La obra y trayectoria de la escritora Gabriela Cabezón Cámara refleja su pensamiento crítico sobre lo que vivimos como humanidad en un sistema impregnado de capitalismo y explotación. Hoy tenemos las 3 preguntas que le hace Gisela Heffes sobre su visión de la literatura dentro esto en la era del "Antropoceno".
1. Frente a los cambios que el Antropoceno va produciendo en el planeta y las crecientes alteraciones geológicas que los humanos estamos provocando, ¿cuál es el rol de la literatura y el arte, y es posible (o no) dar cuenta estéticamente de estos cambios?
Me es difícil pensar en un solo rol para la literatura y el arte, tanto frente al Antropoceno como frente a cualquier otra cuestión. La literatura y el arte son cristalizaciones históricas de fenómenos universales, una cierta pulsión estético vital de la humanidad que se realiza de distintas formas en distintos tiempos y en distintas culturas. La literatura y el arte, tal como los conocemos hoy en las culturas occidentales, y en las occidentalizadas también —estoy siguiendo líneas que plantea Yásnaya Aguilar Gil con mucha más precisión y brillo— son las formas que esa pulsión tomó bajo el capitalismo. Lo de antes, y lo de otros, desde los dibujos rupestres a La Ilíada, de la Biblia al Popol Vuh, del romancero a las danzas chamánicas, era y es otra cosa. Un rol posible para la literatura y el arte sería el de des-realizarse: dejar de tomar al ser humano como la medida de todas las cosas, dejar de ponernos en el centro, representar de algún modo la trama interdependiente de la vida de la Tierra, de la que somos una parte, nada más y nada menos. Un proceso que podría ser comparable al de la ampliación del universal, esa batalla que se lleva adelante para desmontar la operación de sinécdoque que hace el poder —la sinécdoque es la figura retórica de los poderosos que siempre quieren que consideremos su perspectiva, sus intereses, como totales, como, si fueran nuestra perspectiva, y no como lo que es: una parte entre partes—. No, no somos todos varones blancos más o menos burgueses, cis y heterosexuales. De hecho, la inmensa mayoría de la humanidad es otras cosas. Y no, los seres humanos no somos esenciales para la vida, los árboles se caen, aunque no los veamos caer. Y el planeta puede morirse, aunque cerremos los ojos. Entonces un rol de la literatura y el arte podría ser desmontarse, animarse a lo colectivo, a lo interactivo con los otros seres del mundo. Podría ser desrealizar la insularidad del autor y de las tradiciones del amo —Occidente— y realizarse en una trama con los otros, con las culturas que no han destrozado la vida para existir. Las amerindias, por ejemplo.
2. ¿Cómo visualizar, además de la crisis planetaria y el imaginario escatológico, nuevos mundos o mundos alternativos, tal como lo proponen escritores como Margaret Atwood, cuando señala: “Las utopías van a volver porque tenemos que imaginar cómo salvar el mundo”?
Con deseo de vivir: sustrayéndonos de la máquina de tristeza e insatisfacción que nos consume mientras consumimos y moldeamos nuestras vidas en la línea de montaje de la “carrera”. ¿Hacia dónde deberíamos correr qué carrera? ¿Cómo terminamos acá? ¿Qué nos hace sentir más vivos? ¿Un dispositivo nuevo o respirar en un bosque? ¿Un aplauso o trabajar en conjunto para crear algo distinto, algo que nos haga vibrar de ganas de estar vivos?
3. ¿Cuáles son los textos, trabajos y obras que más te inspiraron a escribir, entre muchos, Las aventuras de la China Iron, y por qué?
Uf, un montón.
Las obras de Juan L. Ortiz, por su belleza, por su trabajo con los ríos.
Martín Fierro, por razones obvias.
Borges, por su trabajo con la tradición.
Saer, por su trabajo con la luz y las sombras.
Y todo lo que leí, escuché, vi, toqué, sentí en la vida, como siempre, como en cada novela, como en cada cosa que hago. Igual que todo el mundo.