Hablemos, escritoras.

Las escrituras de nuestra pertenencia. Autobiografía del algodón por Cristina Rivera Garza.

Episodio 227 Reseñas

05/09/2021 · Giulianna Zambrano

¿Para qué se lleva el cuerpo propio hacia la negación de la negación del espacio? Para que el cuerpo lo atestigüe: aquí hubo un campo de algodón. Aquí, una ciudad. Esto es el tiempo."

En este episodio reseñamos el libro Autobiografía del algodón (2020) de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964), editado por Random House. Esta obra es otro gran ejemplo la visión de Rivera Garza para desde la desapropiación reflexionar sobre migración, identidad, cuerpo, territorio, frontera, familia, y la importancia de rescatar las escrituras documentales. La reseña fue realizada por Giulianna Zambrano M. PhD, profesora-investigadora de Literatura y Derechos Humanos en la Universidad San Francisco de Quito, Ecuador. 


Autobiografía del algodón, publicada por Random House en 2020, es la última novela de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, o como varias veces ha aclarado su autora, una ficción documental, en la que la narradora recorre el territorio de la frontera entre México-Estados Unidos para hacerse preguntas sobre el origen, nuestras formas de habitar el mundo y las vidas que nos anteceden y aquellas con las que cohabitamos este planeta. Nuestra presencia en el mundo, descentralizada, explorada en lo que compartimos con otros, nos vuelve, un eslabón, “algo [nos dice la narradora] que, deluzianamente, conecta. Los pies con la tierra, la mano con otras manos, los ojos con la mirada ignota del animal o de la planta o de la piedra o de ese otro que todavía no alcanzamos a distinguir en la orilla de las esferas.”

La narración de este eslabón, entonces, entreteje varios niveles de exploración. Por un lado, existe un nivel autobiográfico, en el que la autora recorre los pasos de sus abuelos y abuelas del lado paterno y materno. El tránsito de la escritura rehabita las huellas de su andar, como parte de los varios grupos de agricultores nómadas convocados al territorio fronterizo entre México y Estados Unido por el oro blanco, por la promesa de la riqueza que traerían los campos de algodón. El segundo nivel de la narración está mucho más ligado a la historia mexicana, a los ciclos de destrucción impulsados por monocultivos, a los planes estatales de colonización del norte de México, a la expulsión de mexicanos y mexicanas del territorio estadounidense y a la trashumancia de personas trabajadoras trabajadores, jornaleras, campesinas por un territorio que se resignifica en la atención a sus pasos. Asimismo, el libro es la historia de documentos, imágenes, textos encontrados en distintos archivos, tanto personales y familiares como públicos; de lecturas, situadas en un contexto ficcional, donde Rivera Garza imagina situaciones de cruces, espacios de encuentro de cuerpos compartiendo una escena como imantados por una historia y un territorio que les es común. Por otro lado, la novela nos habla del habitar y errancia en la frontera entre México y Estados Unidos desde registros y huellas que conectan lo humano,  lo no humano, los cuerpos, los remantes materiales y las ruinas de una historia compartida.

La escritura de Rivera Garza parte una vez más de una relación compleja con procesos documentales y con el archivo –como en su primera novela Nadie me verá llora (Tusquests, 1999) en la que parte del expediente de una paciente del Hospital Psiquiátrico La Castañeda. También, Autobiografía del algodón discurre las posibilidades de escritura que se abren desde el cuerpo que recorre, que camina y que se cuestiona las posibilidades del lenguaje para esa misma presencia en la escritura. Proceso similar a la escritura caminante que nos conmovió en Había mucha niebla humo o no se qué… (Random House, 2017). Ambas motivaciones convergen en una narración que sigue lo que Rivera Garza ha denominado en varias ocasiones escrituras de la desapropiación o escrituras geológicas, en las que el texto deja ver el entramado de escrituras y presencias previas que lo componen, el proceso mismo de su gestación, los silencios y fantasmas que lo habitan y los distintos niveles de mediación que lo van atravesando. 

La novela intenta preguntarse por aquello que ha sido negado o silenciado también. Por ello, la escritura convoca a comparecer a diversos tipos de presencias que puedan atestiguar sobre el pasado. Porque, escribe Rivera Garza, “A veces un libro es una forma de regreso: una refamilizarización y una reparación. La plática que se retoma luego de años de sigilo.”

La escritura de desapropiación de Rivera Garza trabaja con una imaginación excepcional. “La memoria es la ficción por excelencia”, nos dice, y por ello escribir con lo que nos antecede, en las prácticas y en las poéticas, también es una manera de invención.  Los trabajos sobre la frontera y la nueva mestiza de Gloria Anzaldua, los textos de José Revueltas, y los documentos que confirman su presencia de este último en la huelga de Estación Camarón, Nuevo León, en 1934, son resaltados en su más potente vitalidad, se convocan, se prueban, se reescriben, se sitúan en escenarios de cruce por lo que tienen que decir de lo que fue y dónde estamos ahora o lo que somos ahora. Aunque, como nos dice el libro, “Estación Camarón no existe…. No hay memoria de estación Camarón”, sabemos que existió gracias a telegramas, a textos de José Revueltas, a los relatos que sobreviven y que permiten también dar cuenta de la historia de un monocultivo que prometió prosperidad en los años 30 y 40 para trabajadores y trabajadoras pero que termina resulta ser un ciclo de destrucción, que produjo “una riqueza sin par en la región; pero se la arrebató toda, y hasta pidió más.” Quizás, lo que le pidió fue su memoria.

Asi mismo, Rivera Garza retoma la historia de las mujeres en estos espacios, de sus andares, de sus aprendizajes, porque, como lo sostiene la autora, “sus voces, entre todas en esos campos de oro blanco, son las más inaudibles. Las que susurran más quedo.” Pero, están, en remanentes muy específicos a los que la escritura convoca para indagar en e imaginar las vidas de aquellas que estuvieron antes, que compartían con la escritora chicana Gloria Anzaldúa, la fuerza del andar, la tradición de la migración, la determinación, la posibilidad de reinventarse como new mestizas, como sugiere Rivera Garza, mestizas de algodón.

El libro es, sobre todo, un registro profundo de todo lo que nos atraviesa y de las huellas que pisamos y que garantizan nuestra existencia en este mundo. Nos dice:

“El microscopio y el telescopio de la memoria, que son palabras, nos permiten verlas. Aún más: nos dejan pisarlas. Recorrerlas. Aquí vamos. Los pasos juntos. La escritura, que no es sobre el regreso, sino el regreso mismo, abre así la posibilidad de la habitación y, aun más, de la cohabitación. Esa ardiente posibilidad. Esa verosímil pertenencia.”

En Autobiografía del algodón, estación Camarón existe de nuevo y se resignifica, al igual que esa frontera y todas las formas que la cohabitan.