Ciudad de México, años ochenta. Las mujeres de estos relatos se arrastran por las calles de la ciudad como perra salvajes. Casi no pisan el suelo al pasar. Más que animales abandonados parecen presencias, afilados golpes de viento. Brujas, prófugas, pájaros con la barriguita colorada, fantasmas que habitan en la oscuridad apestosa a tabaco de menta, algo desnudo que persigue el final de la calle, el final del día, de la noche. No tienen nombres. Inventan maneras de llamarse o dejarse llamar; Xian, María, petite, Marina, Julia. Son jóvenes y anarquistas. Se desean, pero están en guerra contra el amor. Podrían matarse a trompada limpia con el amor. Asesinarlo cada noche.