Ha dicho María Negroni, alguna vez, que las islas son lugares tristes, pero felices, como toda la infancia recuperada. Y que, por ello, los náufragos sucumben a la compulsión lingüística de nombrar el mundo, de nombrar(se), construyendo fábulas de castigo o salvación. Este libro es eso, precisamente, una isla de la orfandad, donde una hija nombra el mundo con la emoción afiebrada del pensamiento; donde la lengua materna inventa un diccionario íntimo: <<bigudíes>>, <<incordio>>, <<atorranta>>, <<plumetí>>; y donde la poesía sobrevive al naufragio para dar la madre de las batallas en <<la capilla ardiente del lenguaje>>.