Los poemas de Sordera de las nieves nos invitan a explorar la fragilidad y vulnerabilidad de la vida humana, y a confrontar las diversas formas de violencia—sutiles y brutales—a las que estamos expuestos a cada momento. En la primera parte “Niñas muertas” las niñas se presentan como metáfora de la suprema fragilidad y belleza, y su corrupción como una fuente de horror que ninguno de nosotros puede eludir. Cada instantánea nos hace vivir un rincón de la cultura colombiana de provincia, la de grandes familias, mitos locales y modos singulares de nombrar objetos y fenómenos. Tradiciones católicas latinoamericanas como el “velorio de angelito”—conmemoración festiva de la muerte del niño que por su edad es aún un ángel libre de pecado— y las letanías a las almas, proveen el marco cultural a los poemas y un tono que se mueve indeciso entre el lamento y el gozo. La segunda parte, “Geografía sin hábito”, explora la vulnerabilidad a través de una experiencia individual del espacio. En el contexto de estepas, bosques y llanuras, se describe una experiencia siempre tumultuosa; la voz poética se relaciona con la inmensidad del espacio natural a través de formas de movimiento, tales como el tránsito, la quietud, la huida y la caída. En un tono mítico, de historias de creación y apocalipsis, la autora llama la atención sobre la percepción psíquica de la violencia cotidiana.