Desde que el Verbo se hizo carne, la liturgia nos enseña que el lenguaje nos habita. Pero no basta ser habitados por éste. La escritura tiene como fin primordial permitir que lo habitemos para que la palabra se exprese plenamente: «Ah, si esta desanunciada / ser pudiera contigo / como una roca viva / sin estar en el lenguaje.»
Este pulcro poemario de Lucrecia Romera es un peregrinaje hacia la voz que la habita, que la encuentra y devela. Pero esta voz también reconoce los límites: de ahí su gravedad y su gracia. Peregrina que se adentra en las aguas profundas para hacerse de un nombre, un nombre que la nombre, nombrándose, Romera se abisma, aunque asume que nunca alcanzan las palabras, pues todo queda detrás del verbo. He aquí su misticismo, su gran misterio.