Hoy en lunes de reseña Giulianna Zambrano de la Universidad San Francisco en Quito, hace una lectura de Detectives de objetos (La uña rota, 2019) de la crítica y escritora mexicana Shaday Larios. La obra es una interesante exploración sobre los objetos y las historias que cuentan como archivos mudos de las vidas de otros.
Cuando leí Detective de objetos de la escritora y objetóloga mexicana Shaday Larios recordé los momentos en mi infancia en los que me dedicaba a abrir los cajones de las máquinas de coser Singer, esos cajones largos de madera, en el taller de costura de mi tía abuela en Bahía de Caráquez, Ecuador. La delicadeza al abrir el cajón frente al misterio de lo que se pueda descubrir o el temor a ser descubierta en ese acto curioso. Lo que se desguarnece por ese gesto, lo que se aprende de aquello que no se ve a simple vista.
El libro está lleno de cajones, contenedores varios, algunos pequeños y visibles en su totalidad y otros de magnitudes descomunales, como el subterráneo del Jardín Botánico en Barcelona. Resguardan objetos, escrituras, postales, llaves, piedras, partes de historias a las que nos aproximamos con la delicadeza de quien abre con asombro la posibilidad de estar en el mundo de manera distinta, de quien se deja convocar por la resistencia de la materia para entrar en el ritmo acelerado de los días.
Publicado por la editorial española La uña rota en 2019, el libro recorre los tránsitos de tres casos encargados a la agencia de detectives de objetos El Solar entre 2014-2018 que giran en torno a perímetros extensos de exploración: El Barrio Viejo en Girona, el Jardín Botánico en Barcelona y la ciudad descentrada de Berlín. Xavi Bobés, Jomi Oligor y Shaday Larios, les detectives, instalan una pequeña oficina portátil y se preparan para entrar en estado de detección. Detectar. Descubrir aquello que existe, aunque no a simple vista. Encontrar las evidencias. Pero, nos dice Larios, “su naturaleza es huir, su naturaleza es despojarse de la palabra que las alumbra”. Las evidencias quieren “camuflarse en el mundo”. De ahí que en el libro, que Larios llama un “libro-agencia”, la escritura sea un intento por hilvanar a través del lenguaje los restos materiales de las evidencias, de aquello que parece existir en el mundo a manera de “fragmento, de mancha, de huella, de olvido”, de aquello que siempre está a punto de aparecer para decirnos algo sobre la ciudad. El libro nos permite entrar en ese instante revelador y, a la vez, escurridizo.
En cada caso, los resultados de las exploraciones se presentan en intervenciones performáticas, encuentros públicos que convocan a recorrer otra cartografía co-existente de la ciudad. Pero, en el libro, se recoge la memoria de esas prácticas in situ. En ese otro contenedor hay anotaciones de las más diversas escrituras, relatos sobre objetos y reflexiones sobre procesos que recogen la potencia de lo inacabado, la vitalidad de lo que se escapa a la percepción acelerada y a la obsolescencia, la fuerza poética e histórica de lo cotidiano, íntimo y doméstico gracias a una mirada intensa en la historicidad de la materialidad, sus fisuras, sus cortes, y sus ausencias.
En “Primer álbum”, sobre el Barrio Viejo de Girona, se construye una contra-postal. Aparecen objetos que resisten la transformación acelerada por la gentrificación en la carpintería Armand Lladó, antes teatro Odeón, sostenida por cuatro generaciones hasta 2019. Uno de los tantos espacios desaparecidos, o a puntos de desaparecer, por nuevos patrones de consumo, pero, sobre todo, de convivencia. Cajones, llaves, herramientas con lugares precisos se vuelven sosiego en medio de un tumulto de lo que cambia aceleradamente.
En “Cuaderno de campo” se descubre la historia que late debajo del Jardín Botánico de Barcelona, un mapa subterráneo que recuerda los barrios de barracas de Monjuïc, y las memorias de sus 30000 habitantes desalojados a inicios de los noventa. Aquí, se reflexiona sobre la materia removida, sobre lo que se puede o no desenterrar, sobre la ausencia y cómo los cuerpos pueden encarnar la memoria de esa objetualidad ausente, construyendo un relato que se juxtapone al relato de las leyendas informativas del jardín.
El último capítulo, Diarios entrelíneas, es un recorrido por un Berlín marcado por las fisuras, por los muros fantasmales. La ciudad sin centro, la ciudad que existe también en reclazo a la mercantilización de la memoria de lo que fue una ciudad dividida. La incontención de esa memoria de Berlín se recorre como el río que aparece, dice Larios, el río que “es una memoria que hace rebrotar otros nombres, el río siempre estuvo ahí como al margen, registrando fuera de campo dentro de su cuerpo-curso, su cuerpo cursivo.” Al margen también están los objetos cotidianos que pueblan este capítulo, los objetos que se guardan como contramonumentos.
Así, les detectives de objetos van al encuentro de historias a veces ocultas, a veces subterráneas, a veces no escuchadas en estas tres ciudades mediante derivas urbanas, la escucha activa a los habitantes de estos territorios o los rumores de aquellos siguen ahí en el rastro que dejan. La escritura, por tanto, deviene polifónica, fragmentada, abierta, presente en la exploración de los procesos. Larios nos comparte sus caminos, sus dudas, sus más profundas reflexiones, la intimidad de sus notas y diarios de investigación.
Leer Detectives de objetos es habitar la agencia de la misma manera que nuestros ojos recorren y nuestros dedos se deslizan por el libro. Este libro-agencia es un encuentro con un trabajo conmovedor, crítico, sutil, poético, político, de un amor a la potencia de las cosas, que recuerda escrituras como las de Pamuk o Perec y la relación entre ciudades y objetos. Aquí estamos en ese cruce y estamos con les detectives, expectantes. He marcado el libro, anotado en sus márgenes, deslizado los dedos sobre el dándole, como advertía Larios en la carta que lo abre, el “cauce a su arruga por venir”.
Giulianna Zambrano, PhD. (Quito, 1984) es profesora-investigadora de la Universidad San Francisco de Quito, Ecuador. Tiene un Ph.D. en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Texas en Austin. Su trabajo aborda las prácticas de liberación, resistencia, memoria y justicia en escrituras y poéticas en contextos de violencia, catástrofes y represión. También, investiga las conexiones entre derecho y literatura, especialmente en torno a la migración y el derecho a narrar.