Vladimir C., el vigilante del campo de mostaza es una aventura literaria que, más que en géneros, autores o relatos, profesa una fe innegociable en la imagen: la imagen que encarnan las fotografías y los dibujos de sus extremos, pero también la que invoca a lo largo de su cuerpo la poesía como “captación emocional del mundo”. La imagen como principio y fin. La imagen que sobrevive a la palabra. La imagen (en la) que desaparece a(e)l autor.