Ayer entrevisté a Ana Diz en la FIL NYC y fui testigo de lo que el amor por la literatura, el conocimiento, el arte y la música pueden hacer en el brillo de los ojos de una persona. Fue un instante maravilloso e íntimo en el que pude asomarme a su alma que jubilosa me contó de "un zapatito de ballet colgado en la rama de un árbol en la frenética ciudad de Nueva York". Hablamos de su pasión por leer con ojos contemporáneos al Conde Lucanor y de entender sus motivos en un tiempo incomprensible para el presente. Me leyó a solas su poesía y vi sus labios acariciando cada una de las palabras pronunciadas. Éramos, como diría Irene Vallejo, ella, yo y el infinito en un junco.
Ana me hizo pensar en otros brillos en los ojos que vi a lo largo del día. Me conmovió por ejemplo el que vi en los de Keila Val de la Ville quien, haciendo homenaje a esta ciudad, nos llevó de la mano por la experiencia de caminarla, de correrla junto con ella y junto con “Lola corre Lola”. Fue tan vívida la imagen de imaginarla siguiendo a la gente para terminar de escuchar la conversación que le llega “de oídas”, husmeando en las vidas de los otros o imaginando desenlaces inesperados. Escucharla hablar de su libro con esa sonrisa que siempre tiene en los labios, me transportó al lugar cálido, al que me lleva su elocuencia narrativa llena de nostalgia.
El brillo en los ojos de Borja Echevarría y Felipe Restrepo del periódico El país —gran compañero de mi vida adulta— fue distinto. Ese me llevó a otro lugar: al del respeto y la admiración por el trabajo de los periodistas. Escucharlos fue como una revelación de las muchas cosas que no sabemos y que suceden antes de la noticia. Nunca había pensado de esa manera en la labor que la prensa escrita hace por nosotros, no solo de informarnos, sino de protegernos de los otros y de nosotros mismos en esa persecución incansable por revelar “la verdad”.
Con Brenda Lozano y Yuri Herrera el brillo alumbraba otro lugar. Mientras contestaban las preguntas, sus mentes recorrían y cuestionaban la idea de la tradición, de la identidad, esa tan mencionada en todo lo que tiene que ver con literatura y que Yuri definió como “un lugar desde donde se resuelve el mundo”. Brenda me dejó pensando en lo que dijo de “la cultura de la cancelación” y que no nos deja avanzar, ni crear. Me encantó también cuando Yuri dijo que el mejor libro que había leído en el 2021 era el de Verónica Murguía, El cuarto jinete, porque a mí también me pareció excelente.
No se puede tener un brillo en los ojos cuando se habla de feminicidios, pero recordar a las mujeres que hemos perdido es ponerles un brillo en los ojos para que no queden borradas. La poesía de Jeanette L. Clarion nos llevó a ese lugar obscuro que quisiéramos que no existiera, a los parajes donde la muerte de niñas, jóvenes y mujeres muestran el fracaso de una sociedad que sigue sin resolver. Potente la poesía de esta poeta.
Conmovida también me quedo con las lecturas de Santiago Acosta y Carolina Sánchez, que hablan de otras conversaciones abiertas, como el daño que le estamos haciendo al mundo. La colección de botellas que enumeró Santiago será un recordatorio para mí de lo mucho que tenemos que pensar al mundo en términos de contaminación y de cómo la palabra escrita es un medio fulminante para hacerlo.
Hoy la FIL sigue y algunos de nosotros como “mulas” cargaremos libros para su Feria. Los pondremos con devoción, laboriosidad y cariño sobre las mesas, ansiosos de los lectores por venir. Lo hacemos porque el círculo se debe cerrar, porque no es nada más celebrar a la literatura, escucharla y leerla, es apoyar a los editores, a los libreros, es comprar los libros e invitar a otros a hacerlo.
Los escritores ponen con su obra un brillo en nuestros ojos. Nosotros podemos ayudar a que este brillo llegue a otros más.