Hablemos, escritoras.

Tristeza de los cítricos de Liliana Blum. Cuentos para no dejar de pensarlos.

Episodio 100 Reseñas

03/15/2020 · Adriana Bernal

Yo me quedé tendida allí"

Hoy reseñamos el libro de Liliana Blum (Durango, México 1974), Tristeza de los cítricos, publicado por Páginas de espuma, 2019, en la voz de Adriana Bernal, periodista, escritora, y editora.


“Si alguien te dice la verdad a la primera es porque no tiene miedo, porque sabe que la única persona que tendría que estar aterrada eres tú.” Piensa Ashley, la protagonista de “Picota”, uno de los 10 relatos que conforman Tristeza de los cítricos (Páginas de espuma, 2019), al tiempo que se cuestiona la razones por las que ha sido secuestrada y repasa, involuntariamente, los motivos que ella tuvo alguna vez, para ser también una secuestradora: “Quería un iphone, el más nuevo. Su mamá le había dicho que no, que era fecha que no terminaba de pagar la lavadora en Elektra”.

Tiempos violentos. Tiempos revueltos. La razón de la sin razón. Vivimos un momento histórico en el que hablar de violencia, de sus raíces, es no sólo complejo sino doloroso. Por otra parte, retar a la cotidianidad desde la palabra escrita e ir más allá de la inspiración en la nota roja sin caer en la transcripción de la misma, se antoja imposible.

Liliana Blum, quien con éste, suma ya su cuarto volumen de relatos, va más allá de la violencia misma. Se enfrenta a las pasiones y perversiones de sus personajes. La historia de cada relato le puede parecer al lector más que predecible. Su narrativa no está ahí. No está en lo lineal de la historia, sino en la complejidad psicológica de sus personajes. Insisto: la realidad misma y cómo, mujeres y varones, se ven envueltos en una espiral de deseos y frustraciones que deshace cuerpo, mente y alma. De la experiencia personal a la experiencia social. Cada ser violento en su propio entorno violento, y de ahí difícilmente se escapa, difícilmente queda una indemne.

El varón que violenta. La madre que niega la realidad. La esposa sumisa cansada de serlo, cansada de su rol y consciente de que, en el mundo en el que vive “una ama de casa se valora por la limpieza de su hogar, el cuidado de su jardín y el buen cuerpo a pesar de los hijos”. Y entonces la infidelidad. De ella. Harta de una infidelidad previa. De él. Porque las mujeres no somos lineales. Ni víctimas ni victimarias. La dualidad del ser mujer, cuya constante de vida, directa o indirectamente, es estar envuelta en un círculo de violencia. Mujeres violentadas: por la cultura, por la sociedad, por la familia, por la pareja, hasta violentarse a sí mismas.

Cada uno de los relatos, cada una de sus 160 páginas, tiene en su agridulce crueldad una dolorosa carga de realidad, de frases demoledoras, de creencias sociales. Cada relato, protagonizado directa o indirectamente por una mujer, siempre receptáculo de las violencias más ostensibles, caen en el lector como dagas. Golpean pero no aniquilan. Quebrantan pero no atormentan. Cada una de estas historias, son entrópicas y conscientes de que son irreversibles, sea por causa o condición. Es en el co-relato, las más de las veces tácito en donde habrá que construirse la alteridad. El lector, deviene así, en un tercero testigo co-responsable que puede -y debe- dar testimonio. ¿Se transforma entonces el lector en percutor o en apólogo?

Lectoras, lectores, asumimos ante cada relato de Liliana un compromiso: ver la realidad de cada una de sus protagonistas y mirarnos frente al espejo. Analizar cada una de las situaciones y contraponerlas con la realidad en la que estamos inmersas: somos nietas, hijas, madres. Seremos abuelas. Y ahí, en esa literatura que hagamos de nosotras mismas, es donde construiremos la narrativa que hemos de transmitirle a nuestra prole.

A pesar del realismo, del insoportable realismo de cada una de las historias, La Blum, como la llamamos cariñosamente, encuentra ese giro brutal en el que discursan el monólogo interior y la ficción hasta llevarnos, por ejemplo, al punto climático en que un padre está a punto de convertirse en el agresor sexual de su hija adolescente, no sin antes decirle: “Perdóname Ana”. El narrador omnisciente interviente de inmediato: “Cuando alguien le otorga el perdón a otra persona, por lo que sea, se produce una cierta vergüenza en quien lo ha pedido primero, porque se asume en falta. Ella no quiere que papá se avergüence de nada”. Entonces, la rabia, la impotencia, la realidad del personaje, de Ana, de nosotras las mujeres, de nuestras niñas.

Editorial Páginas de espuma, editorial independiente española fundada en 1999, lo ha hecho una vez más. Ha editado una voz impresindible para las letras hispanohablantes, reconociendo no solo la pluma de la autora duranguense, sino la responsabilidad que las editoriales llevan consigo al visibilizar narrativas vitales para dar cuenta de los tiempos que vivimos, nuestro tiempo, el tiempo de la autora, el tiempo de sus personajes, ese que mañana podremos explicarnos, o no.

“Los cuentos de hadas, la nota roja y las leyendas urbanas son nuestro imaginario colectivo. Pero de un tiempo acá lo que le preocupa a mi madre es diferente. Los levantones de personas que aparecen más tarde decapitadas o desmenuzadas en alguna carretera. Los tiroteos con metralletas de balas tan grandes que destapan cráneos, los colgados, las balas perdidas que encuentran sin querer algún transeúnte.”

“Yo me quedé tendida allí, desnuda como un sándwich de carne que alguien ya no quiso”, pero también, convencida de que mientras la narrativa actual nos siga entregando historias para pensarnos como sociedad, hay una luz, una pequeña luz al final del túnel y que podremos encontrar otras formas de caminar desde la palabra. (Adriana Bernal. CDMX, 2020)