Para bien o para mal, la pandemia ha modificado mis hábitos de lectura. Estudiar la escritura de mujeres en México siempre ha sido una especie de búsqueda del tesoro que generalmente empieza con una visita—a una biblioteca, archivo o librería—que la cuarentena ha puesto en pausa. Ahí te encuentras un libro escrito por una mujer del que nunca has escuchado. Quizá googleas el nombre de la autora y con suerte, está en Wikipedia o tiene una entrada en la Enciclopedia de la Literatura en México cuya información, por supuesto, solo se limita a darte el título de ese mismo libro que tienes en las manos. A veces, después de esta búsqueda digital o de hojear las primeras páginas, te queda clarísimo que no vale la pena leerla. Pero la mayoría de las veces, recorres más estantes y cuando ya estás por abandonar el lugar, regresas corriendo por el libro. Este método de lectura suele entusiasmarme mucho y es una de las cosas que más extraño de la vieja normalidad. En fin, dependo mucho del catálogo de Gandhi, de los PDFs compartidos y de la biblioteca de mi universidad que no tiene ni un solo ejemplar de La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes. Habrá que anotar que justo por esta carencia y como parte del proyecto de difusión con perspectiva de género, Hablemos escritoras abre su tienda en línea para facilitar el acceso a estos libros en Estados Unidos. Por un lado, esto que describo me ha obligado a leer mucho de lo que todo mundo está leyendo; por el otro, extraño la azarosa búsqueda del tesoro que si bien, por lo general, resulta totalmente improductiva, me atrae justo por eso. Uno nunca sabe lo que va a encontrar y la mayoría de las veces, terminas leyendo el libro por el placer de leer sin tener juicios de valor previamente formados.
Regresemos a mi carente biblioteca universitaria y al método para encontrar escritoras. Por azar, descubrí que, si bien esta biblioteca no tiene un ejemplar de la novela de Fuentes ni Poesía en movimiento ni la Antología narrativa mexicana del siglo XX de Christopher Domínguez Michael y tampoco —para salirnos un poco del canon de lo canónico de lo masculino del siglo XX—ningún trabajo de ficción de Cristina Rivera Garza, si tiene un amplio catálogo de escritoras mexicanas prácticamente desconocidas. Por ejemplo, tiene la obra casi completa de Asunción Izquierdo Albiñana de la que hable ya en este podcast. Libros de Tina Vasconcelos de Berges quien es recuperada por Liliana Pedroza en el primer tomo de A golpe de linterna (Atrasalante 2020) y otras muchas autoras que publicaron desde la década de los treinta hasta más o menos la década de los sesenta en las editoriales más importantes de la época. Escritoras con premios, reimpresiones y múltiples libros publicados de las que no sabemos mucho (o nada). Así, leer alrededor de treinta libros, en su mayoría novelas, se ha convertido en mi proyecto lúdico de verano pandémico.
Escribo esto porque el proyecto de Hablemos Escritoras así como otros proyectos que buscan recuperar las voces de escritoras tanto del presente como del pasado, siempre hacen hincapié en el esfuerzo que conlleva leer escritoras (escuchar, por ejemplo, este podcast), los múltiples viajes a librerías de viejo, la red sorora que no solo comparte el PDF sino que ilumina otros caminos con discusiones informales (generalmente en WhatsApp), el anotar nombres en una libreta para finalmente tener que seleccionar, ya sea para entrevistar, antologar o investigar. ¿Qué pasa con aquello que queda fuera de este proceso de selección? ¿Qué pasa con las horas invertidas en lecturas que no producen nada?
Quiero leer esas novelas pero me aterra la idea de regresarlas casi intactas a sus estantes que, por cierto, son cajas en el sótano de la biblioteca de mi universidad. Por otro lado, no dejo de pensar en cuál es el punto de escribir sobre un texto literario que no se consigue, difícilmente se va a reeditar y que en mi opinión —muy personal y sesgada— no tiene un valor estético, literario o político consistente. Digamos que la pregunta que me acecha es qué hacer con los restos de los restos del posible canon de escritoras mexicanas que se viene reconstruyendo desde la década de los noventa. Así que durante los siguientes meses y mediante estas entradas de blog, me propongo explorar un camino: escribir sobre el trayecto y no el resultado. Esta es la primera entrada del trayecto.