El libro de Clara Obligado, Todo lo que crece. Naturaleza y escritura (2021), es un laberinto de palabras, referentes, contrastes. Entre sus preciosas páginas germinan la niñez, el exilio, el mundo animal y vegetal. La naturaleza enajenada como correlato del lugar histórico asignado a la mujer, la reducción de ambas al terreno de la omisión, el silencio, y la invisibilidad. Pero es un libro que se labra desde el optimismo, la alegría radical (y radical en el sentido de raíz, como aclara la autora). Una colección de textos sobre la escritura, y ante todo, acerca del proceso escriturario. Así, escribir es “ir hacia el sueño, imaginar hacia atrás”, aunque también “se escribe desde el impulso de huir”. En los cruces y encuentros se cultivan emociones, se revuelve la memoria, se “recicla los recuerdos”. Porque quien escribe “se apropia de los restos, los revive, los corrige”. De igual modo, ¿cómo es leer “la naturaleza como si fuera un libro”? Quizá leer “el mundo con los pies”, como sugiere Obligado.
Pero retomo el “ir hacia el sueño” e “imaginar hacia atrás". Dice Clara Obligado, en su magnífica respuesta a las tres preguntas: “cuando leemos el pasado en clave de anticipación, nos damos cuenta de que muchas veces los autores se adelantan en la percepción del porvenir, aunque no esté en su deseo, ni siquiera en su conciencia, la tentación de hacerlo”.
La literatura es utópica: la idea de anticipación vinculada a la labor escrituraria me remonta a mi propio trabajo sobre imaginarios utópicos––especialmente urbanos–– y al concepto desarrollado por el teórico alemán Ernst Bloch de aquello que definió como “iluminación anticipatoria” (Vor-Shein). Según Bloch, la literatura y el arte contienen aquello que todavía no ha devenido, y el rol del escritor y el artista debe ser el de permitir que los materiales latentes y potenciales asuman su propia forma única. Lo latente y lo potencial son pulsiones de la utopía, ya no como espacio sino como vector de lo posible, de lo variable y de las alternativas. Porque, como señala Obligado de manera categórica, “la ficción lee hacia atrás y actualiza el pasado como forma de predecir, si es que se lo propone, el futuro”. Pero un futuro también alterado, variado y posible. En un momento crítico como el presente, la misma temporalidad teleológica se encuentra en crisis. Estamos atravesando una “crisis de futuridad” que, según la crítica cultural Mary Louise Pratt en su reciente libro, Planetary Longings (2022), no solo acompaña una “crisis del conocimiento”, sino que se vincula con el agenciamiento humano (la “crisis del agenciamiento”), fluctuando entre lo predecible e impredecible, y entre lo que sabemos e ignoramos. Siguiendo a Spivak, señala que se trata del “sujeto planetario”, que desplaza al “agente global” y nos pide (urge) a que nos re-imaginemos. Porque, cuando los sistemas fallan, emergen los desafíos a la imaginación, los cuales se presentan a nivel escalar: no solo oscilamos entre lo predecible/impredecible, sino que entre los que sabemos y entre lo que sabemos que no sabemos. Un desafío que concierne, como observa Pratt, el fenómeno de la extinción masiva.
Pero predecir el futuro, aunque sea desde la imaginación y la proyección––que es lo que se está haciendo hoy en disciplinas diversas: desde las ciencias humanas hasta las ciencias sociales y naturales––no significa emprender una búsqueda temática. Por el contrario, toda “búsqueda formal” o “investigación verbal” implica, apunta Obligado, una exploración tentativa por “mostrar, de una manera honesta, este mundo roto en el que nos toca vivir”.
En una reciente entrevista, Obligado señalaba, a propósito de Todo lo que crece, que la “verdadera literatura ilumina”. En particular, Todo lo que crece la impulsó a “comparar la escritura con la naturaleza” y a comprender cómo “sus estrategias literarias se acercan cada vez más a ella” dado que “es la dueña de una economía impecable”. Todo, en la naturaleza, “se reutiliza y lo que muere se convierte en abono”. Pero el proceso escriturario también le provocó otra revelación, esto es, la gran “indiferencia de la naturaleza”. Si nosotros, los humanos, “somos una especie en peligro”, el “mundo va a subsistir, con o sin nosotros” dado que hay una “sabiduría natural”, esto es, la capacidad de la naturaleza de “reconstruirse" y de la cual nosotros, los humanos, carecemos. De este modo, concluye: “si paramos, todavía podemos desextinguirnos, como lo llaman los biólogos” (mi énfasis).
¿Podremos desextinguirnos? Quizá la crisis de futuridad, junto a la crisis de conocimiento y agenciamiento, poco a poco den lugar, desde la escritura––entre otros órdenes–– y a partir de los intersticios que toda búsqueda formal vaya suscitando, a nuevos, pequeños y alternos dispositivos que logren desestabilizar el régimen actual, a saber, un entramado arraigado en la expropiación y la eliminación, cada vez más creciente, de toda divergencia. Un entramado que extingue la biodiversidad entre especies, como así también la disparidad escrituraria (el mercado o escritura del mercado, en palabras de Clara Obligada). Que las crisis, por lo tanto, susciten, promuevan y despierten, como un frenesí o un desenfrenado impulso, todo lo latente y potencial para que asuman su forma única. Y esa es la utopía: desextinguirnos, y desextinguir. Pausar, para que el mundo fluya y devenga. Sea.