Simón Bolívar era un hombre menudo pero tenía el magnetismo de un gigante. Sus soldados lo apodaron cariñosamente "Culo de Hierro", porque recorrió a caballo alrededor de 120.000 kilómetros en su gesta para liberar el territorio que hoy componen seis países. Fue dueño de una existencia extraordinaria. Se sabe que era un bailarín consumado y un mujeriego insaciable. Un hombre ilustrado por las lecturas de Montesquieu, Voltaire y John Locke, que sin embargo llegó a creer que los territorios liberados no podrían convertirse en democracias de la noche a la mañana. Impulsivo, testarudo, lleno de contradicciones, hablaba elocuentemente de la justicia pero no pudo instaurarla en el caos de la revolución. Fue también un dictador y un general brillante cuya historia sigue vigente en Latinoamérica, el lugar que le dio distintos rostros: padre fundador, filósofo, voz de la justicia racial, esperanza del pueblo, modelo para la juventud e instrumento de la revolución, la tierra donde ha sido indio, negro, mestizo y blanco. Bolívar, a 200 años de la independencia, está más vivo que nunca.