En septiembre del 2020, lo que hoy se conoce como la “Okupa Cuba. Casa refugio” se viraliza en redes sociales por intervenir los retratos de personajes históricos con consignas feministas, evento que el podcast Las raras recoge en su temporada V . En el acto de protesta, el semblante serio de Francisco I. Madero, se pinta con el cabello morado, un moño muy coqueto y la boca con un rojo lápiz labial. En su frente se puede leer el acrónimo ACAB y a la izquierda el hashtag #Aliade. Ante la imagen viral, el artista José Manuel Nuñez se queja en redes sociales sobre este acto, defendiendo los derechos de propiedad y la importancia del patrimonio histórico del país, diciendo que: “dañar el arte del estado no resuelve la violencia de género”, “es un retraso de los valores sociales” (El universal 2020).
Sin embargo, la complicada situación que se está viviendo en México —en donde es urgente un cambio de fondo al problema de violencia de género—, ha llevado a muchos organismos a valerse de diversas estrategias, como en este caso de alterar un cuadro de una figura de la historia nacional, para llamar la atención a lo que es importante: el patrimonio más valioso de un país son sus mujeres y sus hombres. Pintar, grabar, grafitear son tipos de escrituras de las últimas protestas, escribiendo leyendas y consignas en la via pública y edificios. Ver estos modos de escritura nos lleva a pensar sobre lo que dice la escritora mexicana Cristina Rivera Garza en su libro Los muertos indóciles (TusQuets 2013): "¿Qué significa escribir en el México de hoy? ¿Qué diálogos estéticos y éticos se deben construir cuando se está rodeado de muertos?" (19). Y hoy sería entonces pertinente hacer una señalización más específica y decir "rodeados de muertas", especialmente cuando de acuerdo al INEGI, cada día 10 mujeres son asesinadas, cifra estadística que tal vez no considera transfeminicidio en ella. Pongámoslo de otra manera: hoy 10 mujeres van a ser privadas de su vida por sus parejas, familiares, amigos, o por algún desconocido. Estas son las alarmantes cifras que motivan protestas y acciones como las que confrontan argumentos como el de Nuñez, cuando dice “Pero mi obra no se raya, el arte del estado no se destruye”.
Todo esto viene a colación con la reciente conmemoración del 8 de marzo y la primavera violeta, una fecha en la que millones de mujeres y hombres salen a poner el cuerpo en las calles. Pero hay muchas maneras de poner el cuerpo, como se está haciendo en las marchas a través de la música y el baile, para con ello hacer una desapropiación del discurso tradicional de protesta. Ejemplos de esto es la iniciativa coordinada por de Suha Poulain (@Suha_ap) donde mujeres danzan sin miedo con la ya famosa canción de Vivir Quintana titulada Canción sin miedo o en el caso de las bailarinas con leotardos morados que han posando en el zócalo en marchas feministas.
Otro ejemplo de esta irrupción musical en la lucha por los derechos de las mujeres, al que es interesante dirigir la atención, es el lanzamiento de la canción Llora, llora de la Catrina Son System, Vivir Quintana y Nana Mendoza, como una producción cultural que pone en escena el diálogo ético y estético que Rivera Garza propone seguir cuando se vive rodeado de muertos. Los creadores de Llora llora muestran una dimensión que el arte desapropiado, sin estado, sin autoría autoritaria puede tener. Inspirada en la conocida canción "La llorona" —popularizada por Chavela Vargas, pero reconocida como un son tradicional originario del Istmo de Tehuantepec mexicano—, es otro ejemplo de desapropriación en comunidad y de necromusicalidad. Sucede tal vez en él lo que Rivera Garza dice, “el imperio de la autoría, en tanto productora de sentido, se ha desplazado de manera radical en condiciones de feminicidio y usando soportes que van desde el papel hasta las redes sociales (22).
En la imagen de Youtube de Llora, llora, quedan en primer plano unas latas de pintura morada, verde y rosa, símbolos de las luchas feministas y transfeministas. Junto a ellas está una maquina de escribir, que hace referencia a la centralidad que juega la escritura en este movimiento. La música es un sampleo sonoro que, en la hibridez de los ritmos y las voces reta la idea de propiedad que sostiene Nuñez y por lo contrario recurre a lo colectivo. El entrecruce de la cumbia y la ranchera, con los versos de la llorona, con las consignas de las marchas, con la tecnología del sonidero, con las redes sociales y con la literatura, arman un cuadro que aspira, tal vez, a lo que Rivera Garza dice, a imaginar un presente donde la producción cultural y la política importen por igual. Un presente donde para muchos “mi obra” y “arte de estado” puede sonar anacrónico y hasta ridículo.
Pensar también en lo que Gabriela Jauregui dice en su prólogo al libro Tsunami 2: “Quedan estos puños apretados y las uñas clavadas en la palma de la mano al leer mensajes cada vez más neofascistas de feministas transodiantes y racistas” (12). El efecto de esta frase llena de impotencia y desesperación, inspira a escribir tantas cosas con esos mismos puños y uñas y rabia a las que Jauregui hace referencia, si con eso se pudiera cambiar el estado de las cosas. Pues, si bien es cierto que esos efectos quedan marcados en el cuerpo con cada marcha, con cada palabra transodiante, con el feminicidio de mañana, también lo es que es urgente hoy apostarle a un sentido de comunidad. En palabras de Rivera Garza, apostarle “a esa experiencia de pertenencia mutua con el lenguaje y de trabajo colectivo” con otros, a esas producciones culturales sin propiedad ni estado que nos posibilitan el aliento sororo, liberan los puños y nos permiten bailar sin miedo. Y así esa literatura —o al menos aquella que establece diálogos éticos— sigue siendo un camino que ayuda a dar sentido y aliento a la revolución feminista que se está dando el día de hoy.
Imagen: toma parcial de Llora Llora · La Catrina Son System · Vivir Quintana · Nana Mendoza · Andrés Morán · Natalia Mendoza · Roberto Valadez · Alberto Pablo https://www.youtube.com/watch?v=e7StfH7IvNc