Después de Sal de sangres en guerra, y Sal de sangres en declive, Alicia Kozameh sigue declinando con este Sal de sangres en pánico las obsesiones que pueblan su mundo interior, indagando las heridas abiertas de la memoria, trabajando la palabra y la imagen, el ritmo de la fase y el encadenamiento de los fragmentos, hasta atrapar y envolver al lector en su red siempre renovada. Desgranando gotas, puliendo granos que son preguntas, miradas, tentativas de compresión si no de captación de un mundo siempre escurridizo, de un tiempo que se agota y conlleva la angustia (¡miedo o terror!) de la no permanencia, del temblor, del perpetuo movimiento que va de la ignorancia al “terror de no saber”. Ignorar a dónde va lo que dejó de existir, lo que va a quedar, cuando ni Dios ni Satán pueden construir recurso alguno. Ese pánico que es la pelea desesperada del vivir. Una lucha entre luz y obscuridad, voz y silencio, vida que se nutre de angustia, o terror que se fortalece de vida frente a la muerte que, a su ritmo, se aproxima, seguir el camino, la búsqueda incesante, necesaria, luminosa.