Hoy la escritora mexicana Isabel Zapata le contesta a la académica e investigadora Gisela Heffes tres preguntas que nos hacen pensar en que "las palabras no son inocentes" cuando "el arte observa al mundo y da cuenta de lo que en él sucede" también podemos transformarlo.
Hoy la escritora mexicana Isabel Zapata le contesta a la académica e investigadora Gisela Heffes tres preguntas que nos hacen pensar en que "las palabras no son inocentes" cuando "el arte observa al mundo y da cuenta de lo que en él sucede" también podemos transformarlo.
1. Frente a los cambios que el Antropoceno va produciendo en el planeta y las crecientes alteraciones geológicas que los humanos estamos provocando, ¿cuál es el rol de la literatura y el arte, y es posible (o no) dar cuenta estéticamente de estos cambios?
El arte observa al mundo y da cuenta de lo que en él sucede, pero también tiene potencial para transformarlo. Quiero decir que las palabras no son inocentes, la imaginación no es inocente: muchas cosas sólo se vuelven posibles una vez que han sido pensadas una y otra vez, proyectadas por el lenguaje de maneras distintas. Más allá de simplemente narrar las alteraciones que los seres humanos producimos en el planeta, el arte puede, de hecho, participar en este cambio. Es como cuando intentas colocar una pieza en varios lugares de un rompecabezas: al final encuentras el sitio en el que encaja, pero lo que valió la pena fue el proceso de prueba y error para llegar a él. El arte es, sobretodo, tentativo.
Es por eso que la verdadera literatura, o al menos la literatura que más me interesa está atravesada de preguntas. Me gusta que lo que leo cuestione los supuestos bajo lo cuales habito el mundo, que me haga dudar de cosas de las que estaba convencida. “Pienso que sólo debemos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo?”, le escribió Kafka a su amigo Oskar Pollak a principios del siglo XX. En ese sentido, los libros resultan herramientas útiles para reflexionar sobre las alteraciones del Antropoceno, son una especie de lente a través del cual estudiar las relaciones que hemos establecido con lo que nos rodea. En serio creo que ese es el tema más importante de la actualidad.
2. ¿Cómo visualizar, además de la crisis planetaria y el imaginario escatológico, nuevos mundos o mundos alternativos, tal como lo proponen escritores como Margaret Atwood, cuando señala: “Las utopías van a volver porque tenemos que imaginar cómo salvar el mundo”?
Más allá de lo cursi que pueda sonar, es cierto que a través de la literatura (o del arte en general, pero ahora estamos hablando de literatura) se pueden imaginar otros mundos, y que esa imaginación es fundamental para llegar a construirlos. Al escribir y al leer habitamos la frontera entre realidad y ficción, una zona intermedia en la que somos más libres para pensar en alternativas. Y pensar en alternativas es urgente.
Empecé a interesarme en estos asuntos cuando era adolescente, a través del activismo. Durante años, participé activamente en asociaciones de protección animal y me parecía que esa trinchera era el lugar desde donde podía ser más útil. Luego, durante la maestría, me clavé más en la filosofía y desde ahí intenté comprender ciertos dilemas y contradicciones nuevas. Pero ese espacio también se agotó para mí. Sentía que era un diálogo entre especialistas, sin mayor impacto en fuera de la burbuja académica. A esa conversación le faltaban voces.
Fue en la la literatura donde encontré lo que andaba buscando, lo que me permitió establecer vínculos de empatía más inmediatos y potentes que la academia o el activismo y me permitió también compartir mis inquietudes de manera más eficiente en círculos un poco más amplios. Más que ofrecer respuestas o datos, los libros me regalaron espacios a explorar, referencias y pistas para continuar una conversación que en la que ya había empezado a sentir que chocaba con pared. Al final la crisis ambiental que vivimos nos compete a todos, no hay nadie ajeno a ella, y ahora tengo eso mucho más claro.
3. ¿Cuáles son los textos, trabajos y obras que más te inspiraron a escribir, entre muchos, Una ballena es un país, y por qué?
Si tuviera que hacer una especie de arqueología de las influencias de Una ballena es un país, creo que la primera semilla para su escritura fue la del arca de Noé. Fue, por mucho, la historia que más me impresionó cuando era niña, y vuelvo a ella continuamente. Luego, por supuesto, están los libros que me formaron de adolescente y joven adulta, muchos de los cuales tenían que ver con animales: Platero y yo, Moby Dick, Colmillo blanco, cosas así.
Otro libro muy importante para mí, ya varios años más tarde, fue Leviatán o la ballena, del ensayista y periodista inglés Philip Hoare. Es ambicioso y a la vez increíblemente generoso, en él hay mucha información científica sobre los cetáceos pero Hoare abarca también su mito y su misterio a través de experiencias personales, historia, libros, imaginación. Nunca antes había leído algo así, y me gustó tanto que seguí en esa línea y llegué a El ingenio de los pájaros (Jennifer Ackerman), Otras mentes. El pulpo, el mar y los orígenes profundos de la consciencia (Peter Godfrey-Smith) y H de halcón (Helen Macdonald), entre otros. Estos hallazgos me llevaron a pensar en los animales desde otra perspectiva, y fueron años en los que aprendí muchísimo. ¿Los pulpos tienen tres corazones? ¿Las ballenas fueron animales terrestres? ¿Hay pájaros que adornan sus nidos con colores tan brillantes que parecen obras de arte? Era como estar ante criaturas extraterrestres y no antes animales que habitaban el mismo planeta que yo. Sentí una necesidad enorme de compartirlo.
Por otro lado, durante el tiempo que escribí Una ballena es un país también leí mucha poesía: Mary Oliver, José Watanabe, Wisława Szymborska, Neruda, etcétera. Devoraba todos los poemas sobre animales que podía, y encontraba equilibrio en pasar de la ciencia a la poesía e ir tejiendo vínculos entre ambos, porque al final no son tan distintos. Un poco así fue que nació la idea de escribir Una ballena: quería “traducir” a mis propias palabras todo esto que estaba transformando mi entendimiento de los animales, de su vida interior y la manera en que nos relacionamos con ellos. Y bueno, lo hice de manera muy libre, porque la poesía se dibuja en un lienzo amplio y echa mano de recursos de todo tipo para transmitir lo que necesita.