universos utópicos empezaría en la casa de cada quién. Lo utópico sería guardar silencio. Dejar de escuchar. Hablar con señas o generar un nuevo lenguaje con otros que quieran también torcer los dedos y oír los chasquidos que haríamos con la boca.
La imaginación sucedería en este silencio, en esta soledad disfrutable. No la que propician las presunciones de los influencers, sino la soledad escondida en el pecho de cada persona. No la soledad del like o el “me gusta”, sino la que ocurre sin que nadie más se dé cuenta. Si tuviéramos la voluntad de acercarnos a los demás desde nuestros verdaderos aspectos comunes podríamos, tal vez, volver a empezar. Pero para ese proyecto tendríamos que estar desnudos, sin filtros y en cuclillas sobre la arena de alguna playa en la orilla del mundo y en el fin de los tiempos. Entonces, podría haber un nuevo principio: empezaríamos a hablar y nuestras palabras tendrían otro significado o quizá recobrarían lo que, en verdad, querríamos haber dicho. La utopía no puede tener lugar a través del falseamiento de las emociones.
3. ¿Cuáles son los textos, trabajos y obras que más te inspiraron a escribir, entre muchos, El animal sobre la piedra, y por qué?
Leí La metamorfosis, de Franz Kafka, cuando empezaba mi adolescencia. Leí también El mago de Oz cuando era niña y leí los cuentos de Poe en la secundaria. Tuve una abuela que era poeta. Mi madre era una lectora apasionada de Borges. Tuve un tío abuelo que fue piloto bombardero en la Guerra Civil española que escribió un libro sobre sus memorias: Sangre en el cielo.
Mi inspiración encuentra terrenos de juego en la lectura, pero es, en buena medida, derivada de mi genealogía. No podría haber escrito El animal sobre la piedra sin la experiencia que me heredaron las mujeres de mi familia, así como tampoco sin las lecturas de los libros que mencioné, entre otros que mi mente no identifica como cruciales en mi desarrollo, pero seguramente los hay. Fue mi primera novela, este año cumplirá 14 años de haberse dado a conocer, aunque fue reeditada hace dos años. Pienso que en sus páginas existen claves que yo misma no sé descifrar todavía, pero eso me ocurre también con mis libros posteriores. No me inclino a identificar los orígenes de sus gestaciones con certeza, porque me parece un vano afán.