Coral Bracho ha escrito un libro memorable sobre la desmemoria. Pero no sólo: ha dado voz a sus incómodos silencios, y ha buscado acercarse, para desentrañarlos y volverlos visibles, a esos espacios, en apariencia insólitos y recónditos, que a todos de un modo u otro nos atañen, nos pertenecen. Cada volumen de Bracho —y Debe ser un malentendido no es la excepción— genera un curioso “efecto Mandela” en sus lectores: la sensación de recordar su espléndida obra de otro modo, de resultarnos familiar pero distinta (pero distante) de los rasgos que solían caracterizarla.