La obra de Elvira Espejo se distingue por su capacidad de tejer culturas a través de diversas formas de expresión, haciendo de su trabajo un puente entre el pasado ancestral, el presente contextual y un futuro compartido. Espejo, en su rol de creadora y traductora cultural, rescata y resignifica cantos y ritualidades que han sido parcialmente perdidos, buscando restablecerlos no solo como actos de memoria, sino como elementos vivos que nutren y revitalizan el tejido social.
Su poética, tanto ética como estética, nos recuerda la importancia de mantener intactos los hilos fundamentales de las comunidades, en un esfuerzo similar al de las oralituras contemporáneas que, a través de la oralidad y la escritura, reformulan los modos de estar en el mundo sin alterar las matrices esenciales que sostienen las identidades colectivas. En este sentido, Espejo logra ser una "traductora entre culturas", mostrándonos no solo cómo pensar, sino cómo sentir de manera colectiva.
El concepto de "oralitegrafías", acuñado para describir su obra, refiere a la confluencia de modos expresivos—oralidad, escritura alfabética y grafías comunitarias, como el tejido—que caracterizan el trabajo de varios escritores indígenas actuales. Espejo, en particular, utiliza estas herramientas para crear una experiencia multimedia que nunca es individual, siempre apuntando hacia lo colectivo y hacia una escucha atenta y colaborativa.
En Kirki Qhañi, esta construcción simbólica se manifiesta como un llamado a edificar espacios comunes de diálogo y convergencia, preservando las diferencias pero con horizontes compartidos. La figura del ave chiru chiru, que construye su hogar en lo alto del barranco para tener una visión panorámica y protegerse de los depredadores, es un potente símbolo de esta visión. Espejo nos invita a crear con lo que tenemos—piedras pesadas o hilos ligeros—y a respetar los rituales y las herencias que nos han dejado las generaciones anteriores, como el baile de la Chinchilla.
Su poética ritual, plasmada en Kirki Qhañi, es una fuente de agua limpia que nutre tanto el cielo como la tierra, un aporte sensible que conecta lo ancestral con lo futuro. Al igual que el árbol del molle, que permanece firmemente plantado y siempre en crecimiento, la obra de Espejo es una afirmación de vida, resistencia y continuidad cultural.
Con esta obra, Elvira Espejo se confirma no solo como una creadora de extraordinaria profundidad, sino también como una voz clave para repensar nuestras conexiones con el pasado y el futuro desde un presente de escucha y construcción colectiva.