Un lobo marsupial extinto es un fantasma. Una tortuga es un espíritu antiguo que se pasea por una isla en el fin del mundo. Un oso polar disecado es la modesta prueba de una inmensa derrota. Ya sean las aguas microscópicas en las que habita el resistente tardígrado, la ardiente imaginación de la que proviene el imposible lebrílope o la reserva de Woodside, California, donde la gorila Koko aprendió lenguaje de señas; cada ecosistema se presenta como un lugar de descubrimiento, de comunión. Estos animales nos inventan, nos llevan dentro de la selva que somos. Sus cantos, sus gruñidos, sus silencios, nos hablan en una lengua que pensamos perdida, pero que se nos revela en poemas límpidos y cuadrúpedos, entrañables, y nos invitan a recuperar el vínculo con las hermanas formas de vida con las que compartimos el mundo.