En “Cine Guerrero”, por ejemplo, Legna convirtió un acto cultural y aguerrido —fomentado por la épica revolucionaria a través del nombre de un cine de un pueblo de provincia— en un acto sexual: “… salpicamos la pantalla…”; y los poemas se burlan aquí y allá, salpicando con ironía también la doblez de la interpretación del nombre de un cine, tanto como la pantalla que se convirtió en la valla propagandística de una época terrible: gestos discontinuos, manchas y nombres alegóricos.