Es oficio de poetas luchar para que las máscaras caigan; y también hacer que la otra máscara, propia de cada hombre y quizá tan suya como su rostro, cobre vida y hable con su mejor palabra. Así, en lo que cuenta y se cuenta "cuando se abren lentamente las grandes puertas negras", el poeta anima su máscara más oculta, la que ni él conoce y es "pulida/atroz/radiante en la ilusión del mediodía". Varias máscaras asoman en este libro, verdadero intento de revelación a través de su periplo por la noche, y a las cuales la autora va nombrando en las siete partes que lo configuran. Máscara en el atardecer anuncia los múltiples caminos por los que se busca el yo desde su exilio. La noche reclama al tiempo para buscar también lo inencontrable, quizá porque es "Privilegio inmerecido/ no saber", y porque el saber más alto se encierra en la muerte tan nombrada. Las criaturas de la noche, máscaras en préstamo, tomadas de quienes ya son sombras, pero sobreviven en los gestos del poeta y asumen su voz. Los oficios nocturnos, apelación urgente al lenguaje, el sonido, la palabra, finalmente el grito; y con el grito, el nombre. Los gestos, consagrada al rito inexcusable del amor, esa gracia especial capaz de transformarnos en "ondulante lenguaje". Máscara de alba, clave para el reconocimiento , más allá del divagar por el exilio de "la que tan solo quiere ser hallada". Por fin, La promesa, ya ni máscara, sino confesión y reclamo para cerrar, desde el nuevo exilio, lo que únicamente la palabra fue capaz de rescatar el exilio.