Hoy nos adentramos en el universo de la maternidad con In Vitro (Almadía, 2021) de la escritora mexicana Isabel Zapata. La lectura y reseña de este libro, a la vez bellísimo y difícil de catalogar, la hace Gaëlle Le Calvez, ACLS Emerging Voices Fellow y Associate Research Scholar en Yale, quien nos deja emocionados de seguir leyendo. Escuchen este podcast y para saber más de la autora los invitamos a escuchar el Episodio 52 y ver su perfil y otras reseñas. De venta para los Estados Unidos en Shop Escritoras.
Isabel Zapata (Ciudad de México, 1984) forma parte de una nueva generación de escritoras que regresa a los temas más comunes de las mujeres y menos explorados en la literatura. La escritura íntima y singular de la nueva ola de escritoras —muy influida por la teoría feminista norteamericana— ha abierto la conversación sobre género y sexualidad, el cuidado, y la maternidad. Zapata es una escritora con varios frentes. Desde letraslibres.com contribuyó con su columna a pensar en el lugar de las escritoras y en las múltiples luchas de las mujeres. Como editora y/o traductora ha hecho apuestas literarias asombrosas como El sueño de toda célula de Maricela Guerrero, Tener de Robin Myers, Los eufemismos de Ana Negri y Cuando las mujeres fueron pájaros de Terry Tempest Williams.
Publica su primer libro de poemas Ventanas adentro en 2002 y los siguientes diez años se dedica de lleno a estudiar ciencias políticas y filosofía, dos formas de conocer y pensar el mundo que integra posteriormente a su escritura. Su segundo libro de poesía, Las noches son así (2018), un libro electrónico, revela la importancia de lo visual en sus textos. La fotografía, los libros y las bibliotecas heredadas de sus padres adquieren un papel protagónico en la geografía de sus textos. Las anotaciones marginales, los subrayados, se resignifican en una lectura y reescritura cómplice que continúa conversaciones detenidas demasiado pronto. Sus dos siguientes libros publicados casi de manera simultánea Alberca vacía (2019), Una ballena es un país (2019) demuestran su fluidez para pasar de la poesía al ensayo y para abordar temas tan diversos como la orfandad, la ausencia, el medio ambiente y los animales.
Su más reciente libro In vitro (2021) explora a partir de textos breves el proceso de hacerse madre. Las múltiples referencias a autoras (Sheila Heti, Nuria Labari, Sarah Manguso), artistas (Laurie Anderson, Elina Brotherus), activistas y filósofas (Muriel Rukeyser, Simone Weil) que han abordado el mismo tema, generan un tejido que podría ser una crónica o un ensayo pero que es un animal distinto, una suerte de hipertexto. Sus seis partes: La gran ola, In vitro, Embrión, Medusa, Surfista, Doble acuario conforman un ecosistema afectivo que contrasta con la descripción lineal de la fertilización asistida. A pesar de estar acompañada de Santiago, su pareja, su perra, sus amigos, todos amorosos, la experiencia de la maternidad, al menos al principio, no deja de ser profundamente solitaria: desdobla y fragmenta al cuerpo. Al procedimiento in vitro, como su nombre lo indica, no le interesan el sujeto, la pareja o el deseo.
La palabra procedimiento no dice nada de la vejiga a reventar, del espejo vaginal en forma de revólver, de las inyecciones de progesterona que me dibujan un atlas de moretones en las nalgas ni del endometrio que batalla para alcanzar los ocho milímetros ideales de grosor (21).
La austeridad del vocabulario médico, el desgaste emocional y físico alternan con fragmentos agudos donde la narradora se pregunta “¿cómo se narra una espiral?” (189). La estructura se construye de manera orgánica. La desconexión aparente entre fragmentos crea en realidad una perspectiva múltiple sobre una experiencia que se comparte muy poco y sobre la cual todavía existen muchos mitos.
La clínica está fuera del tiempo… En la sala de espera resisto las ganas de preguntarles a las otras mujeres cómo llegaron aquí, en qué punto del proceso están, cuántos óvulos han logrado fertilizar, cómo han tolerado los medicamentos. La primera regla de la fertilización in vitro es que no se habla de la fertilización in vitro. (115-116)
En ese lugar intermedio y extraño entre el afuera y el adentro, la autora se pregunta cuándo realmente es el principio. La pregunta se contesta en la medida que el texto se escribe. El principio comienza con una reflexión sobre la propia escritura y sobre el lugar inestable desde el cual se narra. La narración se convierte en “un ejercicio de paciencia” que intenta distinguir entre memorias y deseos y entre los múltiples roles que súbitamente confluyen en un cuerpo a punto de ser habitado por otro: “hay dos corazones latiendo dentro de ti, le dice Santiago, pero cada uno con su propio ritmo, como algunos tambores africanos” (121).
Mientras reflexiona sobre lo que significa ser madre, la voz narrativa recorre sus distintas identidades: la escritora, la hija, la hermana, la paciente de psicoanálisis, la huérfana, la nieta, la sobrina, la compañera, la esposa, la madre: “Estoy en obra negra”, apunta con extraordinaria lucidez. Zapata cuestiona la imagen de plenitud fija y redonda que tenemos de la maternidad, que puede ser todo eso, pero que también es incertidumbre y zozobra. La maternidad comienza mucho antes del parto, quizás comienza como esta obra mucho antes de ser publicada. La maternidad y la escritura comienzan de la misma manera “…sin saber si alguna vez pasará[n] por otros ojos”, en el vientre mismo de nuestra propia madre, como una potencia que encontrará o no su forma, en nuestra imaginación. Su cuerpo se convierte en un contenedor de memoria y de tiempos que coinciden y se replican:
Entre los mitos familiares de mi madre estaba el de la pasta de dientes, según el cual se había dado cuenta de que estaba embarazada al día siguiente de concebirnos a mis dos hermanos y a mí… porque la pasta de dientes le supo distinto… Hasta que una mañana, al lavarme los dientes, me detuve a examinar el sabor de la menta. (31)
El embarazo despierta una sensibilidad que posibilita el sentido de continuidad atemporal, como las fotografías.
En la primera cita después del resultado positivo… la enfermera imprime una imagen en la que apenas se alcanza a ver el saco vitelino con el embrión dentro… es la primera fotografía que tendremos del bebé. Pero no: tenemos ya la imagen de los dos embriones que nos dieron el día de la transferencia, cinco semanas atrás. Mi hija empezó a vivir fuera de mí. (103-104)
A partir de entonces una voz muy dulce habla con su hija de pelo negro y rizado que camina y baila “con las manos apretadas”. Aurelia es la medusa, la pequeña habitante del acuario. “Voy a contarte lo que vi en el acuario de Monterey Bay… Quiero estar ahí para todo” (145). La voz es una, es la voz que la hija le ha dado a su madre.
“Dar a luz, comenta la autora, no es en absoluto comparable a publicar un libro, pero tal vez escribirlo sí se parece un poco a estar embarazada… la mayor parte del tiempo no [tienes] idea de lo que estás haciendo” (159). La angustia ante la pérdida y la incertidumbre se articula en la vulnerabilidad de un yo narrativo que desconfía de su capacidad para representar una totalidad.
El lector entra en los textos y se sumerge en espacios fluidos. El pensamiento de Zapata envuelve como una ola, asombra, genera nuevos espacios, contiene; conecta mundos donde el agua es un hilo conductor y también una frontera frágil entre la vida y la muerte. Resulta difícil catalogar esta obra, como la misma autora apunta: “Tal vez la última línea de este libro es la primera de otro, el inicio de algo que no me pertenece y que por lo tanto no debo intentar definir” (188). In vitro es un ensayo de novela, un testimonio, una obra embrionaria hermosa, un texto vivo.