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Los restos de los restos de un canon en construcción. Sexta entrada: Caos (1940) de Asunción Izquierdo Albiñana

Francesca Dennstedt · 10/16/2021

En su ensayo “Escribir la rabia” publicado en La desobediencia (Dum Dum editora, 2019), Liliana Colanzi cita a la escritora chilena Diamela Eltit quien habla de la “necesidad de “nombrar a las antiguas” porque si no lo hacemos estamos des-nombrándonos a nosotras mismas” (98). Para Colanzi el nombramiento ya no basta y advierte que se necesita de un “esfuerzo genuino” para incorporar a las mujeres que escriben a la discusión pública. Pienso en esta idea de incorporar a las que nos precedieron a la discusión pública del presente al leer a Asunción Izquierdo Albiñana, autora que como ya he mencionado antes, difícilmente se asocia con la historia de la literatura mexicana a pesar de haber publicado varios libros con las grandes casas editoriales de su tiempo (Botas y Seix Barral) o de ser la primera mexicana finalista al Premio Biblioteca Breve en 1960. Pienso que la figura intelectual de Izquierdo Albiñana debe interesarnos en el presente porque sus libros son puntos de fuga a otras historias de la literatura mexicana que todavía no se escriben. Escribo “figura intelectual” a consciencia porque la narrativa misma de la autora justifica la etiqueta. Además de demostrar su erudición —probablemente autodidacta— a través de múltiples referencias (directas e indirectas) a la literatura mundial, a los discursos filosóficos en boga en su época y a la historia sociopolítica de México, sus libros demuestran el desarrollo y madurez de un pensamiento intelectual lleno de contradicciones sugerentes y productivas para el presente.

Veamos esto con el caso de Caos (Ediciones Botas, 1940), su segunda novela publicada y la última en aparecer bajo su propio nombre (después escribió con distintos seudónimos, siendo Ana Mairena el más conocido). Una de las preocupaciones constantes de Izquierdo Albiñana es pensar las posibilidades de adaptar pensamientos y estéticas surgidas en otros espacios a la realidad de su país. Caos es un buen ejemplo porque en esta novela la autora utiliza la estética del naturalismo de escritores como Émile Zola y José Maria de Eça de Queiroz para explicar el México posrevolucionario. Su experimento estético-ideológico la lleva a concluir que el mestizaje mexicano —tanto racial como cultural— es un fracaso a menos de dos décadas de la publicación de La raza cósmica (1925) de José Vasconcelos, cuando todavía se creía en las posibilidades utópicas de dicho discurso. Su experimento literario se vuelve más interesante si pensamos que “el fracaso del mestizo” como argumento en la crítica cultural mexicana comienza a desarrollarse hasta bien entrado el siglo XXI con libros como el de Pedro Ángel Palou de quien tomo la expresión. 

En Caos se cuenta la historia del “mestizo” Juan Francisco que deja su natal Nayarit para buscarse el sustento en la capital mexicana. Hijo de un minero alcohólico que robaba oro de la mina de los “gachupines” para pagarse la bebida y de una madre a la que “nunca vio directamente a los ojos” pero siempre le extendió una tortilla para comer, Juan Francisco estaba muy lejos de tener una vida asegurada. Después de muchos trabajos precarios, de alimentarse de basura y pasar hambre, Juan Francisco encuentra trabajo en una imprenta. Ahí, uno de los empleados mayores intenta convencer al personaje de que se eduque y consiga un título en la escuela nocturna. Juan Francisco no cree en la educación puesto que Don Pepe, el empleado que le sugiere la idea, con todo y título, es alcohólico y solo hace recados para la imprenta. 

En lugar de perseguir una educación, Juan Francisco se casa con una joven de su barrio pobre y justo cuando parece que su vida va a mejorar un poco, todo se vuelve caos: los empleados de la imprenta se van a huelga, el patrón sugiere que perderá su trabajo si no lo ayuda a sacar material de la imprenta, acción que significaría traicionar al sindicato. Juan Francisco se niega, pero el el sindicato lo exilia porque creen traicionó la causa. Al llegar a casa, se da cuenta de que la esposa lo abandonó llevándose hasta la colcha, su hijo muere horas después entre llanto, orines y mierda, y él termina en el abandono total hasta que se entera que su madre ha fallecido, dejándole de herencia siete botellas de polvo de oro. La madre, quien molía en el metate el oro que el padre se “robaba” de la mina de los “gachupines”, había guardado esas botellas quien sabe cuánto tiempo para que el viejo no se las gastara en la cantina. De pronto, Juan Francisco es un joven aristócrata que se emborracha con coñac y visita casas de prostitución donde compra “una gatita deliciosa y friolera … una mujercita frágil de anchos pómulos y piel blanquísima” (172)—acto que, según el narrador omnisciente, termina por demostrar el fracaso del mestizaje porque hay un “caos” en el sistema que corrompe cualquier intento de construir un futuro mejor. Juan Francisco muere poco después, muerte que se describe como agónica: el personaje en sus últimos minutos de vida es atormentado por la imagen de dos siluetas negras (la mujer eslava que compró en la casa de prostitución y el amigo que le roba la poca herencia que le queda). 


La novela termina con la siguiente frase: “¡Pobrecito del mestizo, ocaso silencioso de dos razas, carne mexicana desgarrada a girones, pedazo noble de humanidad atormentada por una lancinante sensación de vacío y de soledad! ¡Triste eslabón de transición, sumergido toda su breve vida por fuerzas innobles e injustas, cuyos actos y desarrollo habían sido siempre frustrados unas veces por abulia hereditaria o de él mismo, otras por enfermedad, desnutrición, clima muelle y ambiente, y otras más por la crueldad de un estado de cosas sociales absurdo!” (190). Si bien esta cita hace eco al pensamiento eugenésico y asocia el fracaso con la enfermedad y la herencia temas que trabaja Susan Antebi en Embodied Archive, en otras partes de la novela “el caos” sistemático que mantiene a Juan Francisco en una situación precaria se debe a lo que hoy bien podemos identificar con las estructuras patriarcales, el racismo sistémico y el extractivismo. Si bien algunas partes de Caos resultan bastante problemáticas en nuestro presente, el libro es un punto de fuga para pensar otra genealogía y temporalidad del concepto de mestizaje, una que quizá pueda resultar productiva especialmente en nuestro problemático presente (pienso en la escultura mal elegida para reemplazar a la de Colón; o bien, en todo el proyecto intelectual de la antes mencionada Yásnaya Elena Aguilar Gil). Creo que entablar un diálogo genuino con las que nos antecedieron es justo nombrarlas para hacerlas presentes en la doble acepción de la palabra: aquí y en el ahora.