Ada se siente perturbada por un sexo que no la habita. Un deseo íntimo y secreto, o un genui-no desafecto por los hombres, la conduce junto con la certidumbre de ver un país que se des-morona, a optar por el segundo de sus exilios. El primero es un exilio interior, un exilio del alma, de su condición de mujer. El segundo la llevará a un pueblo cerca de Nueva York donde tendrá que avenirse a un trabajo de obrera para subsistir y dejar de lado, por un tiempo, su condición de profesora universitaria.