Mi proyecto de lectura comienza con Tierra seca (Imprenta Cima, 1945) de Indiana E Nájera. Comencé con esta novela porque tiene menos de 300 páginas y porque me llama la atención de que es una de las pocas que incluye un prólogo que no está escrito por la misma escritora, quien además escribe utilizando un pseudónimo (esto pareciera que es la regla no escrita para ser publicada en esos años). Según la Enciclopedia de la Literatura en México, Indiana E. Nájera es María Esther Nájera, quien nace en Guerrero en 1906 y muere en la Ciudad de México en 1975. De su biografía de dos párrafos, aprendo que estudió en el Conservatorio Nacional de Música, que fue una periodista importante colaborando en periódicos como El Universal Gráfico y Excélsior; entrevistó a León Felipe, Dolores Ríos y Diego Rivera; escribió muchos cuentos, novelas y poesía; y es sobrina de Manuel Gutiérrez Nájera. Del prólogo, escrito por Ernesto Hidalgo, director del Universal Gráfico, me enteró que son más de 100 cuentos los que ha escrito, que jamás se la ve arreglada, que su cabello necesita un peine y que “no sabe posar para el mundo”. Hidalgo aclara: “Por lo demás, constituye a mi ver, una legítima ficha en el catálogo del México nuevo. Me consta. La vi iniciarse…Repito me parece que está madura y estival. Como sacerdotisa, es tiempo de consagrarla”. La curiosidad me gana y encuentro una foto en la Enciclopedia Guerrerense de Cultura (además, ahí me enteró de que ganó un premio por una novela inédita). Tiene un cabello rizado muy bonito y corto. También descubro que muere en un accidente que el título del único libro que encontré sobre ella (y que no he podido consultar) califica de trágico.
Tierra seca comienza con el historial clínico de Clara García:
Padecimiento: Fiebre puerperal. Delirio. Amnesia intermitente.
Nombre: Clara García.
Edad aproximada: 31 años
Sexo: Femenino
Antecedentes no patológicos: Sin importancia.
Antecedentes patológicos: La paciente no recuerda nada. (13)
El reportero Germán Lazo recibe la nota anterior porque su trabajo es investigar y escribir los reportajes policiacos. La historia promete un crimen que el lector va descubriendo junto con Lazo. Clara García es una joven que tiene amnesia provocada por un fuerte trauma psicológico. Luis García, un trabajador de ferrocarriles, encuentra a Clara, quien en realidad se apellida Ríos, y al no saber qué hacer con ella, decide quedársela (como si fuera un objeto, de poco valor, perdido). Después de un tiempo, Clara se embaraza y Luis tiene un accidente que le impide llevar a Clara al hospital. La bebé muere y Clara acaba en el psiquiatra, pidiendo le devuelvan a su hijo y busquen a la doctora Inés Martín. Con ayuda del Dr. Troyo, Lazo descubre que Clara es la criada de la doctora Inés, quien la convenció de embarazarse y darle al niño. Clara se arrepiente en el último momento e Inés le roba al hijo.
En la segunda parte de la novela, Inés intenta justificar el robo en términos bastante problemáticos: Clara no esta bien de la cabeza, no tiene dinero ni educación ni futuro. Inés esta muy confiada en que el juez le dará la razón, a lo que este responde: “según la Ley, MATERNIDAD, es CONCEPCION; es decir, la que concibe y da a luz, esa es la madre. Ya en el sentido moral, o sentimental, o económico, a usted le asiste la razón, pero en este sentido no se le está juzgando, sino con un criterio apegado a la ley y ésta es inexorable, la que concibe es la verdadera madre” (113). Como Inés regresa al niño sin oponer mucha resistencia, el juez decide perdonarla y no hay mayores represalias—Clara, Luis y el niño viven felices, nos advierte el narrador. Mientras tanto, Inés se vuelve discípula del Dr. Troyo, quien hace experimentos con electricidad para curar a sus pacientes, método que se presenta como humanitario en la novela. En las últimas páginas de Tierra seca, el Dr. Troyo fallece por gangrena e Inés literalmente encuentra a una mujer muriéndose en la calle por un parto no atendido. Inés se queda con el bebé tras tratar de ayudar a la madre que desafortunadamente fallece. La novela acaba con el matrimonio feliz de Lazo e Inés.
Me parece interesante que la primera novela de mi lista hable sobre maternidad, esterilidad y aborto. Esto se vuelve relevante en nuestro contexto si tomamos en cuenta la cantidad de textos literarios, publicados en México, en los últimos años, que hablan sobre estos temas. Pienso en Restauración de Ave Barrera, Línea nigra de Jasmina Barrera, Casas Vacías de Brenda Navarro, Caja negra que se llame como a mi de Diana Garza Islas, Se llaman nebulosas de Maricela Guerrero, Atardecer en los suburbios de Minerva Reynosa, entre muchos otros. Tierra seca destaca precisamente por el tema del aborto, donde la descripción del feto como “producto gelatinoso” en un país donde todavía no se tiene el derecho a decidir, llama la atención: “Al día siguiente de su partida y cuando había ido a refugiarse a la casa de una amiga de la escuela, el producto sucumbió a pesar de todo lo que el médico hizo para evitarlo. Era aún algo informe e insignificante de tres meses, algo que yacía inerte y gelatinoso sobre una vasija de esmalte, y desde entonces, su vientre quedó estéril” (60). Sin embargo, es quizá más llamativo el hecho de que la esterilidad no la produce el aborto sino el padre que se enoja de forma violenta y corre a Inés de la casa por desgraciar el honor de la familia (Inés se embaraza fuera del matrimonio). A su vez, se sugiere que el aborto de Clara pudo prevenirse si la hubieran escuchado en lugar de señalar sus antecedentes patológicos como causa de éste. Después de todo, Clara no estaba loca.
Por último, llama la atención que Inés promueve la restauración del himen por medio de una intervención quirúrgica que demuestra lo absurdo de equiparar el honor de una mujer con su virginidad—como casi todo lo que hace Inés, estas restauraciones también son éticamente complicadas. Escribe Germán Lazo: “¿Cuándo comprenderá la sociedad, que el honor no radica en la virginidad de una mujer?; el honor es una norma de conducta a través de una vida honrada, capacidad para el trabajo, generosidad, bondad, pureza, Lazo pensó que, acaso, podría combatir ese absurdo prejuicio con un libro, con esta historia” (157). Sin bien con tonos pedagógicos y un feminismo lejos de lo interseccional, la lección de un libro escrito a mediados de los cuarenta no deja de sorprender: la virginidad (eso que existe en el imaginario del patriarcado) se puede reconstruir con una “operacioncita” que cuesta “nada menos que 100 pesos” mientras que los estragos de la violencia patriarcal no pueden operarse ni repararse.