Las voces que se reúnen en Mis humores, exhalan sangre, lágrimas, fluidos sexuales y sudor. A través de ellas, la autora, dislocada, grita sus abismos encarnados frente a la muerte del padre, la maternidad, el desasosiego y el reencuentro con el ser ahí, en un acto de exorcismo donde la palabra, lejos de aquietar, pone en juego el sufrimiento de la condición humana y, también, en un giro lúdico, el goce caleidoscópico de sí misma. Al articular la intertextualidad de la escritura y sus monstruosidades rizomáticas, medievales y contemporáneas, Fernanda del Monte define los recovecos de su corporalidad fragmentada en un tejido de retazos no lineal: "Escribo para mí un texto enfermo y deforme, para dejarlo como un feto sobre la mesa de mis pensamientos. Escribo un texto autónomo que de alguna manera es infinito. Un texto que no implica su lectura como se hace desde tiempo". En Mis humores, la escritura de las emanaciones del cuerpo, con y sin órganos de Fernanda del Monte se asoma a las constelaciones conceptuales de autores como G. Bataille, A. Artaud, A. Jodorowsky, pero también del pseudo Aristóteles, Heidegger y Deleuze para conformar corpus fragmentario e intertextual, donde los fluidos sanguíneos, sexuales y lacrimógenos se confunden con la sudoración que exhala la desesperanza y, también, con el placer del juego y los reflejos de heteronomías de la autora. Así este cadáver exquisito, en el cual la monstruosidad y la deformidad de un Frankenstein contemporáneo flirtea con los humores medievales y da rienda suelta a los efluvios del carácter colérico y sanguíneo y a su vez, al goce de la escritura, exorcismo del inconveniente de haber nacido y del placer de saberse a sí misma, demasiado humana.