Qué gusto compartir con ustedes la reseña de un magnífico libro, Restauración (Paraíso Perdido Editorial, 2019), de la escritora mexicana Ave Barrera (Guadalajara, Jal. 29 jun 1980) y ganador del Premio Lopp La Brasserie 2019). Otra de sus obras son: Puertas demasiado pequeñas (Alianza Editorial, 2016)y 21,000 Princesas, en coautoría con Lola Hörner. La lectura es de Francesca Dennstedt (Southern Illinois University - Carbondale. Disponible en los Estados Unidos en Shop Escritoras.
Escritora, editora, traductora, crítica y promotora cultural, Ave Barrera nace en Guadalajara en 1980 y pertenece a una generación de escritoras jóvenes que cuestionan las narrativas de violencia de género, las desigualdades entre hombres y mujeres en el ámbito literario y la invisibilización sistemática de escritoras dentro y fuera del canon mexicano. Si bien es cierto que desde mediados de la década de los ochenta, con el auge editorial de escritoras como Ángeles Mastretta y Laura Esquivel, el auge de los estudios de género y de la creación de espacios como el Taller de Teoría y Crítica Literaria Diana Morán —los cuales se acercan a la literatura desde una perspectiva de género—, se ha tratado de visibilizar los procesos misóginos y sexistas dentro de la formación de los cánones literarios. Desde aquí, las escritoras de esta nueva generación se enfrentan con dos realidades distintas. Por un lado, estos procesos de visibilización que siempre se han pensado como temporales, parecen no agotarse. Es decir, pareciera que entre más esfuerzos hay por visibilizar la escritura de mujeres , más se les sigue relegando al olvido o bien, hay una aparente promoción de su trabajo para cumplir con cuotas o correcciones políticas. Por el otro y respaldadas por el ímpetu causado por lo que puede verse como una cuarta ola del feminismo—centrada en denunciar el acoso sexual, el feminicidio y el aborto, entre otras cosas—esta generación gira la mirada hacia la violencia física, sexual y psicológica que muchas de sus integrantes han experimentado en el medio literario. Dentro de este gran movimiento, muchas escritoras han encontrado en la literatura una forma de activismo, reconociéndose a sí mismas y su actividad literaria como feminista.
El trabajo de Ave Barrera debe situarse dentro de este contexto con ejemplos como 21,000 princesas, libro-objeto elaborado con la investigadora Lola Horner y ganadora del 1er Lugar en el Concurso Internacional de Libro de Artista Lía 2015. Este proyecto elaborado con recortes de periódicos y revistas, denuncia la violencia de género que se vive hoy en día, recolectando historias que se comparan con las historias de princesas con las que crecen la mayoría de las niñas, y que encierran, en realidad, visiones patriarcales. Barrera coordina también la colección Vindictas publicada por la Universidad Nacional Autónoma de México, que re-edita obras de autoras que han sido relegadas al olvido por diversos motivos, en mayor o menor medida, relacionados con estructuras patriarcales.
En esta misma línea escribe su novela Puertas demasiado pequeñas (Universidad Veracruzana, 2013) y su segunda novela, Restauración (Paraíso perdido, 2019), ambas novelas galardonadas con premios literarios, la primera con el Latinoamericano de primera novela Sergio Galindo, y la segunda con el Lipp en el 2018. Algo que pensar es que en diversas ocasiones novelas escritas por mujeres que han sido distinguidas con premios como, por ejemplo, el Xavier Villaurrutia, son luego olvidadas. Un ejemplo de esto es El lugar donde crece la hierba de Luisa Josefina Hernández (Universidad Veracruzana 1959 y UNAM 2019), libro precisamente re-editado por la colección Vindictas y del cual Barrera se pregunta en el prólogo: “¿por qué el canon de la narrativa mexicana parecía haberse olvidado de ella? ¿Me iría a pasar lo mismo a mí, a nosotras, si es que llegamos a su edad, si es que escribimos más de diez novelas?” (7).
Si bien esta pregunta está detrás de toda escritura de Barrera, me gustaría enfocar esta reseña en otra pregunta central que la autora mexicana se hace en su libro Restauración, cómo es que debemos leer a los escritores y a los libros que nos formaron, por algunos de los cuales sentimos cariño y admiración —aunque por otros no tanto— cuando estamos conscientes de la violencia de género que ejercieron estos escritores tanto en su escritura como en su persona pública y privada. Concretamente, Barrera toma el caso de Salvador Elizondo y su novela canónica Farabeuf, publicada en 1965 por la editorial Joaquín Mortiz. No es momento de entrar en detalles sobre Farabeuf y para aquellos que han leído la novela, saben que el libro rehúye explicaciones y cualquier afán de síntesis puesto que en esta novela se narra un instante desde distintas perspectivas, instante que gira alrededor de una fotografía que muestra el suplicio de los mil cortés para después dejar ver a un doctor y una enfermera recreando el suplicio como juego erótico. Elizondo forma parte de la generación de escritores mexicanos a la que pertenecieron Juan García Ponce, Inés Arredondo, Tomás Segovia y Huberto Batis, entre otros, que coincidieron en la representación del erotismo como una práctica estética que desvía la atención del lector del significado de las palabras, para entregarse a un momento de placer que se despierta a través de escenas de violencia, tortura y erotismo, donde el hombre es el victimario y la mujer la víctima. En la experimentación literaria, Elizondo propone otras formas de lectura a través de un erotismo que entiende a la mujer como simple objeto de deseo y repositorio de violencia, misma que el autor llevaba inclusive a su vida personal. En su autobiografía precoz, por ejemplo, Elizondo describe las golpizas que supuestamente le propinaba a Michéle Albán, una de sus parejas. Es desde su alarde de esta violencia de género que construye su figura de intelectual y su propio mito de genio como bien apunta la académica Emily Hind en su libro Dude Lit (University of Arizona Press, 2019).
El diálogo que Restauración realiza con Farabeuf inicia con la referencia a la foto de la sentencia de muerte por mil cortés para después contar la historia de Min, una joven restauradora que se desvive por mantener su relación con Zuri, un fotógrafo inmaduro y machista que parecer sufrir de ataques de ansiedad y ser sobrino del doctor de Farabeuf. Zuri la invita a restaurar la casa de su tío Eligio y es entones cuando la historia de Min pasa a intercalarse con la historia de Gertrudis, esposa de Eligio y Oralia, la empleada doméstica. A lo largo de la novela y a través de una temporalidad desfasada, donde el pasado y el presente no están del todo claros, los personajes femeninos de Barrera se detienen a escuchar los momentos en que “la mujer que viste de enfermera para representar el burdo artificio de un ser que siente placer en el daño, la viva imagen de la abnegación, el papel de la que somete su cuerpo al suplicio y el corazón al olvido” para después reparar el daño de dicha abnegación y pasar a dejar de ser objeto. En contraste con los personajes femeninos, los masculinos pecan de una simplicidad irónica, son machistas atormentados que pretenden ser genios incomprendidos cuando en realidad carecen de complejidad emocional y dependen totalmente de las mujeres con las que se relacionan.
Es este uno de los primeros guiños restaurativos que Barrera hace para referirse a cómo la literatura mexicana se ha acercado a los personajes femeninos bajo la mirada masculina que tiende a simplificarlos como meros objetos seductores, como en el caso de Aura de Carlos fuentes e Inmaculada o los placeres de la inocencia de Juan García Ponce, referencias que aparecen en el libro. Barrera parte de esta simplificación para construir personajes femeninos dueños de su subjetividad, una que además re-articula precisamente el binarismo objeto-sujeto. Dice Min: “podía sentir cómo se iba apoderando de mí la pesadumbre, acompañada del consabido reproche de no ser suficiente, de que sin importar cuánto me esforzara, nunca sería suficiente, nunca empataría con la medida de su deseo…. Le busqué el rostro para decírselo, pero él estaba fuera de sí y temí que se sintiera frustrado, que se levantara y se fuera y no volviera a verlo nunca. Así que lo dejé abrirse paso entre las mantas y los obstáculos, que se sirviera de mi cuerpo como autómata, como quien llega a su casa, abre el refrigerador y se empina la botella de jugo directo de la garrafa. Concedí.” ¿Es Min una mala feminista por conceder ser objeto de deseo? ¿Somos Barrera y nosotras mismas malas feministas por conceder que, Farabeuf y otros textos que promulgan la violencia de género, pueden ser geniales sin dejar de ser problemáticos? La novela de Barrera no aventura una respuesta, sugiriendo que no hay una concreta que pueda ser aplicable transversal y temporalmente a todo.
“La restauración es una labor de escucha” dice la narradora y continua “Es pararse en el espacio frente al objeto, acercar el oído y aguardar a que el silencio coloque en la mente la imagen de cómo sería el daño… Bien lograda, la restauración es ir en contra del avance natural del caos y el olvido, es contradecir a la muerte al reconocer su paso, abrir la puerta y dejar que atraviese, que cohabite con nosotros. Restaurar es fabricar un bello fantasma”. Por ello, la restauración de la casa y de los personajes femeninos se convierte en una historia de fantasmas. Aunque poco realistas, estos fantasmas son una forma de reconocer la dificultad de narrar el pasado, es decir, la vida de las mujeres, pero también el ambiente literario, sus violencias y sus aciertos estéticos. Los fantasmas de la casa, del doctor y la enfermera de Farabeuf, de la Aura de Fuentes, del huésped de Amparo Dávila o bien de los pacientes de La Castañeda que Cristina Rivera Garza ha investigado y ficcionalizado, están ahí para enfatizar la violencia de género y crear vínculos afectivos con el presente para no olvidar. Es evidente que Barrera conoce el canon, que tiene una visión crítica de los aciertos de éste y que no promueve relegarlos al olvido sino restaurar el daño y abrir las puertas que los hombres, usualmente, prohíben a las mujeres.
En este afán de restaurar lo que el supuesto padre dejó dañado, la novela de Barrera rehúye de estéticas sensacionalistas—una vez más, pienso en la incomprensión de Farabeuf como uno de los aciertos literarios que lleva a la novela a formar parte del canon—para prestar atención al significado de las palabras, para construir una historia donde todo tenga un significado y la reacción del lector sea querer sumarse a los procesos restaurativos que nuestro presente demanda y no entregarse simplemente al placer estético. Quizá este sea el mayor acierto de la novela: regresar a la importancia de contar una buena historia a través de un cuidado por el lenguaje. No es que lo experimental no tenga cabida en la literatura mexicana, pero Barrera está interesada en la literatura como medio de transmisión de mensajes restaurativos. Quiero decir, a Barrera le interesa el lenguaje por lo que significa y no meramente como discurso estético.
Termino con un ejemplo de esto último. En uno de los pasajes de la novela, Min dice: Qué oportuno que existan clínicas con asientos de tela rosa y cuadros con frases estimulantes acerca del valor de ser mujer, salas asépticas donde personal calificado lleve a cabo el procedimiento sin recriminaciones ni juicios, siguiendo un protocolo sanitario, con avances tecnológicos y música ambiental. La recepcionista me entregó un tríptico que explicaba los diferentes métodos y un formulario: edad, peso, fecha de primera menstruación, fecha de inicio de vida sexual, número de parejas sexuales, método de anticoncepción, número de hijos, abortos anteriores, fecha de última menstruación: ocho semanas. … Por qué no desde siempre fue así, por qué no así en todas partes, saber que una pueda llegar a un escritorio, recibir indicaciones, las pastillas, vasito de plástico, glu-glu y regrese pasado mañana, procure que alguien más éste con usted, estos son los números a los que puede marcar en caso de que algo llegara a complicarse, tome muchos líquidos, use una compresa caliente, coma bien, caldo de pollo con verduras, de preferencia. (s/p versión en línea).
En Restauración, Barrera y sus personajes portan el pañuelo verde y las luchas por la autonomía de los cuerpos de las mujeres que marcan la lucha feminista de nuestro presente, se cuela en una novela sobre la literatura mexicana. Barrera crea lazos afectivos con su propio presente y defiende una vida en contra de violencia de género y el derecho al aborto, lucha que, en un país tan moralista como el nuestro, es otro fantasma que propone debemos restaurar.
Francesca Dennstedt, PhD (CDMX). Tiene un doctorado en estudios hispánicos en Washington University in St. Louis. En su trabajo, investiga la producción cultural contemporánea en México de mujeres desde una perspectiva cuir/queer. Algunos de sus intereses son los debates de género, los estudios cuir, la formación del canon y la teoría del afecto. Es profesora investigadora en SIU Carbondale.