En frases largas, y puntuación precisa, o cortas, interrogativas a menudo, se hilan estos fragmentos que no exceden unas palabras, a veces, estas imágenes y visiones, este monólogo-diálogo de una sola voz que cautiva y desestabiliza, visión y recuerdo, de una “interpretación del infierno en el que estamos”. Infierno de chispas, fósforos que son palabras, luna roja, fuego, luces y pájaros, sombras, grutas, serpientes, caballos, gargantas quemadas, ceguera, música, canto. Sal de sangres en guerra, en declive, en pánico y con este cuarto opus, en incendio. Como un rebose, un ansía de vida de aquella sal de sangres irreducible que sigue explorando Alicia Kozameh mediante el elemento del fuego, introduciendo aquí un “tú” femenino o masculino, a un potencial “oyente”, exterior- humano, cosa, elemento natural o desdoblamiento de la voz poética en un juego de reflejos. Búsqueda de un “rincón en el infierno”, sea interno o impuesto, un espacio en el cual estar y ser plenamente, que se construye libro tras libro.