«Este libro consta de ocho expedientes que son al tiempo una expedición no tras de los pasos de Arthur Rimbaud (pese a unas, exactas, horas en su natal Charleville) sino a la clave de su desfile salvaje o al imán de su comedia magnética; y consta de un ejercicio traductorio que es más bien una estricta mudanza, sin aspavientos ni emisión de triquitraques, a la lengua española de las Iluminaciones. Un ensayo donde Rimbaud pasa en efecto y necesariamente por Rimbaud pero casi queda intocado por “Rimbaud” (las comillas tanto del mito como de la tierra santa de la poesía); unas Iluminaciones cuyo empeño de neutralidad verbal logra incluso que los signos admirativos se callen o se vuelvan levedades ortográficas. Tedi López Mills se aventuró en dos difíciles meandros –la exégesis de un poeta siempre posterior a todas las exégesis; la traslación al español de unos poemas sobretraducidos—y salió indemne de los dos. El problema de andarse metiendo con Rimbaud es que no hay manera de no devolverle la lira al hacerlo; el siguiente problema es cómo arrancársela otra vez para dejarlo, sólo, en Rimbaud. López Mills también salió avante de esto y celebro su Rimbaud con-sin-lira. Por lo demás, no sé de otro libro reciente en la literatura mexicana que haya pasado por la compuescritura y tenga sin embargo tan agradable sabor a tinta china. Estoy seguro de que en varios casos Mi caso Rimbaud de Tedi López Mills será el caso. Lo es en el mío. Del mismo modo en que sus Iluminaciones serán las que han de ser para mí en lo restante. Algo más. En un gran momento del libro escribe López Mills: “Rimbaud lo hizo todo muy joven, incluso morir, lo cual anula paradójicamente el mito de su precocidad. No se adelantó a su tiempo, sino que envejeció fuera del suyo”. Como el Cuauhtémoc de López Velarde, como la Antígona de Yeats, en el Rimbaud así intuído por López Mills podemos saludar ya a un nuevo y flamante joven abuelo». — Luis Miguel Aguilar (proporcionada por la editorial)