El soliloquio nos suele hablar de un interior asolado, pero estos Zooliloquios invitan a una geografía imaginada, poblada de seres extraños. En esta suerte de exilio donde los animales y las cosas son desdoblamientos del ser y la conciencia, el cuerpo sólo puede ser el objeto sensible de la soledad, su encarnación. Así nacen, habitantes de cuatro espacios que corresponden a los elementos alquímicos, las distintas criaturas que encontramos al acompañar a Silvia Eugenia Castillero en la búsqueda del propio ser. Como después de una tormenta, la sirena crece en las entrañas de la piedra; hay animales de contorno suave que acarician la vista como una brisa, al volar, mientras la mantis se mueve entre las hojas del bosque, peligrosa como las llamas; hay una mujer oscura, feroz conciencia cercana a la de una fiera, que sueña despertar a la serenidad y la unidad; hay, por último, seres de la tierra, que no pertenecen a la fantasía ni al sueño, como puerta hacia la vigilia.