Un solo capítulo de Patas de avestruz publicado en la revista; Fin de Siglo, de Buenos Aires, me decidió traducir a mi lengua, el alemán, la novela completa. Straussenbeine se publicó en Viena bajo el sello de Milena Verlag, en 1997. Leí y sentí que la prosa me seducía sin permitirme oponer resistencia: los laberintos de la mente humana, creados por el estilo inconfundible de Alicia Kozameh me arrastraban. Las voces escindidas, el vaivén entre el personaje que recuerda y el recordado, el flujo y el reflujo permanente de edades- supe después- eran la evocación, convertida en recurso literario, de los efectos de las sesiones de hipnosis a las que había recurrido la autora. Siempre regreso a este libro. Regreso a la plasticidad lingüística pocas veces vista y oída de Patas de avestruz, a profundidad, a la textura, al efecto relieve producido por la destreza, la precisión y la fuerza en el uso de la palabra, a su inusitado poder de síntesis dado en la simbiosis entre dos hermanas tan diferentes una de la otra, a la analogía entre el plano político (infalible en las obras de Kozameh) y a la evolución de una joven que hace frente al desafío del espejo y testigo de su hermana discapacitada y cuya muerte ocasiona un brote de intertextualidad, la superación en la palabra, el triunfo de las fuerzas creativas y vitales sobre las de la arbitrariedad y opresión.