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¿Por qué leer a Valeria Correa Fiz?

Adriana Pacheco · 09/03/2022

Hace ya varias semanas que vengo aprendiendo de la escritora argentina Valeria Correa Fiz, a quien no había leído. Empecé con su último libro Hubo un jardín, que se publicó este año en Páginas de espuma y que me pareció extraordinario por distintas razones. La primera, por su escritura tan contundente, tan llena de imágenes, tan visual. La segunda, por la manera en que crea el suspenso, la sorpresa o la estupefacción. Y son estas tres sensaciones entremezcladas las que me han mantenido atada a sus libros de narrativa, con cuentos que algunas veces son casi una nouvelle, como en el caso del intrincado y elaborado “Hotel Edén” o brevísimos microrelatos como “El mensajero” de La condición animal, publicado unos años antes, en 2016, también en la editorial española. En ese libro, la escritura nos mueve desde los sentidos mismos que van desde el escalofrío que dan los mosquitos volando sobre las cabezas de migrantes; la sangre que escurre de la nariz del guionista que no logra seguir escribiendo; las vocecitas de niños que susurran para no despertar a los abuelos. 

Sé que la escritora rosarina ha dicho que sospecha que una razón por la que a los lectores les gusta su narrativa es por su poesía, "Que es la cadencia y la música que hay en el texto las que los enganchan sonoramente". Y sí, la sonoridad es sin duda alguna una de las características de su obra, pero lo es también el lenguaje el que nos intriga, cautiva y invita a seguir con la lectura de sus libros.

En su poesía la invitación es para leer El invierno a deshoras (Hiperión, 2017) —ganador del XI Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez—, Museo de pérdidas (Ediciones La Palma, 2020) y Así el deseo (Editorial BGR, 2021. Plaquette). En ellos es posible descubrir ahora a la poeta que nos narra de otras maneras, que nos habla al oido, que casi nos canta una canción, o que renglón a renglón nos va pintando un paisaje. A mí de ellos me seducen las imágenes que construye, los diners y los letreros de neón azul con ketchup en todas las mesas y el Elvis Presley sonando en el coche alquilado de su poema “American Dream”; o la cabeza del amado que llora entre las piernas de una mujer, en “Habitación del silencio”; o las fresas que se pudren al otro lado del camino, como señal del castigo divino, en “Strawberry Fields”. 

Y ahora que la he leído como poeta no sé si su obra como narradora me gusta más que su poesía o si es al revés. Porque es un hecho que mucho se ha hablado de Correa Fiz como cuentista, como integrante de esa escuela tan completa y tan rica que reúne a otras escritoras del cuento como Clara Obligado y Patricia Esteban, o de lo insólito como Cecilia Eudave, o del realismo crudo como el de María Fernanda Ampuero, Giovanna Rivero o Lola Ancira.

Yo lo que veo es que Correa Fiz conjura, declara que le gusta y lo que otros rechazan, comparte su Ars Poética, recuerda en un devenir de la memoria que nos involucra a todos, porque de una u otra manera los que la leemos nos vemos ahí. Sus libros traslucen sus lecturas de escritoras como Anne Carson y Gertrude Stein que, como otras grandes, han encontrado en lo sensual, el cuerpo y los sentidos el modo de hablar de gozo y placer, pero también de exilio, abandono, muerte y desolación.  

Por eso y más, leamos a Valeria Correa Fiz

Buen provecho.

 


Una rosa es una rosa es una rosa
(Así el deseo. Plaquette)

En los cortes de mis manos, la rosa exhibe
sin pudor su linaje. 
La herida es un rumor de dientes,
la caligrafía salvaje del perfume.