Leamos y escuchemos hoy nuestra reseña del libro de Mónica Ojeda, Historia de la Leche (Candaya, 2020. Ediciones Libros del cardo, 2020) un reto a la lectura en su temática y su intertextualidad, pues concentrarse solamente en el tema del fratricidio es distraerse de la profundidad y gran talento de esta escritora ecuatoriana.
Se dice que los griegos lograron captar la esencia de la tragedia humana en la constante confrontación con los dioses. Es en la ira de sus personajes, en sus deseos y pasiones que el destino de los hombres queda modelado. Otros mitos fundacionales lo hacen también con una constante en común: la figura de la leche como fluido femenino y signo de vida que simboliza la promesa de vivir y de la herencia. Leche y miel dice el Deuteronomio. En Rómulo y Remo, la leche de la loba alimenta y salva, proviene de quien tiene la facultad de procrear, sea animal o humana. A través del elixir de la leche todos somos hijos de una madre original. Pero cuando el niño crece y la leche ya no es necesaria, el “Padre” —totémico y universal— reclama al hijo para hacerlo hombre. La hija no. Ella pertenece a la madre y con ella permanece para ser sumada a la genealogía femenina que ha de repetir el ciclo. Su destino está escrito, hasta que llega una que se rebela, que mata lo impuesto, que mata al padre, a la madre, a su propia hermana.
Mónica Ojeda, en su libro La Historia de la Leche (Candaya, 2020. Ediciones Libros del cardo, 2020) nos enfrenta a la tragedia humana desde el origen mismo de la vida y en una larga tradición de muerte en donde “matar te hace hombre” dice y donde la hija también mata “pero como un hombre respirando al revés”. La profecía se cumple en el rito ceremonial de la muerte y el desmembramiento de la hermana. Sin embargo, concentrarse demasiado en esto, en el tema del fratricidio, o en sus imágenes perturbadoras y llenas de violencia, es distraerse de otros aspectos del gran talento de la escritora ecuatoriana, siempre escribiendo con una acuciosa mirada del mundo y un profundo escrutinio de lo que nos habita y proviene de nuestros deseos.
Sus obras llenas de erudición, intertextualidades, referencias y guiños abordan temas como la crueldad, la belleza de lo perverso, el miedo como emoción, la pulsión de la muerte, el daño que causa el deseo impuesto en otros cuerpos, el dolor como acto sensible. Esta riqueza temática y calidad estética son los que le han valido diversos premios como ser reconocida una de las voces literarias más relevantes de Latinoamérica por el Hay Festival, Bogotá39 (2017) y premiada con el Next Generation Prize del Prince Claus Fund (2019), entre muchos otros. Algunos de sus libros son La desfiguración Silva (Premio Alba Narrativa, 2014), Nefando (Candaya, 2016), y Mandíbula (Candaya, 2018), así como su poemario El ciclo de las piedras (Rastro de la Iguana, 2015).
En el caso de Historia de la leche recurre a la poesía y a un asomo a la prosa. Libro telúrico dividido en 5 secciones, abre con un prólogo de Daniela Alcívar Bellolio y cierra con un epílogo que lo concluye mediante cortas sentencias y aforismos. En el capítulo primero, “Estudio inicial de la sangre”, entra de lleno a lo que nos determina como seres violentos desde nuestro nacimiento y la imposición de una división a partir del género. En el segundo, “Maté a mi hermana Mabel” es la confesión, lamento y regocijo del asesinato de su significado ritual y existencialista. En el tercero, “El libro de los abismos”, recurre a las profecías para hablar de un destino del género humano que queda atrapado en la muerte. En “Mamá cólera”, el cuarto, se levantan las maldiciones y la furia de la madre sobre la hija asesina, así como ambas exploran y dialogan en lo que podría llamarse la “estética de la destrucción del otro”. En “Botánica de Quincey”, recorre una larga genealogía femenina atada a la muerte. Cierra el libro con un tributo a la poesía y la escritura mediante la metáfora de la leche.
Además de los temas que lo atraviesan, el libro es un reto a la lectura y una invitación a la exploración de otros textos de una larga tradición escrituraria de historias de muerte, desde Shakespeare, los clásicos, la Biblia, hasta Frankenstein y Roberto Bolaño. En “Estudio inicial de la sangre” todo comienza con la diferencia de género, el hombre espera un hijo que valide su linaje. En lugar de él llega una hija, un cráneo que piensa. El padre la educa en la muerte, la madre en su tarea de género, sentencia mortal que como lo dice la voz poética “rota de nacimiento / pida desnacer”. Ojeda nos recuerda toda una escritura que desmitifica a la madre cuando dice “Una madre se alimenta de sus hijos”. Igual que lo hacen escritoras como Esther M. García en su libro Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas (Universidad Autónoma del Estado de México, 2017). Daniela Alcívar en su Prólogo al libro de Ojeda hace referencia a esto recordándonos que “No son las madres, es lo materno lo que pone en juego una relación imposible, encarnada, tan dadora de vida como mortífera”. El poema es contundente en la necesidad de repudiar el linaje
“Solo construimos nuestra sangre / cuando la limpiamos / de familia”
“Maté a mi hermana Mabel”, el segundo capítulo, es la confesión de un crimen donde se crea el espacio simbólico de matar a la propia sangre. No es solamente la muerte del padre y la madre es la de aquella que le es igual, la que era la otra fruta del mismo árbol. El uso específico del nombre de la hermana “Mabel” nos aleja de universalismo y pone un rostro al sujeto muerto, al individuo. La escritura es fuerte, visual, violenta con lo que Ojeda nos pone —como siempre lo ha hecho en su obra— frente al dilema de disfrutar la belleza estética que puede crear el lenguaje, la complejidad de la metáfora perfecta y la imagen que deslumbra con su brillo estético, o conmovernos frente al acto violento, frente al cuerpo lacerado que es lamido, desmembrado, mutilado, guardado en el útero, el que se protege de los alacranes. La muerte es descrita a la vez como bondadosa y como la culminación de una vida juntas, unidas en “frágiles raíces familiares”. No debería de quedar duda del amor que hay detrás de esto dice la voz poética, y se pregunta
“¿Habrá pensado, mientras moldeaba mis nudillos contra su carne, que era odio?”
La imagen es ahora de otro fluido, la leche es ahora sangre, la de la hermana muerta que se derrama hasta convertirse en “un campo de amapolas”.
Tal y como sucede en la tragedia clásica, el lenguaje es también el que se acerca y se distancia del acto perpetuado. El coro en el teatro griego da las sentencias y pone las pautas para el lamento conjunto. En Ojeda el acto de la muerte se transforma en el uso del verbo “morirte”, verbo intransitivo con el pronombre de objeto indirecto “te” que crea una interpretación progresiva del acto de morir, a la vez que personal y traslada la responsabilidad al otro de la muerte y dice:
“Tuve que morirte”, “yo tenía que morirte para conocer el sentido de la justicia” “…para mirarte eterna” “…para estudiar el interior de tu sombra blanca”
Esta erudición la muestra también en “Unsexmehere”. Tomado de Lady Macbeth cuando ella, en un momento de desesperación ante las dudas de su esposo a matar y en su determinación férrea a ser reina, le pide a los dioses “unsex me here” para que la liberen de su role predeterminado de mujer.
En el capítulo tercero, “El libro de los abismos” y tal y como sucede en otro de sus libros, Las voladoras (Páginas de espuma, 2020), el cráneo es amuleto y repositorio para los conjuros. Esto nos remite al cráneo de Yorick en Hamlet, y que Shakespeare utiliza como “memento morí”. En Historia de la leche, Ojeda toma a la calavera o cráneo “como un oráculo” donde se dictan las profecías que han de cumplirse. Y si en Sísifo queda la humanidad encadenada a la repetición infinita, en Ojeda es la repetición como en un trance la que dice una y otra vez el ciclo cráneo-poesía-muerte. Y dice
“… calavera de la poesía” “Toda poesía se libera de la cal de los poemas occipitales” “La poesía es lo perfecto del muerto” “La poesía será el aprendizaje de la muerte”
“Madre cólera”, la cuarta sección del libro, es de enfrentamiento y descripción detallada del cuerpo de la hermana diseminado en la naturaleza, sus miembros colgados de los árboles, regados en la tierra, ocultos en la maleza. Desmembrar un cuerpo en la tradición y religión es dejarlo sin la posibilidad de la vida después de la muerte. Muchas son las madres, las hijas y las hermanas que han tenido que ir a recoger los restos de sus muertos, gritado al cielo por haber tenido que hacerlo como en Antígona González de Sara Uribe. En Ojeda, el desmembramiento es parte del ritual de la muerte, es la muestra de amor, es hacerla trascender en las galaxias.
Después de limpiar a tu niña con mi lengua
tomé su cuerpo ahogado de galaxias y lo desmembré
para regar su gloria cósmica sobre mi sombra.
Este es el capítulo también de la declaración de que “Madre e hija es una antinomia”.
“Botánica de Quincey” y sus “Epitafios alucinados” dialogan con las secciones previas, para rastrear esta larga historia de la leche que se convierte en una larga historia de la sangre. Es Ifigenia condenada, por los caprichos y deseos de los dioses, a morir a manos de su padre. Clitemnestra mata al padre de Ifigenia. Medea asesina por celos a la amante y al hijo. Es también una genealogía de la sangre que derrama el feminicida, desde Desdémona en Otelo, asesinada por su esposo celoso; Elizabeth Lavenza, la prometida de Víctor Frankenstein, estrangulada en su noche de bodas por el monstruo que éste ha creado; Alena Ivanovna, cuyo destino de vida o muerte es decidido por un hombre en Crimen y castigo; o las Hermanas Garmendia degolladas en Estrella distante de Roberto Bolaño.
Las últimas frases del libro unen las partes más importantes: metáfora, poesía, escritura, todas ellas lácteas, símbolos de vida y muerte.
“La leche invoca imágenes que bifurcan el cuerpo del lenguaje”
Así, Historia de la leche nos enfrenta una vez más a la erudición y a la riqueza del lenguaje, nos fuerza a leerlo una y otra vez, descubriendo verso a verso su complejidad estética e intertextual, al hablar de la profanación del amor filial y lo abyecto, de la terrible tragedia del ser humano.
Si no lo han leído, ya va siendo tiempo de hacerlo.